Manuel Lozano

            
            Manuel Lozano (Argentina, 1965)


 Poeta, narrador, crítico literario, ensayista, profesor y licenciado en letras, Master en gestión educativa y Doctor Honoris Causa. Ha cursado estudios de literatura y lingüística en Europa. Es "Master en Historia de la Cultura Argentina. Es autor de quince libros (que van del relato fantástico y cuasi-fantástico al ensayo y la poesía), entre ellos: Libro de Amenemope (Bs. As., Torres Agüero Editor, 1987), La Línea y el Círculo (Bs. As., Ediciones Corregidor, 1988), Tratado sobre la Rotación de los Encantos (Barcelona, Libros de la Isla Iluminada, 1992), Las Caníbales, Jam Sessiom, El Enigma Silvina Ocampo (en edición), Bizancio bajo las aguas (en edición, Ed. Sudamericana, Bs. As.), Todas las noches me traías gardenias (autobiografía ficcional de Billie Holiday), entre otros. Por su obra ha obtenido importantes premios y ha sido traducido a varios idiomas.

PLEGARIA


Crucificado en el árbol de la ciencia del bien y del mal,
adormezco el llanto con rumores
que obstinan mi oficio de profanador.
Quítame el reflejo de este aparecido.
Herrumbrosa azucena, no dejes caer
la lúcida sangre del crimen.
En tu cueva de ahogados, él se viste de luto. 
¿Cuándo bajaremos?
En el declive encuentras el trébol venenoso,
los postigos raídos de esa puerta
que ya nadie abrirá bajo guirnaldas.
Linajes de fragmentos quemados
colocarían sobre el pedestal de la separación.
El labrador invoca la sombra derritiéndose
en las patas del lobo.
Nunca lo pliegues contra tu áspera carne de Adán.
Fueron largos años de exilio y migraciones.
¿Quién canta entonces prosternado en el jardín?
¿Y quién se trepa a su lápida futura
con el viento feroz entre los médanos?
Déjame la intemperie, la incerteza lujosa
del vuelo de la herida.
Arrópame en ese traje de lastimaduras.
¡Que no vean los gusanos a trasluz del rocío!
Hijo del desierto me llamaban.
Desfigúrame con alacranes de seda.



JACOBO FIJMAN

¿Quién escarba las huellas de un reino perdido
en el agua de cenizas?
¿Quién, la sombra que vaga en un eterno presente
en que pliego mis voces debajo de esta osambre
hasta la última resurrección?
Tuve entre mis dientes la cabeza de Dios:
inmolé sus harapos.
Oí al almendro, al arce, gemir a las sirvientas,
torturar a los locos, crujir hasta el aliento.
Ciudad perdida en el relámpago, en su frío:
algo rodó por el suelo.
¿Con qué fiebre de vigía infernal
abriste, desde mi noche, las puertas del peligro? 
El polvo de la fiesta es un adiós que no soborna.
¿Cómo pronunciaste los siglos que me traen estas aguas,
una alimaña en la sangre del sueño,
la roja idolatría en que me deshabito, y ardo,
y vuelvo con el resplandor de la muerte más lejos. 

Una malsana luz se encendió sobre mi cara
y no pude ya respirar.

 

 

LA TRANSFIGURACIÓN DE LOVECRAFT

Cuando no sean necesarios los jirones
del blanco esplendor de tu vacío en fuga
-el cercano en la piedad, tal vez el pavoroso-,
ni acariciar la mano ardida de la fiesta
porque aquello ha de cumplirse en esta brisa,
gotas del nombre escarchado bajarían por la piel.
Las telarañas del delirio se clavaron aquí
por tu languidez de espinas, pródigo errante.
La perpetua geometría
lame ahora el muelle donde embriagas
la caída fabulosa de los otros.
Hay una fosa de ausencia en el encuentro.
¿Qué estuche artificial acentuará las demoras,
si señalar el fuego es tu ley,
si cubrirte de escamas tu costumbre?
Oíste el himno:
¿Pero qué acantilado recibe a las mareas?
¿Qué pálido violín con raíces frenéticas
para el nadador de naufragios?
El feto desplegaría su hechizo.
Desertaste del hombre.
Fiebre, moscas y sueños.
Un tibio, dulce olor a crimen
reconoce en mí al desolado.

                        (De Mansión Artaud)