Volver a Mujercitas 

Volver a Mujercitas


Por Jorge Urrutia

Catedrático Emérito

Universidad Carlos III de Madrid

 

Louisa May Alcott fue una novelista norteamericana del siglo XIX (1832-1888) que obtuvo un éxito prolongado con su novela Mujercitas (Little Women), de 1869. De su fama son muestra las adaptaciones cinematográficas, unas mejores que otras o con mejor suerte. Perdidas las dos versiones tempranas, de 1917 y de 1918, la más famosa es la de George Cukor, en 1933, con Katharine Hepburn espléndida en el papel de Jo, la hermana escritora. En 1949, Mervyn LeRoy incorporó a una Elisabeth Taylor radiante como Amy. La directora australiana Gilliam Armstrong dio fuerza, en 1994, al personaje de la madre, interpretada por Susan Sarandon, mientras que, con Winona Ryder,  hacía de Jo una joven contradictoria. No conozco la versión “modernizada” en 2018, de Claire Niederpruem, ni la de Greta Gerwig, de 2019, que, parece ser, altera el orden narrativo del libro.

Las ediciones de la novela en muchas lenguas son numerosísimas. Suelen aparecer en colecciones de las consideradas femeninas y juveniles, muchas veces acortadas. No siempre los lectores sabemos que tenemos en las manos obras expurgadas, por los motivos que sean, y nos hacemos idea equivocada del libro. Así sucede, por ejemplo, con Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, considerado libro para adolescentes porque se suele leer la edición incompleta de 1914, cuando es una obra durísima, plena de crueldad y erotismo, en la edición de 1917. Ninguna advertencia se le hace al comprador del volumen en la librería o en la propia cubierta.

En el caso de Mujercitas, libros y películas proceden de la segunda edición, de 1880, que ya suprimió capítulos, suavizó el léxico y eliminó episodios[1]. Se simplificó la obra de Alcott, enferma entonces y probablemente con los derechos de autor acordados, para afirmarla como una historia de las aspiraciones reguladas femeninas.  El éxito fue inmediato y grande, según Frank Luther Mot, en Golden Multitudes. The Story of Best Sellers un the United States (1947), el libro vendió dos millones de ejemplares en los Estados Unidos.

El matrimonio parece ser, en la novela, la única razón para la mujer. De ahí que las interpretaciones feministas de la novela de Alcott que hoy se hacen resulten generalmente tan forzadas. La independencia de la mujer sí aparecerá claramente, en cambio, en otra novela, mucho menos conocida pero trascendente Trabajo (1873). La lectura de la obra en su edición no expurgada, permite comprender que, aunque sin pretenderlo, la autora escribió una novela fundacional, no por su defensa del país, que se da, ni porque presente alguna reflexión sobre su organización política o busque una definición histórica, sino por su defensa del matrimonio heterosexual y de la familia, sobre los que se construye el futuro de la nación. Como queda claro en las intervenciones del profesor Bhaer, que enamora a Jo, la religión no solo debe imponerse a la razón sino que, con esta, “las viejas creencias que tanto tiempo habían perdurado parecían nuevamente mejores que las nuevas”.

La cursilería propia del siglo XIX, pero agravada en las sagas impresa y fílmica de la versión de 1880, ha alejado Mujercitas del canon. Apenas si se la cita en los manuales de historia de la literatura pero, pese a las suspicacias heredadas, resulta refrescante entrar en este grueso volumen. Es una novela doméstica o familiar (género casi inexistente en la narrativa decimónica en español), situada en un país en una guerra, que solo se apunta en el relato salvo por la larga ausencia del padre, herido en el campo de batalla. La cuestión racial, tan importante 17 años antes con La cabaña del Tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, apenas tiene aquí peso directo. No solo estamos en el norte, en Massachusetts, sino que el filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson había escrito, en 1843, que el abolicionismo, como otras tendencias sociales, se convirtió pronto en una mercancía que se usaba en provecho propio. Aun así, el abolicionismo y los derechos de la mujer se discutían unidos.

Emerson fue uno de los “schollars” transcendentalistas que se reunían en la Granja Brook, de Concord (entre ellos Amos Bronson Alcott, padre de Louisa May), otro fue Henry David Thoreau. Allí está la casa familiar de la novelista (que puede visitarse), y aquí y allá en el texto hallamos opiniones y planteamientos lejos de lo vulgar. Mujercitas es más de lo que las colecciones juveniles y el cine nos han entregado. No está de más reivindicar esta novela, como ejemplo de la crueldad que practica el mundo literario.

Citar a Emerson, fundador del pensamiento estadounidense, con referencia a la novelística de Louise May Ascott ni es baladí ni significa comulgar con el pensamiento trascendentalista. Las obras literarias no tienen por qué defender explícitamente una teoría filosófica o política, pero se conciben en un contexto que siempre deja huella. Así, en el caso de las novelas de Alcott, cuyos personajes actúan según un concepto de mundo desarrollado en Concord, el pueblo donde vivía.

