Antología I


Se difuminan las luces

 


Se difuminan

las luces en la franja

de la hora cero.

Más allá, el infinito,

ruptura de los sueños.

  

Carlos López, Guatemala


 

             Polo a tierra

 

En aquellos tiempos

creí que sólo la poesía me salvaría.

 

Y ahora,

con las pruebas

del silencio y la estridencia

lo entiendo

lo sé

soy salvo;

fe sin erratas

frecuencia de la palabra en la carne

verbo que sumerjo en la herida.

 

En aquellos tiempos

sólo la poesía era salva,

región de espinos

reino sin poderes,

sin embargo

tan ancha como el cielo

al cual nunca ascenderé.

Fabricio Estrada, Honduras



Única posesión

 

A todo hombre

le llegará el día

en que su única posesión

serán las fechas.

 

Las almacenará por las noches,

y quedará viendo el tiempo

pasar inerte detrás de una puerta.

 

Armando Maldonaldo, Honduras



Sueños perdidos

 

A veces creo que todo se ha perdido,

Que los sueños quedaron allá lejos.

Que habrá que comenzar de nuevo

La construcción de la torre y reparar

Del puente los tramos caídos,

Y filtrar toda el agua con la tela de araña

Y lavar todo el aire con los gritos de un grillo,

Para que no arrastre el hombre cansado

Su sombra como un trapo raído,

Ni se sienta jamás en el pecho

El perfume de un hueco vacío.

Jaime Buitrago Gil, Nicaragua




Ahora quiero ser árbol. Soy árbol. Quiero contar mi historia

aunque sea falsa. Yo crecí con los árboles y aprendí el lenguaje de las ramas y las hojas. En el otoño les pude

decir adiós antes de su sacrificio, de su lance hacia la nada de la tierra. Y me convertí en árbol.

Conocí la palabra marchita, la palabra piedra,

la palabra vieja. Nuevas sombras ofrecí a los hombres. Conocí el grito del leñador.

Y me fui abajo.

 

Javier Medina Bernal, Panamá



Habría que sembrar Girasoles

A Vincent Van Gogh

Habría que sembrar girasoles

a lo largo del camino,

sembrarlos en la tierra,

en la ciénaga, en el barro,

plantarlos bajo el odio,

como se planta el fuego.

 

Habría que sembrar girasoles

aunque la tarde prosiga

con su rumor de polvo.

La caverna está en el centro,

y tras los días, los girasoles

subvierten al desprecio,

pero habría que sembrar girasoles, digo,

—no por insistencia—

sembrar girasoles con afán

de prolongar partidas,

regarles la noche con ajenjo,

cubrir de arena la sorda vida.

 

Habría que sembrar girasoles de pesadumbre,

de tallos largos que sostengan

la gravedad del hombre,

sembrarlos a lo largo del camino,

plantarlos en los techos de las casas,

en todas partes, con su luminosa forma.

 

Si hacemos esto,

de aquí a veinte años,

aprenderemos a dar abrazos a las piedras

antes de arrojarlas al Sol.

 Francisco Ruíz Udiel RIP, Nicaragua



Beautiful Boy

 

Yo no podría saber

que la poesía

era algo del tamaño de tus ojos.

 

Que se puede encontrar

el absoluto

en dos manos,

pequeño.

 

Que tu risa de

niño que no entiende

explica muchas cosas.

 

Yo no sabía tu nombre

y sin embargo

cantaba a la alegría

que sería abrazarte,

vigilar tus sueños

y otras cosas tan grandes

que ni siquiera precisan

de un poema.

 

Yo no sabía

que este no morirme

era para vivirte.

Para vivirnos,

hijo.

