Luis Chaves

            Luis Chaves (Costa Rica, 1969)

Ha publicado libros en Costa Rica, México, Argentina, España y Alemania. Entre otros, Los animales que imaginamos (Premio sor Juana Inés de la Cruz 1997), Historias Polaroid (2000), Chan Marshall (2005, III Premio Fray Luis de León, España), Monumentos ecuestres (2011) y la antología La máquina de hacer niebla (2012, Premio Nacional de Poesía Costa Rica). Además, las crónicas El Mundial 2010 - apuntes (2010), el libro de prosas 300 páginas (2010) y Asfalto (como poesía, 2006 / como nouvelle, 2013). La Akademie Schloss Solitude de Stuttgart, Alemania, le otorgó una de las becas “Writers in distress” del 2011. Fue becario del Programa de Becas de Creación Literaria 2013 del Colegio de Costa Rica. Recientemente fue elegido como residente del Programa de Artistas en Berlín para el 2015. Coeditor de la revista de poesía joven hispanoamericana Los amigos de lo ajeno. Desde el 2006 coordina en San José el Taller de Escritura Artesanal. Vive en Zapote con su esposa y sus dos hijas.

 


TRADUCCIÓN LIBRE DE UN TEMA INÉDITO DE CHAN MARSHALL

 

i

 

Arrancaron la hiedra.

De raíz. No les fue fácil, sin embargo.

Emplearon podadoras,

palas y guantes para no lastimarse.

Esa hiedra que tardó años en cubrir

la pared al fondo del patio.

Aferrada al concreto, parecía resistirse.

Era su territorio.

Si hubiera podido hablar

no lo hubiera hecho,

habría gritado,

no hubiera perdido el tiempo

en hacerlos entrar en razón

porque el objetivo de esta mañana

era cortarla, ver la pared lisa, perpendicular.

La hiedra dejó marcas

como huellas de ave pequeña,

similares a las que dejan en la arena

los pájaros marinos.

 

Tenías dieciséis en esa foto,

atrás la hiedra crecía como un cáncer.

Sin simetría, con determinación.

Dieciséis y ya sabías

lo que las manos no alcanzaban,

lo que era tu nombre escrito en tinta china,

lo que era una canción repetida hasta dormir,

despertar con ella.

Sabías de esta ciudad de tullidos,

obesos y descompensados,

condenada a la pequeñez.

La hiedra nada sabía de eso

pero crecía detrás tuyo

en la misma foto

donde aún tenés dieciséis

y ya la pared está totalmente verde,

cubierta por la hiedra que no sabe

lo que nosotros sí.

Por eso pueden cortarla de raíz,

con esfuerzo pero con éxito.

Al sol le da lo mismo,

igual cae directo sobre la pared

donde no está tu sombra.

Ni la hiedra.

 

 

ii

 

La lluvia sobre tu nombre

escrito con tinta china, ¿recordás?

Empezó a correr sobre el papel,

sin simetría, con voluntad propia.

Como lo haría una hiedra en la pared

donde alguien hubiera podido tomar una foto

a la niña de dieciséis,

que ya no era niña,

obsesionada con la palabra deformidad,

dormida escuchando la misma canción

que ya es difícil precisar de dónde proviene

si de adentro o de afuera

yellow hair / you are such a funny bear

Y las cosas que crecían sin saber nada de esto.

Durmiera o no la niña, crecían, como el cáncer.

La hiedra también.

Entonces el nombre se convertía en otra cosa:

una mancha negra sobre papel,

como una enfermedad

o la idea que tenemos de la enfermedad.

 

La hiedra en cambio

no tiene ideas.

Si se enferma, muere.

La niña tiene ideas,

se enferma, muere.

Pero la hiedra estaba sana,

seguía creciendo,

empezaba a invadir la casa del vecino.

El vecino tullido que vive con su madre,

la madre obesa,

la familia descompensada

que tenemos de vecinos.

De todas formas, la cortaron de raíz

aunque estaba sana,

de un verde temperamental.

No porque tuviera ideas la planta

sino por cosas que explicaría mejor

un biólogo o un botánico

o tal vez la gorda de al lado

que vive hablando de su jardín,

del jardín y de la voluntad de un dios

que le envió un hijo tullido

como castigo tal vez,

por obesa,

por gorda,

por solterona,

por vecina,

porque sí.

 

Porque no hay razón para nada,

un día algo está sano,

la mañana siguiente lo arrancan de raíz.

Un día se tiene dieciséis

y la vida es una extensa playa en la tarde,

la arena tatuada con huellas de pájaros marinos.

Y ese momento dura lo que dura

una canción que se repite

hasta entrar en el sueño

mientras lo demás sigue creciendo,

dentro y fuera,

en silencio,

lejos de la simetría,

con determinación.

 

                (de Chan Marshall, 2005)