Escritoras centroamericanas siglo XXI

ESCRITORAS CENTROAMERICANAS EN EL SIGLO XXI: 

IDENTIDAD Y GÉNERO EN LA CONSTRUCCIÓN DE UNA POÉTICA TESTIMONIAL

 

                                                                               Por Concepción Bados Ciria

                                                                        Universidad Autónoma de Madrid

            La literatura centroamericana constituye, desde hace unas décadas, uno de los focos de atención de la crítica especializada en el contexto del hispanismo, sobre todo por la proliferación de voces femeninas que se han abierto un espacio en el contexto literario internacional.[1] En ese sentido, los Estudios de género promueven, cada día con más éxito,  la repercusión que la producción literaria femenina centroamericana tiene, tanto en su entorno, como en ámbitos más lejanos. Es el caso de las tres escritoras objeto de este estudio: Lety Elvir, Elena Salamanca y Helen Umaña, quienes, de acuerdo  a los presupuestos de la crítica literaria feminista,  presentan la confirmación de una identidad femenina que se construye  mediante la subversión de una realidad social regida por criterios androcéntricos. En consecuencia, las tres escritoras se sirven de estrategias retóricas propias para expresar experiencias heterogéneas, todas ellas generadoras  de significados transformadores del universo simbólico dominante a partir de motivaciones comunes: me refiero a la incidencia en sus vidas de las terribles dictaduras, las continuas guerras civiles y la profanación sistemática de los derechos humanos.[2] De ahí que, siguiendo a la crítica chilena Nelly Richard, sea imposible separar lo personal, lo político y lo teórico a la hora de interpretar  la producción literaria de estas escritoras centroamericanas, la primera hondureña, la segunda salvadoreña y la tercera hondureña y guatemalteca a partes iguales. [3]

Si los últimos decenios se han caracterizado por la reordenación de los mapas sociales, políticos, económicos y étnicos del planeta, no es menos cierto que  han sido testigos de la eclosión en los espacios públicos de grupos emergentes. Uno de los más notables es el integrado por las escritoras que han roto fronteras y han marcado diferencias en este planeta dominado por la globalización y los avances tecnológicos. Resulta evidente que la creación literaria femenina ha tenido una participación prominente en el proceso de empoderamiento de las mujeres de distintas etnias y grupos sociales a lo largo y ancho de la esfera terrestre, gracias a la intervención de los Estudios de Género que han promovido el establecimiento de conexiones identitarias a partir de textualidades individuales, con el fin de integrarlas en una perspectiva histórica universal.[4]


Lety Elvir

           La poeta y narradora hondureña muestra una notable soltura tanto en el verso como en la prosa.[5] Los poemas de una etapa juvenil, publicados en Luna que no cesa (1998), dan cuenta de una identidad femenina que pugna por abrirse paso en su camino, aunque para ello tenga que enfrentarse a los estereotipos tradicionales aprendidos. Así, en el poema Caperucita, el yo lírico se afirma en una identidad femenina que se realiza a través de la entrega amorosa. Los poemas publicados en Mujer entre perro y lobo (2001) exponen, sin ningún pudor, la cruel realidad de un yo lírico escindido entre el deseo masculino y la realidad femenina.[6] En Imperfecta dama, leemos: Él quería tener/ mujer con día y noche/mañanitas de aderezo/ domingos de pastel./ Una cocina blanca/paredes  sin agenda/ mujer de azúcar/ovejita de algodón./Pero ella solía ser/ metáfora al ajillo/ ambigüedad al tiempo/ agua entre las manos/punto de fuga en el retrato del despiste/ sexo y amor/ imperfecta dama/ mujer entre perro y lobo (39). En cuanto a los poemas presentados como inéditos, escritos a partir de 2008, es inevitable relacionarlos con el conflictivo contexto sociopolítico hondureño, en el que Lety Elvir, como escritora y profesora universitaria, se ha visto involucrada, muy a su pesar, al tomar partido por José Manuel Zelaya.[7]