 

Felipe Granados RIP, Costa Rica



23. himno

 Mitad del padre camarada

cuando imita al Adán que el mar sorbiera

en su casco vacío

Dylan Thomas.

mi papá me dijo —no bailés reguetón

 

fosforesce y la nevera es mano abierta

papá no dice que un alma necesita swing

no dice y recuerdo, que el swing es el ahora

no dice y recuerdo, que el pescado raspa la grieta

en la que prende vela el himno eufórico

del miedo

 

una secuencia, un escenario verde pastel

una sensación de bruma en la lengua

no dice que a las seis de la tarde

llega la x que marca el compás

de muchachos entrando al parque con un ipod

y en lugar de cuerpo el swing

de muchachas con ventana a cuestas, vaya

dolor de piel pegada a tierra de paso

agua, isla, cruz, símbolo, pandilla y virus; oí, jefe

vos no me dijiste

que hoy la nevera haría himno la sobriedad

la calma animal del silencio inhóspito hecho

de vasos de Coca-Cola, de cumpleaños radioactivo

de heroína fósil y olvido

de visita a las cinco a una sex shop

el techo, el vapor, cánticos, cánticos

oh, cánticos, mi ruco me dijo —no bailés charlestón

no cantés nunca

las baladas que he cantado

 

veo que atardece, padre, y recuerdo que dijiste

«el amor te va llegar a las cuatro en un baile»

y como los cantos descompuestos

el ansia pone el corazón del sueño en la radio:

 

la mortaja, la melancolía, las películas de terror

las manos entrelazadas, suspendidas, en la niñez

valen más que una prohibición

y todo eso vale más que la vida

Wingston González, Guatemala


 

Traducción libre de un tema inédito de Chan Marshall

                             i

Arrancaron la hiedra. De raíz.

No les fue fácil, sin embargo.

Emplearon podadoras,

palas y guantes para no lastimarse.

Esa hiedra que tardó años en cubrir

la pared al fondo del patio.

Aferrada al concreto, parecía resistirse.

Era su territorio.

Si hubiera podido hablar

no lo hubiera hecho,

habría gritado,

no hubiera perdido el tiempo

en hacerlos entrar en razón

porque el objetivo de esta mañana

era cortarla, ver la pared lisa, perpendicular.

La hiedra dejó marcas

como huellas de ave pequeña,

similares a las que dejan en la arena

los pájaros marinos.


Tenías dieciséis en esa foto,

atrás la hiedra crecía como un cáncer.

Sin simetría, con determinación.

Dieciséis y ya sabías lo que las manos no alcanzaban,

lo que era tu nombre escrito en tinta china,

lo que era una canción repetida hasta dormir,

despertar con ella.

Sabías de esta ciudad de tullidos,

obesos y descompensados,

condenada a la pequeñez.

La hiedra nada sabía de eso pero crecía detrás tuyo

en la misma foto

donde aún tenés dieciséis

y ya la pared está totalmente verde,

cubierta por la hiedra que no sabe lo que nosotros sí.

Por eso pueden cortarla de raíz, con esfuerzo pero con éxito.

Al sol le da lo mismo,

igual cae directo sobre la pared

donde no está tu sombra.

Ni la hiedra.


ii

La lluvia sobre tu nombre escrito con tinta china, ¿recordás?

Empezó a correr sobre el papel,

sin simetría, con voluntad propia.

Como lo haría una hiedra en la pared

donde alguien hubiera podido tomar una foto

a la niña de dieciséis, que ya no era niña,

obsesionada con la palabra deformidad,

dormida escuchando la misma canción

que ya es difícil precisar de dónde proviene

si de adentro o de afuera

yellow hair / you are such a funny bear

Y las cosas que crecían sin saber nada de esto.

Durmiera o no la niña, crecían, como el cáncer.

La hiedra también. Entonces el nombre se convertía en otra cosa:

una mancha negra sobre papel,

como una enfermedad

o la idea que tenemos de la enfermedad.


La hiedra en cambio

no tiene ideas.

Si se enferma, muere.

La niña tiene ideas, se enferma, muere.

Pero la hiedra estaba sana,

seguía creciendo,

empezaba a invadir la casa del vecino.

El vecino tullido que vive con su madre,

la madre obesa,

la familia descompensada

que tenemos de vecinos.

De todas formas, la cortaron de raíz

aunque estaba sana, de un verde temperamental.

No porque tuviera ideas la planta

sino por cosas que explicaría mejor un biólogo o un botánico

o tal vez la gorda de al lado

que vive hablando de su jardín,

del jardín y de la voluntad de un dios

que le envió un hijo tullido

como castigo tal vez,

por obesa,

por gorda,

por solterona,

por vecina,

por que sí.


Porque no hay razón para nada,

un día algo está sano,

la mañana siguiente lo arrancan de raíz.