Mujercitas transcurre a unos 40 kilómetros de Boston, el corazón del pensamiento de Nueva Inglaterra. En Concord, W. E. Channing, autor de un famoso sermón sobre el  cristianismo unitario (1819) y de Observaciones sobre la literatura nacional (1823), buscó reunir a un grupo de reflexión, compuesto en su mayoría por clérigos liberales egresados de Harvard, en la granja Brook (¿Es casualidad que el preceptor de Laurie, “joven serio y discreto, con unos hermosos ojos marrones y una voz muy agradable”, que se casa con Meg en Mujercitas, se llame Brooke?). Otros proyectos comunitarios se desarrollaron allí, como el de la familia Alcott, que describió con ironía la misma Luise May en Fruitlans. Una experiencia trascendental (1873). En ese grupo de “scholars”, eruditos o intelectuales, figuraron Emerson, desde 1834, A. Bronson Alcott, en 1840, y George Ripley, que tendió hacia el socialismo. Hawthorne, autor de La letra escarlata, llegó en 1841, y Thoreau, había nacido allí, donde escribió Walden, aunque sólo permaneció en la granja seis meses y aprovechó la experiencia para La granja de Blithedale (1852). El diccionario Webster, en 1828, definía “scholar” como persona eminente por su erudición. También poetas místicos, como Jones Very. 

En este ambiente se educó la autora de Mujercitas. Las lecturas que se citan en la novela muestran que las protagonistas siguen la literatura importante del momento y aquella que la fundamenta. Se preocupan por el ensayista inglés Samuel Johnson: leen La historia de Rasselas, príncipe de Abisinia (1759), consultan su revista The Rambler (1750-1752 y la biografía escrita por James Boswell en 1791.  Del siglo XVIII conocen también El vicario de Wakefield (1776), de Oliver Goldsmith, o Evelina (1778), de Frances Burney, novela que influyó sobre Jane Austen. Conocen “Ivanhoe” (1819), de Walter Scott, comentan Los papeles póstumos del Club Pickwick (1836-7), Oliver Twist (1839), o David Copperfield (1850), de Dickens. Obras coetáneas —Louisa May nació en 1832— son El heredero de Redclyffe (1854), de Charlotte M. Yonge, uno de los primeros best-sellers de la literatura americana, y The wide, wide world —El ancho, ancho mundo— (1850), de Susan Warner. Jo, la escritora, se refiere a Sartor Resartus (El sastre sastreado), del inglés Thomas Carlyle, obra que se distancia del idealismo alemán, en la prensa inglesa desde 1833 pero el volumen lo publicó en Boston, precisamente, Emerson, en 1836. 

El libro sobre cuyas peripecias juegan las cuatro hermanas, es El progreso del peregrino, obra ascética del puritanismo inglés publicado por John Bunyan en 1678. De enorme popularidad, defendía, a través de una compleja construcción alegórica, una interpretación no canónica de los textos sagrados. La peregrinación conduce desde la Ciudad de la Destrucción a la Ciudad Celestial, a través del Pantano del Desaliento, la Puerta Angosta o de la Buena Voluntad, y un camino vigilado por leones que comprueban la fe del cristiano; rodea el Castillo de las Dudas y atraviesa, al fin, el Río de la Muerte. Las cuatro hermanas de Mujercitas juegan a ello desde la bodega de la casa hasta la buhardilla. Más tarde, la Ciudad Celestial será la casa del joven Laurie, deseado y deseante, y su padre podría parecer un león.

Emerson despreciaba a quienes no valoraban los libros por su relación con el entorno vital. La vida debe conocerse por experiencia y no por referencia. La lectura no puede ser escuela de vida, sino proyección de la vida, puesto que lo más importante es la confianza en sí mismo y la independencia del espíritu. El lector de “Mujercitas” no dejará de comprender que la novela rebosa de ascetismo, decisión y una querida naturalidad. Una novela que hemos minimizado.



[1] En español contamos, afortunadamente, con una traducción de la edición original, publicada por Randon House con motivo de los 150 años de la novela.

Jorge Urrutia, Catedrático emérito de la Universidad Carlos III de Madrid. Anteriormente desempeñó otros puestos docentes de lengua y literatura españolas, desde el lectorado de la Universidad de Estrasburgo (Francia) a la cátedra de la Universidad de Sevilla.

Ha sido profesor invitado en universidades extranjeras. Fue Director Académico del Instituto Cervantes de 2004 a 2009, luego de haber sido el director de su centro en Lisboa, entre 2000 y 2002.

Decano fundador de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, ha sido Premio Nacional de Traducción y está en posesión de la Medalla del Instituto de Cultura Puertorriqueña y de las Palmes Académiques por su contribución al conocimiento de la cultura francesa.

Ha sido uno de los primeros introductores de la reflexión semiótica en España y, con esa visión, ha llevado a cabo estudios no únicamente sobre textos literarios, sino también sobre cine, teatro y otros aspectos de nuestra cultura. 

Como poeta, su obra es muy significativa entre los auores que se dan a conocer a mediados de los años sesenta del siglo XX, debido a su culminación simbolista, después de haber buscado una conjunción de la poética del lenguaje y la del compromiso a través, especialmente en los libros de los setenta, de una escritura vanguardista. Un volumen colectivo preparado por reconocidos especialistas en literatura estudia detalladamente su obra poética bajo el título El mar de la palabra. La poesía de Jorge Urrutia (Madrid: Biblioteca Nueva, 2011). En sus textos en prosa, como La travesía o las dudosas memorias tituladas De una edad tal vez nunca vivida, cuestiona los límites genéricos, escribiendo textos en la frontera entre el ensayo y la creación. 

www.jorgeurrutiagomez.com