John Forbes Nash

JOHN FORBES NASH

(Genio y locura II)


POR JESÚS M. DAPENA BOTERO

Médico, Psiquiatra y Psicoanalista colombiano 

 

Empecemos por esa mente brillante de John Forbes Nash con sus claroscuros, destellos y contradicciones, en su denodada lucha contra la locura, en su historia personal, que no deja de ser conmovedora, en esa coincidencia, señalada por Karl Jaspers entre el genio y la locura, lo que no excluye que haya psicosis estúpidas, al decir de Alfredo Moffat. 

UN LOCO GENIAL, UNA LOCURA ESTÚPIDA 

 

La experiencia vivida por Nash en el transcurso de su existencia, en su duración en el tiempo, no estaría exenta de sufrimiento y espanto, en la subjetividad del propio  matemático y de su familia; Nash no vivió en un jardín de rosas.

En la revisión biblio y videográfica encontré un valioso documental, titulado en inglés, A Brilliant Madness, dirigido por Mark Samels para la televisión y estrenado en el 2002, un año después de la cinta argumental de Ron Howard, que me pareció magnífico para comprender con más profundidad la psicopatología de esa mente tan compleja del premio Nobel, en tanto este film sin dramatización alguna, me resulta muchísimo más documentado que el biopics del 2001, al que agradezco que, al menos, me diera conocer la existencia de John Forbes Nash, un perfecto desconocido para mí hasta entonces.  

Podríamos pensar lo que ocurre con lo que los psiquiatras llamaríamos personalidad previa, el desencadenamiento psicótico y cierta estabilización ulterior dentro de su biopsicopatografía. 

 

PERSONALIDAD PREVIA  

Nash era un joven promisorio, con grandes dotes, lo cual hiciera que se le ofrecieran las mejores opciones educativas en el contexto de unos Estados Unidos de América, dispuestos a auspiciar a todo aquel, que demostrara poseer un gran talento intelectual y pudiera colaborar a través de la ciencia y la tecnología con desarrollos, que sirvieran para poder defender a los connacionales de la amenaza nuclear en circunstancias históricas como la Guerra Fría, secuela del conflicto armado de la Segunda Guerra Mundial, en medio de una sociedad pavorizada, casi a punto de gritar:   

- ¡Ahí vienen los rusos! - un imaginario tan extendido y estimulado por el propio gobierno, en una nación sobrecargada de ansiedades persecutorias, como, tan bien, las satirizaría un director como Norman Jewison en 1966, a partir de esa exclamación, siempre a punto de brotar de los labios de cualquier ciudadano americano, para nada tranquilo con la que empiezo este mismo párrafo, en una comedia desternillante, que nos haría reír a carcajadas.  

El pequeño John Forbes nacido en Virginia en 1928, siempre daría señales de ser un niño superdotado, al igual que Kaczinsky, con una gran facilidad para el aprendizaje, aunque con una vida de relaciones bastante empobrecida al ser un niño y un adolescente raro, de muy pocos amigos, bastante apegado a una madre sobreprotectora, quien debía sentirse una privilegiada, orgullosa y satisfecha en su narcisismo por haber dado a luz a ese geniecillo maravilloso, honra y prez de la familia, que generaba la envidia de sus compañeritos de estudios, quienes reaccionaban con una mala uva, que los llevaba a decirle que tenía un cerebro de gusano como respuesta a la arrogancia estúpida del chiquillo, que mantendría en su juventud, ya que no solo era víctima sino a su vez victimario, dado el desprecio hacia los demás chicos, lo que nos demuestra que ese chivo expiatorio, acosado por el bullying, en la medida que no era ninguna flor de violeta ni de batatilla, famosas por su sencillez, ni fruto que come mono cuando declaraba que él no quería a los otros, ni ellos a él, al ser un hijo de su madre, trofeo para una mamá, que se ufanaba de él, como si fuera su falo, como símbolo de poder y dominación.  

Ya, en el colegio, razonaba con una lógica singular, muy diferente a la del sentido común de sus condiscípulos y profesores, con una gran eficacia y rapidez en sus resultados, con su propio modo de resolver problemas, por decir algo, mediante una lógica “alógica”,  desconcertante para los demás; de donde surgía su expectativa interior de convertirse en el mejor, en todo un as, lo que, a su vez no dejaba de ser irritante para los otros chicos del entorno, a los que, por otro lado, tanto de niño y adolescente, John Forbes despreciaba; en tanto y en cuanto se creyese un verdadero non plus ultra, portador de esa recomendación a la Universidad de Princeton de sus antiguos profesores del tecnológico, donde había estudiado, que rezaba así:

Aquí tienen a un genio de las matemáticas.  

 

Tales palabras le abrirían inmediatamente las puertas de ese gran centro académico, donde contaría con profesores como John von Newman y Albert Einstein.  

El primero era ya un estudioso de la teoría de los juegos desde 1928,  año de nacimiento de su alumno, con sus aproximaciones a la matematización del juego de ajedrez, que tanto interesaría al joven recién llegado, tras su invento de un juego fáctico, diseñado con bases matemáticas perfectas.

