Ernesto Lumbreras


        Ernesto Lumbreras


Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1966. En el 2008 apareció Caballos en praderas magentas. Poesía 1986-1998, en el 2010 Numerosas bandas y en el 2012 Lo que dijeron las estrellas en el ojo de un sapo. Publicó  en 1999 Prístina y última piedra. Antología de poesía hispanoamericana presente (en colaboración con Eduardo Milán) y| El manantial latente. Muestra de la poesía mexicana desde el ahora 1986-2002 (en colaboración con Hernán Bravo Varela) en el 2003. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1992 por su libro Espuela para demorar el viaje (1993). En 2009 aparece su traducción de Museo de sombras de Gesualdo Bufalino y la antología Intersecciones, Doce poetas peruanos. Es autor del libro El ojo del fulgor. La pintura de Arturo Rivera (2001) y editor de la antología crítica en dos tomos La zarza rediviva. J.C. Orozco a contraluz (2010). En 2013 apareció Coordenadas de una inminente catástrofe. Cinco pintores mexicanos. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2004.


 


BORRONES DE UNA FILOSOFÍA BILIAR

 

Navegaciones que fueron y vinieron en noches de luto nupcial. Pensamientos de ira en tierra de nadie, contradanzas para alcanzar la noche que dejamos atrás. ¿Moribunda y lúcida? ¿compartiendo el mismo pantano donde un dios misántropo lava sus pecados veniales? En esos destierros, resulta musicalmente ridículo desear la muerte de otro. Conmovido por tamaña desolación, querría sinceramente disponer de las facultades de un jardinero de convento para disculparme de no abrir la puerta de mi casa y preguntar por la noche que dejamos atrás.

 

*

Pueblo de montaña: adulterios bajo la niebla.

 

*

 

Me he desvelado las últimas noches tratando de encontrar las raíces comunes entre el genio del bufón y el arte de cetrería. Entre las cordilleras y los océanos que los separan, después de escarbar y escarbar varios kilómetros cuadrados, desentierro el lazo común que los sostiene y define contra el olvido y la noche.

 

*

En cada ejercicio de anotar y borrar mis ilusiones se va formando una piedra filosofal. Se trata de una suma de mínimos sedimentos –noctámbulo de alguna fe− que da lugar a la pesadilla de buscarnos en los alegatos de sus bodas químicas: sinrazones para ir un poco más allá del final de las tierras vírgenes, toque de queda para un ilusionista venido de ultramar.

 

 

LO QUE DIJERON LAS ESTRELLAS

 

*

Hace muchos años jugué a derretir soldados de plomo para vaciarlos y fundir luego un dios pequeño. Cuando lo tuve en su bruta materialidad me esmeré en pulirlo, en procurarle un resplandor  cenital. Más tarde le impuse el nombre de Sargento de Salmones. Él es mi vigilia y mi agostadero de menta. Le asustan los relámpagos, los pechos de mujer a reventar, los caballos enanos. Con un silbato de ovejero lo llamo y nunca viene; sin embargo, lo  sé, él está conmigo, lo siento balbucear dentro de mí,  las palabras que nunca diré  para invocarlo

 

*

 

Yo tuve un incendio, aquí, entre mis manos. Como hablaba tanto le puse un coro de mariposas. Como soñaba tan poco me dejó ver su harem de muchachas dormidas. Con sus llamas azules me mostró el camino de espanto que hay entre pensar un rinoceronte (huyendo y ensangrentando) cultivos de algodón en algún lugar de Alabama y oír el ensayo de la banda de un manicomio rural en Sicilia. Si soy franco, tengo todavía una llaga supurando en todos mis dedos. No era la aurora ni anunciación alguna lo que abrigaba en ese entonces de las corrientes como de los aguaceros. Ni me hice rico ni me hice santo por guardar ese fuego que también preservaba un cerdo pinto y cuarenta y siete loros de Ipanema. 

 

 

EL JEFE DE LA ESTACIÓN DE TRENES, EN SU VEJEZ,

PASA REVISTA A SUS NOVIAS DIFUNTAS

 

Pasó la vida sin verme enamorado
de todas las muchachas. Las quería
corriendo tras el canto de los grillos,
excitadas y trémulas, perdidas
en la luz del rayo verde que rocía
mis mejores ensueños. Ya pasaron
y me dieron sus ojos para verlas
todos los días y todas las noches
desde la casa azul de mi deseo.
Aquí no duermo más. Siempre despierto
las oigo ir y venir como  a la lluvia
en las selvas del trópico. Muy lejos,
el pito del tren me vuelve a mis faenas.
Sin embargo las amo, bellas todas,
y no pienso dejarlas, vivo o muerto,
irse sin mí, llevando el pensamiento
de respirar el aire que las viste.
Corran, ríanse, canten,  busquen grillos.
Con sus ojos las veo. Con mis ojos
las veré irse, como a la primavera,
cuando vuelve al infierno. Tropezando 
con topos, con hormigas, con mis huesos,
algún día vendrán, aquí, conmigo,
a descifrar la música y los sueños
del agua que corre bajo la tierra.