Un día se tiene dieciséis

y la vida es una extensa playa en la tarde,

la arena tatuada con huellas de pájaros marinos.

Y ese momento dura lo que dura

una canción que se repite

hasta entrar en el sueño

mientras lo demás sigue creciendo,

dentro y fuera,

en silencio,

lejos de la simetría,

con determinación.

 

Luis Chaves, Costa Rica


 Designios

 

No sé cómo planeó mi padre

hacerme llegar aquel poema de Dalton

envuelto en su pergamino

de visita a Tierra Santa.

César, mi hermano,

los trajo anudados a su alegría

y me pidió guardarlos

bajo el vidrio de la memoria.

 

"Se marchitan -me dijo-

golpean como hojas sueltas

de un otoño setentero."

 

Aquel día supe

que mi destino sería igual

al de un árbol con oficios muy particulares:

mientras todo el bosque marchitara,

yo, crecería con los despojos

como un frondoso y único

paraíso de nostalgias.

Fabricio Estrada, Honduras


Plegaria del espíritu cansado

 

preferiría un tiempo de escribir

sin lánguidas lunas, ni soles, ni misticismos

que presagien eclipses;

 

una profundidad de paz sin sus abismos

(las estrellas habitan el abismo).

 

Una profundidad sin estrellas.

 

Francisco Larios, Nicaragua


                Ultimadamente

 

Juro que estoy aquí por razones de fuerza mayor

Incluso contra mi voluntad

Pero que me obligan las circunstancias de mi vida

Y la paternidad de estos versos.

 

Declaro que los recitales de poesía

Deberían ingresar al protocolo del trato inhumano a las personas

En primer lugar a las que leen

En segundo a las que escuchan

En tercero a las que se los pierden

Y en último lugar a las que siempre se equivocan de actividad

Y llegan preguntando a qué hora empieza el concierto.

 

La poesía misma es tan contaminante

Y a la vez tan poco rentable

Que siempre estoy tratando de olvidarla para no dejarla en paz.

 

Quisiera decir que fui llevada a esos lugares de lectura

Bajo serias amenazas

Pero lo cierto es que ni siquiera fui por dinero

O necesidad

Sino porque las palabras me intoxicaron

Antes de dar el primer paso

Y creí ciegamente

Que la mala vida me llevaría directo a la buena literatura.

 

Y cada vez que leí en público

Tuve la odiosa sensación

De que a todos nos sobraba ropa y nos faltaba un tubo

Y de que el exceso de luz en la sala

Se debía únicamente a mi falta de honestidad.

 

Qué daño puede hacerme ya la poesía

Si fue quien me dejó

Sin dios y sin marido

Sin patria ni carrera

Sin el menor interés por la belleza

Que no sea masculina

Sin el menor talento para la codicia

Que no sea la de estar conmigo adonde quiera que voy.

 

Juro que tengo muchas ganas pero ya no tanto tiempo,

Si no, encantada.

Humildemente, se los digo:

Ya es hora de tomar el camino más corto

Y volver a casa.

 María Montero, Costa Rica



 Casa 

 

Casa. Vivir en el paréntesis. Vivir en el mientras tanto.

En la cuerda extendida y horizontal.

Entre dos puntos

:

No ser la equilibrista. Ser la cuerda, la cuerda misma.

En su punto más céntrico e inestable.

 

Casa. ¿Cómo se habita eso?

¿Quién vive en una?

Que me muestren.

Aquí duele. ¿Dónde duele?

 

Aquí. En la falta de puertas y ventanas.

En el patio donde habita un zorro pero no viven las plantas.

En la sala repleta de migajas y de manchas.

 

¿Dónde duele?

Aquí duele.

En esta encrucijada.

En esta esquina azul debajo de las luces blancas.

 

Un tema busca un tema, como diría Chantal Maillard,

y al tema le falta una casa:

no sabe por dónde empezar a llorar. 

Gema Santamaría, Nicaragua



Paseo en la casa de los padres


En la casa de la infancia

hay un sueño escondido

y no lo encuentro

busco los días iluminados que me ciegan

como cuchillo que se clava

huella de eterna humanidad.

