Edgardo Lois | L. Manauta

            Edgardo Lois: un escritor hecho y derecho



Por Leticia Manauta

Periodista y escritora argentina



 

El cielo es más azul / y la noche más noche. / Se perfila un violeta / que muere en bermellón. / Hay una tibia calma / mirando los contornos.

 / Se fugaron los límites. / Un amarillo sepia / reina sobre todas las cosas. / Cuando llega el otoño / me acuerdo de papá.

Hugo Ditaranto

 

El autor de Miradas escritas al acrílico (relatos); La virutera (novela); Morir por Perón (novela) y tantos otros libros, suma a la literaria la tarea periodística en el diario Tiempo Argentino, en el periódico Desde Boedo, o en los últimos tiempos su magnífica página en El Debate Pregón de Gualeguay, ciudad de la provincia de Entre Ríos en la que habita desde hace dos años, aunque la ha adoptado como propia (volveremos sobre este pueblo más adelante).

Es casi una obviedad decir que ambas se complementan, se articulan, se alimentan. Algunos dicen que el periodismo mata a la literatura; descreo de esas afirmaciones: Roberto Arlt, Cesar Tiempo, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni, entre muchos otros, lo desmienten. Edgardo Lois es otra muestra de que el periodismo más que matar a la literatura le da sustento, personajes. Facilita soltar la escritura, ejercitarla. Entretejer la propia sustancia e imágenes con la de los entrevistados, los relatados de sus crónicas.

No es casual la cita del comienzo. En la obra de Lois hay entrecruzamientos que no esconde; considera al poeta Ditaranto (fallecido en 2013) uno de sus maestros y le dedica una nota muy especial en Tiempo Argentino; además de las coincidencias, ambos escritores tuvieron padres artistas plásticos. Es la imagen convertida en prosa poética otra de las constantes de Lois. “El compromiso ético con la palabra” es la enseñanza que rescata del poeta. Lo seducen esos recuerdos que le trasmitió el poeta sobre Elías Castelnuovo y aquel fantasmal Roberto Arlt mirado desde la altura de un niño en esa mítica Boedo (síntesis de Buenos Aires para nuestro autor): el periodista de las Aguafuertes porteñas y el escritor de El juguete rabioso y Los siete locos, este último de gran influencia en la obra de Lois.

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Todo eso está presente en Miradas escritas al acrílico, una mezcla de cuentos, relatos y testimonios de vida. Los va articulando y al mismo tiempo atrapando al lector en la telaraña de los relatos, que tienen una coherencia interna, a la vez que se entrelazan temáticamente unos a otros. Se va desplegando y mostrando, como en una tela de pintor, el mito de Buenos Aires y de una generación, aquella que produjo literatura en los años 60 y 70 de la Argentina, y que también son un mito personal de nuestro autor.

Allí desfilan, en los escenarios de San Telmo y Boedo: sus admirados y queridos maestros/as, aquellos con los que Lois tiene una fidelidad conmovedora: Lubrano Zas (escritor casi desconocido y muy olvidado); Rubén Derlis y Nira Etchenique (ambos poetas, muy porteños), y así otros, todos vistos con ternura e iluminándolos con generosidad amorosa, que es otra de las características de nuestro autor. Sentimiento que contagia a sus lectores y nos hace mirar a esos fantasmas como figuras luminosas, vivas, actuantes y talentosas. Como un director teatral que no trata de lucirse sino que sea el elenco el que lo haga. Allí la magia y la humildad de Edgardo Lois; lo hace asimismo con sus personajes novelísticos: la Muñeca Rusa, el Killer y tantos otros en La virutera; como así también la dupla de Felipe y El Griego en Morir por Perón. Pero Miradas escritas al acrílico editado en el 2006, nos sigue pareciendo como un punto de inflexión que marca ese estilo, que reitera en cada uno de sus artículos periodísticos, hable de otros escritores, de pintores o sencillamente comente una foto.