LEÍDO EN LA BITÁCORA DEL ENCAMINADOR DE ÁNIMAS

LA NOCHE ANTERIOR A MI FUNERAL

 

Amarissimo brivido funebre davanti all'incendio sordo lunare.

                                                                                                             DINO CAMPANA

 

1

(cerco de alcoba)

 

Contemplemos un enfermo. Mitad desasosiego entre mangles. Mitad conjuro entre nieblas. Observemos su temblor de escarcha. Su entraña de árbol que arde. Sorprendámoslo en su llanto de cerdo. Este casto coronel supura lotos. Su memoria es sangre en la capa de un guardador de fronteras. Disimulemos el aguacero nocturno en su gloria, la aparición de hormigas en su voz muerta.


− Para mí es una larva:

  Conmoción, herrumbre, vapor.

 

 −Lo veo como un tizón en al agua:

  Su oratorio es cisma.

  Su corazón ostenta abedules.

  En su dehesa duerme un tejón.

 

                Para su fiebre un arroyo trae el alba. Habrá que pensar en santos óleos, entumida su alma en un bosque nevado. Esperemos la ventisca del huérfano, la damajuana de la viuda. Entre la noche que cierne el verbo encontraremos sus ojos: un flujo de alcohol asediado por luciérnagas.

 

 

5

(escritura de carbón)

 

Lo que escribo se parece al hecho de romper una piedra de carbón. Claro, entre una multitud de variantes quiero lo legible del golpe de mazo sobre ese mineral. Duro como la coz de un caballo sobre un fantasma. Transparente como la mordedura de un perro de aguas en mis genitales. No sé si mi escritura está en el sentido de la noche sin márgenes. Tampoco puedo afirmar que esta lámpara de carburo (camino dentro de un sueño de niebla) me conduzca hacia la desembocadura de un río.

                No es que hubiese propósito alguno desde la primera línea  de esta página. Tal vez un poco de ceguera, colinas peladas por la sequía, nidos abandonados. Ahora avanzo y alumbro los ojos de los animales. Quizás el movimiento de mis signos no tenga una progresión. Cegar una liebre en un pedregal tampoco la tiene. Ni siquiera partir una piedra de carbón y colocar sus fragmentos en el interior de esta linterna marca un destino.

                Escribo frases rápidas con temor de haber vivido poco. Sé que me engaño. Lo inútil de la memoria en mi caso reside en su paraíso artificial. Es un orgullo vacío imaginar el pasado como un sobreviviente a quien celebramos  en los días inmediatos a los de su hazaña.

                Por lo mismo, me pregunto ¿tendrá la realidad escrita una mejor vida que la que nos confiesa vivir? ¡Ah!, no lo sé, porque de golpe siento un estupor salino en mis pulmones.  Recuerdo que de niño miré desde una montaña el delta de un río. Aquello se parecía a una mano recogiendo caracolas en la playa. En este momento escucho un fluir y un respirar de agua. Escribo en mi mente:

                              

                               Un fulgor para el ojo del fantasma   

                               hay en la piedra de carbón.

                               Algo de mí se muere ahora que sueño.

 

 

9

                                                            Para Víctor Ortiz Partida

(veintisiete árboles amarillos)

 

 

Es un respiro la vida.

 

                                               Tal vez hay algo de cierto.

                                               La vida tiene mucho aire,

                                               Le sobra el aire. Los muertos,

                                               En cambio, bajo la tierra

                                               Escuchan allá a lo lejos

                                               El lento andar de una pompa

                                               De jabón. La vida es miedo

                                               De hallar el alma sin música.

                                               Yo lo sé. En el aire nuestro

                                               Pasa la muerte cantando.

 

Abedul o chopo blanco, el que mueve sus follajes soy yo. Dormí en el verano lo suficiente para inventarme una nueva vida. Aquí estoy, me sobra el aire, tengo preguntas duras, sueño armadillos. Quiera Dios quererme porque mi carne es también mi alimento. He venido desde otra noche, no sé cómo se llama una lámpara encendida en un pesebre. Pero me siento como en casa, a mis anchas. Revuelvo las estaciones con mis vivos, con mi boca de contar la agonía del amor pongo nombre a los caballos que pastan en estas llanuras magentas.

 

 

EL ENFERMO

 

Seducido por el vértigo de los naipes en la brevedad de sus encuentros. Inmerso en la pasión de un armadillo mirándose en los ojos de un galgo.

Cae sin presentirlo. Apenas balbucea la sílaba del horror y la mordedura de un lagarto le devuelve las piedras arrojadas a la superficie de un estanque en los días de su infancia.

Al despertarse deberá compartir los riesgos de un barco de papel asediado por una multitud de ranas.