            De la zozobra y la angustia experimentadas por el yo lírico testigo de unos acontecimientos injustos y terribles se da cuenta en los poemas “La historia rota”, “Murallas de amor”, “Ustedes” y, muy especialmente, en el titulado “Algunas íes sobre el golpe de estado”, un poema a todas luces testimonial.[8] El yo lírico se erige en denunciador de los acontecimientos vividos, al tiempo que relata detalladamente las tropelías llevadas a cabo por los enemigos de la democracia, aquéllos a los que únicamente les mueven las ansias de poder. De este intenso y dramático poema, firmado el 21 de octubre de 2009, destacamos los versos siguientes porque sorprenden, tanto por el tono acusador, como por el deseo de renovación inherente a la voz lírica:

Para entonces

ya se habían adueñado de gran parte del país

de las aceras, las plazas, puertos y universidades

de las urnas, las armas, los ríos y los mares

de los surcos del espacio, los Mass Media y del aire

de la leche de la infancia y los Derechos de las mujeres

del Código del Trabajo y la Constitución de la República

de las tierras de indígenas, campesinado y garífunas

de las fichas de los jugadores y la sobriedad de los hombres

de los trapitos de la justicia y los  legisladores

de los aeropuertos clandestinos y también los oficiales

(pero no pudieron robarse la alegría

la esperanza

el ejemplo de Morazán y Lempira

Visitación Padilla y muchas más (73).

            Tras la enumeración de los distintos espacios ocupados por el tirano, el poema concluye con unos versos que invitan  a la resistencia, al rescate y a la renovación del país. Pare ello, es pertinente la evocación de tres figuras históricas que se aúnan para conformar la multicultural identidad hondureña: de un lado, Lempira, el cacique indígena que resistió a los conquistadores españoles; de otro lado, Francisco Morazán, el caudillo reformador de los países centroamericanos tras la independencia y, por último, Visitación Padilla, considerada una pionera del feminismo en las primeras décadas del siglo XX en Honduras. Los últimos versos expresan  la capacidad de supervivencia del  país:

Y a pesar de tanta sangre derramada

sobre el pavimento, la maleza, los cañales

sobre la tierra polvorienta o en postas policiales

sobre el piso de alguna cárcel o casa de torturas

en el sótano del Congreso, en ambulancias u hospitales,

este pueblo se levanta, camina y marcha

sobre el siglo XXI

resiste, se enoja y canta

rescata Honduras

y renueva al mundo (74).

       Los poemas de Lety Elvir descubren a una escritora comprometida con su realidad social, abierta a la disección de los asuntos privados y, sobre todo, de los públicos, de aquéllos que afectan a los individuos como integrantes de una colectividad. Como contrapunto, la prosa que se plasma en los cuentos pertenecientes a la colección Sublimes y perversos (2006), refleja los entresijos más íntimos y secretos de unas identidades femeninas que se caracterizan, principalmente, por ser sujetos sexuales, es decir, porque confirman sus diferencias con el sujeto masculino mediante la expresión,  sin trabas,  de una sexualidad intensa, rica, sin límites ni obstáculos. La crítica feminista Consuelo Meza afirma  que estos cuentos se presentan como un laberinto donde los personajes femeninos subvierten y trastocan el orden patricarcal; también invitan a la sororidad, a la complicidad,  a la alegría y al gozo de ser mujeres.[9] El cuento “Un asunto de olores y honores” narra el desencuentro entre Sara y Adriano, cuando la alegría ante la llegada del primer hijo de la pareja se torna en discordia porque Sara es incapaz de vivir su estado como algo ideal, tal y como la tradición ha venido imponiendo durante siglos para las mujeres. No puede soportar el olor a pollo frito, y lo peor, es que el propio Adriano lo transpira, de manera que  le provoca vómitos a Sara cada vez que se le acerca. Lo trágico es que el olor a pollo frito tan asfixiante para Sara se halla relacionado con los rumores “que circulaban y decían que las mafias de narcos y asesinos de pollos se habían  apoderado de la nación,  las pruebas se basaban en que las drogas y las comidas rápidas a base de pollo frito se vendían por doquier” (82). Bien por el temor, bien por la duda o la sospecha, lo cierto es que Sara repudia el contacto con Adriano, quien termina abandonándola. Ella se queda sola cambiando pañales, aunque se reconoce feliz y tranquila en su soledad.