La presencia de la imagen se hace notable, quizá una explicación sea lo que dice de su padre: vivió tensando su paleta de pintor de gamas bajas: su manera de zambullirse en el óleo (Tensar la línea, foto, Tiempo Argentino 21/09/14). Una de las claves de su literatura es la claridad de imágenes y colores. De allí al libro Guía de Buenos Aires (una ficción): fotografías de Eduardo Noriega y textos de Edgardo Lois, publicado en 2011. En realidad debería decir poemas. Vaya un ejemplo: En la ciudad era de mirar mujeres. / Le gustaban las mujeres mayores que él. / Su mirada no era grosera, explícita. / Miraba como si acariciara, una especie de reverencia frente a la dama: Quiero que sepas que te miro, algo así se decía Antonio y avanzaba con confianza.

El mundo literario de Lois si bien es urbano: La virutera y Morir por Perón valen como ejemplos, en el fondo está ligado a un suburbio fantasmal que lo precede generacionalmente, algo que intuye el autor por debajo de esa urbanidad contundente. Una mezcla de la herencia arltiana, en el realismo y la imaginería; y en esa otra herencia de arrabales esfumados que son parte ineludible de la obra de Borges. Lois pasó su infancia en Martín Coronado, provincia de Buenos Aires, y esa ligazón con el conurbano todavía, en esos años, con horizontes de “yuyos y de alfalfa”, ese clima pueblerino que seguramente se recrea en su nuevo destino: Gualeguay (Entre Ríos).

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Será en esa búsqueda que Lois ahora vive en un pequeño pueblo, cerca de un río, donde ha hecho una gran cosecha de figuras artísticas como parte de su veta periodística; ha tenido activa participación en escribir sobre el mural que Gualeguay realizara en homenaje a sus artistas. Allí se encuentra con las imágenes de los artistas plásticos: Roberto “Cachete” González, Derlis Maddonni. Acerca de González (ya fallecido) habla con la hija y hace una introducción más que sugerente: Algunos padres (téngase en cuenta: otra vez se menciona un padre artista plástico) tienen la suerte de que su quehacer se guarde en la memoria de los hijos. Esta sociedad entre padres e hijos se da o se comienza a tejer a partir de la contemplación. Luego aparece la observación acentuada que termina, de manera inevitable, en una formulación de preguntas que lleva al hijo a la categoría de testigo irrefutable de la historia. Saber de mamá o saber de papá es un asunto que lleva toda una vida. Algunos hijos aceptan la invitación. (Marisa González: palabra de hija, El Debate Pregón 1/9/2013). Aparece así la cuestión de los padres, los biológicos que a veces son también los espirituales, pero luego en la vida se suman más padres, en este caso maestros de la vida y del oficio. Pero la cuestión de los hijos también se entreteje. Allí se entretejió mi amistad con Lois y seguramente la de Marisa González. En mi caso conocí desde niña al padre de Marisa, que era amigo del mío; a su vez no conozco a Marisa, sólo desde la panza de su mamá Lydia. Lois no conoció vivos ni a mi padre ni al de Marisa. Así los muertos y los vivos nos encontramos, intercambiamos recuerdos, memoria.

Mis vacaciones infantiles transcurrieron en Gualeguay y su río, era mágico, allí aprendí a nadar y a bailar en el Club Social. Allí me seducía el campo, las quintas, los árboles, las infinitas posibilidades de juego a la hora de la siesta para una niña citadina. Edgardo Lois, que es mi amigo, mi colega, podría ser mi hijo; sin embargo cuenta, por ejemplo, en la novela Morir por Perón la historia cruda y dura de una época en la que transité activamente, allí en esas páginas supe algunas cosas que por proximidad y contemporaneidad no las había registrado. Pero vayamos por orden, también en Gualeguay está el inicio de la poesía inigualable de Juan L. Ortiz; los poemas de Carlos Mastronardi y a partir de este último, nuestro autor nos redescubre la amistad entre el gualeyo y Jorge Luis Borges, y la admiración que Borges sentía hacia la poesía de Mastronardi. Curiosos los cursos del destino, el que se consagró internacionalmente admiraba a un poeta casi desconocido para la mayoría.