De ese modo, Nash se convertiría en un conocedor e investigador de las matemáticas en los juegos estratégicos, como el ajedrez, las damas, el Othello y sus inventos el Hex y el Go, para después avanzar hacia  los juegos con varios jugadores como el póker y el tute con la baraja española, dado su interés en saber algo de lo que no se había ocupado el pensamiento convencional, en principio, cuando dos competidores se enfrentaban en un juego en el que había dos contrincantes, lo cual, luego le abriría la inquietud en torno a los juegos con más competidores. 

En el primer caso, si uno ganaba el otro perdía; aunque el asunto se complicaba en el segundo caso; lo más interesante resultaría ser debido al hecho de que estas consideraciones y conclusiones tenían su aplicación en economía, finanzas, política, en la evolución biológica, al parecer con un modo de transmisión simple de lo que llamarían el punto de equilibrio de Nash, concepto. que sería presentado hacia 1950, con lo que emergía, en el campo del conocimiento, un desarrollo matemático sorprendente y revolucionario, con aplicación en otras áreas del entendimiento, un asunto que sorprendería aún al propio autor.  

Más allá de la ciencia de los números y del cálculo, Nash se dedicaría a hacer un doctorado en filosofía, como ciencia de las ciencias, y se trasladaría a Massachussets, a Boston, para ser docente en el MIT, donde todavía desplegaba su soberbia como si fuera un verdadero pavo real.  

Allí sólo interactuaba con gente, que él considerara de un nivel intelectual como el suyo, dado su particular egocentrismo, que lo  hacía sentir la medida de todas las cosas, un rasgo, que, si bien no era agradable para sus colegas, éstos lo toleraban por ser vos quién sois en  el terreno de las matemáticas, un sabio deslumbrante; de tal modo, Narciso no daba su brazo a torcer.  

Sin embargo, empezaría a tener una relación afectivo-sexual con una enfermera, quien quedaría embarazada del profesor; pero éste no estuvo dispuesto a acogerlos ni a ella ni al niño, que llevaba dentro, ni siquiera cuando el bebé nació; el genitor les dio entonces la espalda a ambos; la mujer decepcionada siguió luchando por su hijo hasta que, cargada de dolor y con una herida profundísima en su corazón, para que el chico sobreviviera, no encontró otra alternativa que llevarlo a un orfelinato, para cuando ella estuviera en mejores condiciones de brindarle algo más seguro a ese hijo de sus entrañas.  

Este vástago del sabio siempre estuvo convencido de que su madre había tratado de brindarle el mayor cariño al matemático, quien no estaba en condiciones de recibirlo, dados su engreimiento y autosuficiencia, por causa de su narcisismo patológico. Así, nadie sabría que el profesor emérito tenía un hijo hasta que el genitor no reconociese su paternidad, como lo haría hacia el final de la vida.

Pero allí, en el MIT, Nash tendría una alumna, una salvadoreña, estudiante de física, Alicia Larde, mujer joven, muy atractiva, extranjera, además, que no era una chica  del montón, pues soñaba con convertirse en la Marie Curie latinoamericana: a la vez, que  ella misma se sentía muy atraída por ese galán, todo un prodigio, joven, buen mozo, quien parecía ofrecerle un futuro muy, muy halagador, para una pareja “tan perfecta”,  puesto que, ambos eran bastante ambiciosos de conocimiento, afinidades electivas, que los llevarían a ambos al matrimonio en 1957.

La teoría de los juegos había quedado en el trastero; pero, Nash desde que llegara al MIT, se deleitaba con las matemáticas puras desde la geometría algebraica, que era como bucear en las aguas más profundas de ese campo del conocimiento, que el joven había elegido, al igual que las ecuaciones diferenciales parciales, saberes en las que nuestro hombre haría importantes innovaciones, que, a los ojos del mundillo matemático, se convertía en un súmmum de perfección en el terreno de lo numérico; pero, con todo, él no se sentiría satisfecho ante ese yo ideal, que él se había construido, tan  

inaccesible, como un horizonte utópico, lo que dejaba, en él, el regusto amargo de una depresión narcisista, con una representación de sí mismo infravalorada, pese al reconocimiento social con el  que contaba; entonces, se enfrascaría en la resolución de la hipótesis de Riemann, una suerte de Santo Grial para quienes se dedican a las ciencias  matemáticas, labor, que se le convertiría a Nash en una tarea tan exigente,  que lo llenaría de angustia y estrés, que terminarían por producirle un  verdadero agotamiento psicosomático; el investigador se sentía demasiado  viejo para emprender tan magna aventura; mientras por lo demás, Alicia  estaba embarazada y esperaban un hijo, tensiones que harían reventar al  yo del joven, de manera que emergería un estallido que dejaría a cielo  abierto su inconsciente, con la manifestación de la otra cara del doctor Nash, sobresaturado de ansiedad, miedos e inseguridades, que desencadenarían una trágica metamorfosis, todo un calvario para él mismo, su familia y colegas.  

Hablaremos en el próximo número del desencadenamiento del proceso psicótico en esta mente genial.