            El cuento “Comunes y corrientes” plasma la horrible experiencia sufrida por Helen ante la infidelidad de su primer marido. Para evitar futuros abandonos, ella planea una extraña artimaña que pone en práctica con su segundo esposo, Lorenzo. Tras someterse a una liposucción, encarga que se hagan, con su propia grasa, todo tipo de jabones que pone al alcance de su esposo con la intención de poseerlo a cada instante y de no dejarlo solo ni un minuto, evitando así, la tentación de la infidelidad. Por último, el cuento titulado “Diario de guerra: el diario de Rebeca” plasma la construcción de la identidad de Rebeca, su protagonista, a través de distintos encuentros sexuales con hombres y mujeres. Finalmente concluye aceptando una soledad que no solo le va a procurar disfrutar con plenitud de sí misma físicamente, sino que además, le va a permitir dedicarse a la escritura de su diario íntimo sin que nadie venga a importunarla ni a descubrir sus secretos. Rebeca escribe en la entrada del 31 de diciembre de 2003: “Es agradable la sensación de sentirme sola en la privacidad de mi habitación, sin espías, sin tener que mentir hasta en mi diario íntimo; ahora sí podré escribir solo para mí, dejar el diario en cualquier lugar, abierto en cualquier página o en cualquier renglón a medio comenzar. Este diario queda abierto…” (80). En definitiva, la escritura de Lety Elvir confirma la experiencia fundamental del ser en busca  de la singularidad, de la infinitud, de la trascendencia anclada en lo cotidiano y en lo problemático de la materia; las conflictivas relaciones humanas y  las contradicciones que conlleva el esfuerzo por la supervivencia se inscriben, tanto en su obra poética como en la narrativa. Ante todo, los personajes femeninos de Lety Elvir son seres sexuados, orgullosos de su cuerpo y abiertos al erotismo, unos personajes que rompen definitivamente los estereotipos tradicionales establecidos durante siglos por la ideología patriarcal.


Elena Salamanca

            La joven poeta y narradora salvadoreña se sirve del quehacer literario como de un aliado para caminar buscando soluciones a los conflictos existenciales; también,  para aprender a vivir en medio de una realidad social adversa en la que, como mujer y escritora, se ve obligada a romper con los límites impuestos por un orden cultural establecido desde la mirada masculina.[10] La afirmación de una identidad femenina con raíces históricas y literarias propiamente dichas  es un proyecto que se inscribe plenamente en los poemas que Elena Salamanca publicó en el año 2011 bajo el título Peces en la boca. La serie de poemas incluidos en “Sor Juana en el espejo” propone, en consonancia con las propuestas feministas, la identificación de Salamanca con una de las precursoras literarias más notables del ámbito hispánico. Por otro lado, el espejo como motivo literario en el que se refleja la imagen de Sor Juana superpuesta a la de la joven poeta salvadoreña promueve la construcción de una nueva identidad femenina  que lucha por saltar las prescripciones patriarcales con el objetivo de afianzarse como mujer autónoma e independiente. En el poema “Bodegón con Sor Juana”, la voz lírica habla en primera persona, en femenino, mientras invita a otras mujeres ávidas de participar en los manjares inherentes al bodegón con la fuerza, el deseo y la resolución inscritas en el tiempo futuro de los verbos del poema. El deseo de transformación y renovación se plasman de este modo en el poema:

 Morderé la fruta.

Mancharé los baberos de encaje que tejí por tres siglos como la araña:

siempre sujeta a la mosca, siempre sujeta al aire.


La fruta escurrirá por mi boca

como escurre la baba, como escurre la sangre.

Clavaré las uñas sobre los gajos de la mandarina:

mujeres que se abren en espera de dientes mayores que los míos.


Seré animal como el negro que carga la fruta en el mercado:

no lee vocales y nunca ha visto el sol.

Yo no bajaré el ojo, como el negro,

puedo ver el sol entre tus piernas.


Gajo de mandarina

has sido (153).   