Sigo las voces por los corredores

y me descubro eterna

mientras me consuelan en silencio

como un gesto alto.

Como si se tratara de cenizas

que me calientan

el hueco de la mano infantil

y me cantan con golpes de puerta.

Son los rostros de esta casa

que me hablan,

y mis padres son los guardianes

de lo perdido

olvidado por otros.

Hay sombras de fantasmas

en esta casa

de habitada vida feliz

donde encontré el paraíso. 

Marta Leonor González, Nicaragua



 Videojuegos


Soñé que jugaba a la pelota,

Y desperté al ver mi cabeza

Pasando por el aro.

Crecían bosques de cometas

En mi cabeza cortada,

Y me sorprendía verlos desaparecer,

Como muertos en un videojuego.

Dormido recogí la cabeza encendida,

Y con ella le prendí fuego a los árboles

Que habían sacado sus manos,

Para escribir todos mis libros.

Quise inmolarme como un monje,

O desaparecer tras un espejo roto.

Entonces pasó volando un cometa,

Muy parecido a mi cabeza cortada,

Y desperté frente a la pantalla.  

Alan Mills, Guatemala


 

tengo un número inexacto

de cosas en mi cabeza

 

quizá porque carezco de memoria

y siento la nostalgia de mañana

 

tengo los sueños que me hacen hablar dormido

también un dolor sistemático que llaman sensibilidad

 

tengo amigos que van conmigo hasta la madrugada

 

soy el padre que no tuve

 

también el naufragio

solitario

 

a veces tengo mi combustible

lo sabes

la poesía

 

mis rodillas sostienen a mi hijo

y mis manos levantan gruesos libros sagrados

 

ten

recibe este poema y jamás lo olvides 

Javier Payeras, Guatemala



Vengo desde lejos,

Traigo en mi ropa y en mi andar,

Polvo, raíces, lluvia y viento,

El sol de otras tierras,

La sombra de otras nubes,

El aroma de otras flores,

La sed de un río

Viejo y olvidado,

Traigo mi propia semilla,

Cosechada por mi mente

En mis manos,

Traigo paz y cansancio,

Y en mi rostro,

Los mil rostros de la vida y de la muerte,

Traigo luna,

Traigo sol,

Día y noche,

Y entre la lluvia que cubre mi paso,

Llego al templo que tanto he buscado,

Pero este templo es intangible,

Y no necesito de ojos para verlo,

Necesito paciencia,

Necesito calma para revelar su secreto,

Para entrar en su silencio,

Para vivir en él,

Para ser como él,

Y terminar mi camino.

Roberto Becerra, Honduras



Antes de llover

 

Yo me soy y debes tener eso en cuenta al irte conmigo

no produzco lunas ni persigo a nadie y me muero cada día.

Yo me estoy mucho tiempo acompañado de un poema

una canción y varias a veces a ratos de una perra agonía

que ladra un chubasco cuando quieren tocarla

y se orina de felicidad cuando llegas bajo la lluvia.

 

Enrique Delgadillo, Nicaragua



El ojo atrapa

el sendero del humo.

El cigarro llora su ceniza

y se consume como el llanto del tambor:

¿me consumo también cuando suplico

más vida como sombra,

o sombra tras palabra

en la que existo y ardo?

 

El humo oculta ojos y miradas.

Entre el cigarro y yo

se erige la frontera invisible

que separa tiempo y vida

cuando el deseo se revela en otra luz.

 

Porfirio Salazar, Panamá


 

Borrasca

 

Hoy que los días enturbian tu nombre

con la bruma infame de la lejanía,

que tu recuerdo es ardor que se esconde

tras el dulce roce de una letanía...

Espero atento el llamado

de un viejo amanecer perdido,

tras el iluso efugio

del olvido...

Soy un sarcasmo abominable y terrible

de lo que pude haber sido

y me retuerzo entre el abrazo amable

de los versos que escribo...

 

Alfredo Aráuz, Nicaragua


 

Recuento

 

a este corazón

ya no le caben más heridas

ya en el lado izquierdo del pecho

han hecho nido todas las derrotas

 

ya me acostumbré a sus cuchillos

 

en la soledad hay un perro

que lame en silencio

la costra de sus batallas

 

Osvaldo Sauma, Costa Rica