También Gualeguay es la prosa de Juan José Manauta, mi padre, de Amaro Villanueva y su prolífica obra, entre tantas, la historia del mate y la manera de cebarlo.

Lois también escribe sobre Manauta, ya que se instala en Gualeguay casi al mismo tiempo que esparcimos sus cenizas en el río; entonces en una nota que Lois escribe con lenguaje poético y tierno (no está de moda la ternura de un escritor hacia otro, será también una originalidad del mencionado) reproduce allí un texto de Manauta: Pero el gran recuerdo es el río, el río era un referente, uno aprendía a nadar mientras aprendía a caminar. (El Debate Pregón, 4/8/2013).

Será tal vez ese río inigualable desde la literatura y la plástica, cruel en sus viejas inundaciones, tierra de promisión y de hambre, quien siga alimentando de historias y personajes a nuestro autor. Escuchemos a Lois: Sangre (foto, Tiempo Argentino, 30/8/14): La sangre y su historia de río. El poeta viejo de exacerbado trago trata de mantener en pie su arboladura, la nao sobre la sangre, el río: su cauce.

Lois va a contracorriente de cualquier escritor con pretensiones de fama, de los pueblos pequeños a la gran ciudad, promisoria en publicidad, editoriales, mundillo literaturesco. Todo lo que Lois detesta, la vanidad capitalina,  desde lo que sus maestros-padres-maestros le enseñaron. A Ditaranto ya lo nombramos, pero reiteramos “maestro de ética”; pero falta el otro, también fallecido, Gabriel Montergous: “maestro de ética y oficio”, así lo titula en una nota en Tiempo Argentino, en el libro recordado: Nudos de hierro de Montergous, y en las charlas en el café/pizzería Tuñín de Rivadavia y Medrano en Buenos Aires. El sentido de la amistad honda y sincera hizo que Edgardo Lois llevara las cenizas de su amigo a la cima del Mogote Bayo en Merlo, San Luis, un lugar muy querido por Montergous.

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En relación a esta amistad escribió en 2005 La Caramba en 24 hojas (anotaciones en la Villa de Merlo, San Luis), será la voz de Maria Neder (escritora, periodista, amiga) la que nos definirá el contenido de este libro: La Caramba, la casa del escritor Gabriel Montergous (…) Cuadros de la memoria. Cuadros de pintores. Cuadros, allí aparece nuevamente ese otro referente de la literatura loisiana: la pintura. Por eso cita a Max J. Friedlander en su libro El arte y sus secretos: “al pintar apartamos la mirada de la naturaleza y realizamos una imagen de la memoria”, memoria de la infancia, memoria de la historia, memoria de la vida, memoria de la muerte. Seguramente la figura del padre y su paleta de ocres, como los cuadros que Lois tiene en las paredes de su casa gualeya. O lo que se trasmite con la sangre: Como el abuelo Julio, que fue poeta. (Tensar la línea, Tiempo Argentino).

Y sigue Neder hablando de La Caramba: Con Gabriel Montergous, Saramago, Orgambide, El Profe (todos los “profes”), Piazzolla, Lacreu, el carpintero, Agüero, los “viejos”… sosteniendo con un estilo intimista y cuestionador el desafío del latir de la vida. La vida late y corre por el torrente de la sangre.

Una de las claves en la obra de Lois es la impronta poética que desarrolla en libros y notas sobre fotos que se publican en Tiempo Argentino. Es como un amor imposible el que tiene con la poesía, aquel que se desdibuja en la bruma del tiempo lo que separa su prosa de la poesía; la transacción es la prosa poética, que cultiva con esmero, por eso demuestra en sus reportajes y notas una especial sensibilidad hacia los poetas (Mastronardi, Borges, Derlis, Ditaranto, Silber).