            Elena Salamanca sugiere un toque irónico con resonancias históricas y culturales en su poesía, algo que muchas veces resulta imperceptible si no se conoce bien el contexto en que se producen. El relato titulado ID plasma una situación que remite a una realidad social en la que la violencia afecta al protagonista que, con apenas 26 años, afirma sacarse una foto para la muerte que será publicada en los periódicos: 

Yo veo hacia el frente, al lente de la cámara, y sonrío. Mi mejor sonrisa. La más amplia, con más dientes.

La fotografía del documento de identidad es la única que quedará después de mi muerte.

Cuando me maten, recogerán mi cuerpo y mis documentos. Meterán mi cuerpo en una bolsa negra y mi dinero en sus bolsillos. 

El documento de identidad dice cómo nos llamamos y qué tan profunda es la sombra debajo de los ojos. Cuánto hemos vivido y lo opacos que nos vemos en ese preciso momento en que somos un cuerpo en una bolsa (149-150).

            La escritura de Salamanca se dirige al corazón de los lectores, pero también al estómago, si tenemos en cuenta que reflejan un contexto cruel y violento que, inevitablemente, sugiere respuestas difícilmente digeribles. En su interés por la experimentación con el lenguaje y otros modos de expresión, Elena Salamanca se acerca a la fotografía y a las instalaciones en espacios abiertos con el objetivo de comunicar mejor sus emociones y sentimientos. Es frecuente el uso de  un tono conversacional que invita a la interacción acorde con los más modernos medios tecnológicos, de ahí la publicación digital de algunos de sus últimos libros, entre ellos, La familia o el olvido. Como ejemplo del intercambio entre distintos medios de representación,  leemos un extracto de "Fotografía escaneada de Irene y Pablo en Facebook”:

 Llevan diez años riendo de la misma manera desde esa escalera a la entrada de una casa de pueblo. Tienen el cabello hermoso y la sonrisa de la verdad.

Yo voy a verlos. Con algo de dolor y envidia. Y añoraré algo que no he tenido.

Yo voy a verlos. Hasta que el amarillo los coma definitivamente: primero, las hojas serán más verdes, de verdes más claros, casi amarillos; luego, los cabellos tan negros y hermosos, se teñirán de rubio, anémicos. Solo quedarán las bocas. Oxidadas.

Yo voy a verlos con algo de envidia: Nunca tendré una gran historia de amor: Mis fotografías son digitales (148). 

               La nostalgia de un pasado que permanece en la memoria mediante la evocación de  los objetos que han contribuido a la conformación de la identidad de la voz narrativa es un motivo recurrente en Elena Salamanca. Pero lo son, y con mayor fuerza, las figuras femeninas sobre las que construye su genealogía personal, como ocurre  en el relato que lleva por título “Usted”, incluido en el libro electrónico, La familia o el olvido.[11] En efecto, Salamanca realiza su propio autorretrato a través de su bisabuela, su abuela y su madre y, para ello, acude a la inscripción de asuntos relacionados con la sexualidad femenina reprimida a las mujeres a lo largo de su vida por razones de tipo religioso. El último capítulo, “Purísima”, persigue la desmitificación de las creencias,  imágenes y símbolos religiosos que durante siglos han castigado a las mujeres que han ejercido con libertad su sexualidad. Como contrapunto, la voz narrativa, se erige en una conquistadora de hombres que no se resigna a la soledad impuesta a las mujeres. Ella misma, la protagonista narradora, acaba identificándose con la imagen dolorosa de la Virgen de la Soledad en procesión por las calles,  entre miles de mujeres que la lloran.  La voz narrativa se reconoce como protagonista en una procesión llena de dramatismo, si bien el tono de escarnio se plasma con la decisión de la protagonista de romper con las mujeres que la precedieron. En el párrafo siguiente se ilustran dos perspectivas divergentes en cuanto al modo de vivir las relaciones amorosas: 

Detrás de la virgen, los únicos viejos del pueblo empujan la carreta que arrastran solo una vez al año. Nunca había muerto una vieja el día de La Soledad.

Corro, los alcanzo.

Las viejas voltean, me miran, me reconocen, se lanzan a mis pies, caen, se arrastran, limpia mis zapatos, se aferran a mis piernas, besan mis manos, me tocan el rostro, me halan el pelo. Lloran.

Lloran, gimen, aúllan.

Lloran.

Lavan mi cara con su llanto. Mejor habría sido nunca comprender por qué lloran. No haberlas recibido en mis brazos, no haberlas olido, podridas.

Una vieja me dará una vela y me arrastrará adelante de La Soledad. Yo soy también la virgen y cada uno de los siete puñales se clavará en mi pecho como un hombre equivocado (170-171). 

               En definitiva, Elena Salamanca cultiva una escritura llena de imágenes sugerentes, definitivamente subversivas por cuanto cuestionan prácticas culturales históricas y religiosas establecidas durante siglos por la ideología patriarcal dominante. La construcción de significados alternativos femeninos en un contexto particularmente problemático como el salvadoreño, sugiere, como no podía ser de otra manera, la necesidad de rescatar la participación de las mujeres en la lucha por constituirse como sujetos independientes y libres, mientras se enfrentan a un contexto que las empuja a vivir sometidas de acuerdo a roles tradicionales ya superados.  No cabe ninguna duda de que Elena Salamanca  consigue  ser para sí misma  a través de la literatura.

 

Helen Umaña

            Nacida en Honduras, Helen Umaña ha vivido entre Guatemala y Honduras, dos países que se reflejan de manera cruda y trágica en el poemario Península del viento (2000). La “Contextualización necesaria” que precede al poemario, creemos, a manera de aclaración sino de justificación, pergeña la génesis de unos poemas que, como su autora indica,  son evocaciones de las vivencias dolorosas provocadas por la represión militar acontecida en Guatemala en 1981, hecho que la obligó a exiliarse en Honduras, su país de nacimiento, hasta el año 2011.[12]  La poeta confiesa que una vez en el exilio, sintió la urgente necesidad de expresar la realidad vivida y para ello escribió diversos poemas entre 1982 y 1986, aunque los relegó, por considerarlos de escaso valor,  a un rincón de su escritorio. A su reescritura, con vistas a una posterior publicación del poemario titulado Península del viento se refiere de esta guisa: 

Sin embargo, en enero de 1999, al reorganizar mi casa, escondido en cientos de papeles  de toda índole, encontré el legajo amarillento. Empecé a leerlo y percibí cierto valor testimonial que, aunque personal, también entrañaba una situación colectiva […] La mayor parte de los textos sobrevivieron sin ninguna modificación, tal como los conocieron, por los años ochentas, algunos amigos. En esencia, el libro corresponde, pues, a este período (9). 

            A tenor de estas palabras, no cabe duda de que para Helen Umaña la poesía es un medio que le ha permitido, como a otras muchas escritoras, aunar lo personal con lo colectivo y, por lo mismo,  lo privado con lo político,  con el fin de denunciar una realidad que contradice la impuesta por la historia oficial de un país, es decir, la establecida por la ideología dominante en el poder. En este sentido, Península del viento es un poemario que viene a integrar el amplio y esplendido corpus de la conocida como “literatura testimonial”, un género literario nacido en Latinoamérica con el objetivo de hacer visibles en formato escrito—a partir de narraciones orales—las situaciones de exclusión y represión ejercidas, por razones de etnia, sexo o clase social, sobre determinados sujetos de una comunidad.[13] Rigoberta Menchú, Ana María Rodas, Claribel Alegría, Daisy Zamora,  Clementina Suárez, Margarita Carrera, o Gioconda Belli son algunas de las escritoras centroamericanas que han destacado en las últimas décadas en esta modalidad literaria, aunque con resultados muy diferentes. En este sentido, Isabel Aguilar asegura en el estudio preliminar a Península del viento, que la producción testimonial femenina se aleja  de los códigos académicos con que se define a este género  porque “buena parte de ese otro testimonio de las mujeres es una literatura escrita sin mediaciones intelectuales, y surge desde una voz individual que proviene y da cuenta, o denuncia el espacio privado”.[14] Sin duda alguna, los poemas de Helen Humaña se adhieren a la propuesta defendida por Isabel Aguilar, puesto que ella, como las escritoras centroamericanas mencionadas más arriba, así como las seleccionadas en esta antología participan de un denominador común: la denuncia de una realidad política particularmente hostil para el desarrollo adecuado de sus identidades, no solamente en la esfera privada y personal, sino también en la colectiva y pública.