En especial con Nira Etchenique, que fue la esposa de otro poeta escondido: Mario Jorge De Lellis; amigos ambos de Juan José Manauta. Lois la conoció en el café Margot, ya en edad más avanzada y habla de ella también en forma poética y no de sus versos sino de su prosa: una novela Persona, que le hace decir a nuestro autor: El libro es un ser vivo que agita el espíritu, que deja sin aire; en lo personal siempre la tuve como poeta y a partir de esta nota encontré un viejo libro de cuentos de Nira: Sur que me dejaron sin aire y absolutamente impactada por este redescubrimiento; Edgardo Lois atrapa y se deja atrapar también en estos entrecruces, superposiciones de ficción y realidad.

Sus textos se reelaboran en otros más profundos, es así como Vampiros en la mitología de la tristeza o del exilio dentro de la misma casa (tango novelado), editado en 2002, será valioso en sí, pero es el primer escalón para llegar a La virutera (una noche de tango) editada en 2010. No existiría una sin la otra, aunque parezcan diferentes, aquí aparece el tango como mito, como manto que cubre a criaturas noctámbulas, agotadas y agostadas, ritmo y milonga, danza erótica pero con altos contenidos de tristeza y muerte. Me hicieron recordar unas palabras de Enrique Pichón-Riviere, (Conversaciones con Enrique Pichón–Riviere sobre el arte y la locura de Vicente Zito-Lema, ediciones 5): ...mi búsqueda ha sido saber del hombre. Y dentro de ello, saber de la tristeza, intuyo que allí está el fondo de todas las conductas especiales. El mismo autor afirma estas hipótesis sobre la tristeza como motivador de búsquedas: Del pasado sigo queriendo “Bitácora de lluvia” aunque hoy hago las cosas mucho mejor, pero en él deposité mi experiencia como librero y lecturas, también Buenos Aires, siempre triste... y agrego que eso se nota en sus personajes de La virutera, empañados tras el alcohol, siempre de olvido, siempre gris, y recuerdo la poesía de Manzi, vate insigne de la porteñidad. Y no se queda atrás Lois con algo que tenía escrito por ahí sobre otra de sus novelas: Miedo de almanaque: En una Buenos Aires actual, juega su suerte un extraño triángulo amoroso. Los personajes viven como si se supieran condenados por la realidad y los días: aceptan sus destinos sombríos como una maldición inevitable, es casi la letra de un tango, prosa-poesía-prosa, y así va tallando un estilo propio de la porteñidad que en La virutera logra otra inflexión: la barra como la frontera entre quienes mueven los hilos para que la milonga se alimente de profesores, de tragos, toda magia para lograr una noche de milonga, de acercamiento, donde el Impostor y el Killer recuerdan a los antiguos compadritos que se peleaban a cuchillo la mejor “mina”, la reina de la milonga, aquella Rubia Mireya, modernizada en la Muñeca Rusa, una genialidad de Lois en la construcción de este personaje femenino. Lucía Montero dice: Los seres en carne viva, los desolados, los mustios, los que llevan una pesada carga de odios y celos, los de la tristeza crónica (otra vez ella), todos sin excepción comparten el espacio de La Viruta con los fantasmas que la habitan y son movidos con maestría por los hilos del autor. Y agrego: a lo lejos suena un tango. También agrego: no hay nada para turistas en esta novela, ni una concesión al pintoresquismo. La de Lois no es una ciudad para turistas, aún aquí donde tiene a “la milonga” como protagonista indiscutida. Escrita en ciertos momentos con ritmo de tango, más lento, más lánguido y en muchos más con los compases de la milonga, festiva, cruel, desafiante, ni rastros de publicidad turística. Allí se sintetizan todos esos retratos de figuras marginales, predominantes en sus relatos: héroes de barrio, poetas casi secretos por lo desconocidos para el gran público, literatos fantasmas que concibieron la literatura como una “ceremonia secreta” con sacerdotes sacrificiales que ofician en un barrio: Boedo, que es como todos los barrios; los de Arlt, centro de la ciudad o conurbano; olor a pensiones baratas y cercos de magnolias donde apoyarse para robarle el amor a una muchacha. O el  Palermo borgeano, aquel de la “fundación mítica”, de un poema menos recordado: Las calles de Buenos Aires / ya son mi entraña / (…) / sino las calles desganadas del barrio / casi invisibles de habituales / enternecidas de penumbra y de ocaso / y aquellas más afuera / ajenas de árboles piadosos / donde austeras casitas apenas se aventuran / abrumadas por inmortales distancias, / a perderse en la honda visión / de cielo y de llanura. / (…). (Las calles, poema de Jorge Luis Borges, de Fervor de Buenos Aires, 1923).