            En cuanto a la forma, el poemario Península del viento se presenta integrado de tres partes bien distintas, las cuales se complementan entre sí. La primera, bajo el título “El círculo de hierro” incluye seis poemas que reflejan el origen de la situación de terror vivida por el yo lírico. A destacar el poema “Crónica de la infamia”, en el que se  citan con nombres y apellidos los caídos para siempre en la lucha contra la tiranía. La voz lírica expresa, a modo de letanía, el deseo de que los muertos permanezcan vivos para siempre,  a través de su evocación en estos versos:

 

La sangre impregnó hasta las piedras.

Su voz clama en el desierto:

Que nada quede oculto.

Que se escudriñen los recuerdos.

Que se ubiquen los fragmentos soterrados.

Que surja la palabra

y restaure la memoria.

 

Sólo así

se apaciguarán los huesos

violentamente desgajados.

 

Sólo así

la sangre llegará al lugar de su quietud (191). 

                Los poemas que componen la primera parte están escritos en su mayoría en versículos, lo cual contribuye a plasmar un tono de solemnidad cercano a la plegaria. En contraposición, la segunda parte del poemario, con el título “Los pájaros violentos” está compuesta de veintidós poemas, muy breves, los cuales transmiten a modo de destellos rápidos y fugaces, la angustiosa situación personal del yo lírico. En efecto, en estos versos fugaces, se retrata la propia poeta alejada de los suyos, condenada al exilio y,  por lo tanto, destinada a vivir en la soledad obligada de quien, como superviviente de una catástrofe, no puede regresar al espacio original convertido en un paraíso perdido. Títulos como “Sobrevivencia”, “Ponerle cadenas al mar”, “Pregunta”, “Desarraigo”, “Envidia”, “Paradoja”, “Contrapared” sugieren emociones reprimidas, también obsesiones acentuadas, si bien por encima de todo sobresale el dolor que imprime la soledad en medio de lo cotidiano de la existencia. Como ejemplo, el poema titulado “El punto límite”: 

El aroma del geranio

mordía

en cada uno de tus pasos.

 

En tus ojos

el mar

dibujaba sus abismos.

 

Luego,

el golpe de la noche.

 

E1 duro aprendizaje de la cama solitaria (208). 

            Sin duda alguna, este poema remite al ámbito personal y privado del yo lírico, colectivo por la ausencia de marca de género y condenado a vivir en una soledad impuesta, pero no por ello desprovisto de la necesidad de amar y ser amado. En el mismo sentido se expresa en el poema “Sin tregua”: 

Dejé encendido el fuego de mi casa.

Al caminar,

trituré pedernales con los dientes.

 

Toqué los muros del silencio

y en carne viva me comió la soledad.

 

Después,

la lucha

para matar el frío

y volver tras las huellas de mí misma.

 

La necesidad

de reinventarme cada día (224). 

            A tener en cuenta en este poema que la marca del femenino se presenta como un indicador de un sujeto lírico determinado: es una mujer que ha sobrevivido al desastre, que ha luchado por sobreponerse a la soledad devoradora, que prosigue su camino, a pesar de las dificultades, con la conciencia de su propia capacidad de recrearse a sí misma. Se podría decir que estos poemas preconizan, en cierto modo, los que componen la tercera parte del poemario, bajo el título “El nivel del mar”. Tras el arduo camino recorrido, el yo lírico parece anhelar el descanso, el bálsamo capaz de aliviar sus heridas, aunque de momento solamente sea una utopía. Lo cierto es que el agua es el motivo más recurrente en estos poemas; un dato significativo, ya que este elemento, caracterizado desde las culturas más antiguas por sus dotes de purificación, pero también de fecundidad, es invocado por la voz lírica para confirmar su esperanza en un futuro que nace cuando se expresa el deseo de iniciar el retorno al centro del origen. No de otra manera se puede interpretar el poema “Agua sobre agua”: 

Descifraste mi signo

en la alta oscuridad del mar.

Y en la hora precisa

Fuiste

ala y estruendo,

pez,

en busca de su centro.

Agua rotando sobre agua (236). 

            El yo lírico convertido en agua gozosa, por fin, sugiere una imagen característica de la escritura femenina; a su manera, Helen Umaña expresa la necesidad de creer en la conciliación por medio del encuentro amoroso. Como ya dijimos más arriba,  la reinvención mediante la alusión a la utopía deseada es un rasgo común a las escritoras que componen esta antología. Porque, si bien la poesía de Helen  Umaña es  realista, descarnada e incisiva, como no puede ser de otra manera, cuando su intención es ofrecer el crudo testimonio de una realidad política que aniquiló a miles de sus ciudadanos y la obligó a un exilio de más de 30 años,  lo cierto es que los poemas escritos en “El nivel del mar” transmiten un atisbo de esperanza y de gozo al final del viaje; y ello gracias a la ternura y al sosiego que se imponen entre los gritos y los golpes de los versos más oscuros y dolorosos.

            En definitiva, las tres escritoras centroamericanas plasman en sus obras las inquietudes y los conflictos de su tiempo, y, en consecuencia, son  portavoces de un contexto geopolítico unificado por el dramatismo de las guerras civiles, las dictaduras implacables y otros hechos de índole socioeconómica que hacen inevitable una escritora de impronta testimonial; a su vez, estas escritoras del siglo XXI abordan sus poemas y narraciones rompiendo moldes en el plano de la estética y la forma, de manera que apuestan por textualidades transgresoras que buscan lectores activos, capaces de involucrarse  con unos escritos que no se complacen en el mero hecho de la publicación. Lety Elvir, Elena Salamanca y Helen Umaña son escritoras centroamericanas comprometidas con su subjetividad femenina y con el mundo que les ha tocado vivir, el de la violencia sistemática promovida por una cultura oficial que apenas deja resquicio para la libertad. De ahí que la respuesta de estas escritoras discurra, como no podría ser de otra manera, arropada en la retórica testimonial.



[1] Carmen Alemany Bay,  “Rompiendo moldes”, Mercurio, No 135, noviembre 2011, pp. 18-19.

[2] . Ernesto Calabuig, “Hijos y nietos del boom”, Mercurio, No 135, noviembre 2011, pp. 8-9.

[3] Nelly Richard , “¿Tiene sexo la escritura?”. Debate feminista: crítica y censura. México, año 5, Vol 9, 1994, pp. 130-140.

[4] Véase Magdalena León: “Poder y empoderamiento de las mujeres”. Región y sociedad. El Colegio de Sonora, México. Vol XI, No 18, 1999, pp. 189-197) y en “El empoderamiento de las mujeres: Encuentros del primer y tercer mundos en los estudios de género”. La ventana. Revista de estudios de género. No 13, Vol II, Universidad de Guadalajara, México, 2001.pp. 94-106.

[6] Lety Elvir. Mujer entre perro y lobo, Tegucigalpa, Litografía López, 2000.

[7] José Manuel Zelaya, candidato del Partido Liberal, fue elegido presidente de Honduras en 2005, aunque fue depuesto y expulsado del país tras el golpe de estado del 28 de junio de 2009. Este hecho ha sumido al país en un ambiente de extrema violencia entre los partidarios del presidente derrocados y sus opositores.

[8]. La paginación de los poemas y demás textos citados proviene de Voces de mujeres en la literatura centroamericana. Eds. Julia Barella y Concepción Bados. Universidad de Alcalá, Ediciones Críticas 03, 2012. 

[9] Consuelo Meza Márquez,  “Prólogo”. Sublimes y perversos. Tegucigalpa, Litografía López, 2006.

[12] Helen Umaña. Península del viento. Guatemala, Letra Negra Editores, 2004.

[13] Sobre literatura testimonial existe una amplia bibliografía: véase John Beberly en “Anatomía del testimonio”. Revista de critica literaria latinoamericana, 25, pp. 7-16, 1987. 

[14] Isabel Aguilar Umaña en “Testimonio sobre  testimonio: el otro, el nuestro”. Península del viento, Guatemala, Letra Negra Editores, 2004, pp.11-26.