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Seguramente Morir por Perón es el libro más ambicioso de Lois. Donde queda definido un lenguaje, una definición clara de personajes y una marca en el orillo, como lo señala la escritora y periodista Mónica López Ocón: Lejos de novelar el contexto histórico en que se desarrolla la novela, elige incluir directamente el relato histórico, sin ningún tipo de maquillaje novelístico. La historia queda contada en crudo, agrego “a tal punto” que al final del libro incluye la Bibliografía consultada para el relato, que también es una definición frente a la historia y a la literatura. Lois es tendencioso y eso está muy bueno, para nada pasteuriza o diluye la fuerza de ese torrente de sangre que se desencadena en la Argentina a partir de 1974. Otra vez la sangre, pero esta vez no como vida sino como muerte, muerte desaparecida, muerte exilada. Ya en el primer capítulo va a definir desde el narrador (se convierte en personaje, Felipe) qué es la memoria y al avanzar en los siguientes capítulos, la librería como la totalidad, el universo borgeano, Teufelo el Mago o quizá el representante de la post dictadura, acumula libros-mercancías y somete a Inés Pagani que cree ser deseosa del sometimiento. Podemos decir que nuestra dictadura genocida, la que cuenta (aunque relata otras) Lois no sólo dejó muerte, tortura, exilio, desapariciones, sino que mantuvo su preeminencia cultural durante mucho tiempo, recién en los últimos tiempos estamos dando duras batallas para superar esos condicionantes. Pero el mejor resumen es esa relación patrón-empleada; sometedor-sometido, Inés–Teufelo. Refleja sin decirlo que las patotas además de secuestrar gente, se robaban todo, entre otras cosas las bibliotecas, los libros, convirtiéndose estos en pura mercancía, convergiendo hacia el neoliberalismo que se va imponiendo como pensamiento único.

Felipe y El Griego, testigos de la sucesión de golpes y luchas populares; los caminos que se bifurcan, las experiencias juveniles; el que se va , el que permanece.

También puede ser la historia de la cultura peronista que se extiende como fondo de la novela; de nuevo los diversos planos pictóricos; color predominante el rojo de la sangre; la tensión de las luchas; el ruido de las bombas, la Plaza de Mayo como eje de encuentros, desencuentros, bombardeos, muerte y resurrección de la lucha popular. Mariano Larra como expresión de la derrota, del borde casi entre la miseria y la tumba; la inevitable decadencia de los años y vivir de vender la biblioteca, esa es la metáfora más clara de esa derrota.

Hemos tratado hasta aquí de navegar por los ríos que nos propone Edgardo Lois en su obra, que es prolífica y eso es parte de “la ética y el oficio”, de aquello que le vino en la sangre y de lo que aprendió de sus maestros. No hay cierre porque Lois está en pleno proceso creativo, ya mediando una nueva novela y semanalmente nos encanta con sus columnas en El Debate Pregón o en Tiempo Argentino.