Susana Szwarc | J. Ariel Madrazo

Acerca de La mesa roja de Susana Swarc

 


PorJorge Ariel Madrazo

Poeta,narrador y traductor argentino



(La Mesa roja, antología personal de la obrade Susana Szwarc narrativa y poesía, hasta el 2012, libro publicado por Desdela gente) presentado en el Centro Cultural de la Cooperación).

 

Detrás, o por debajo, de laescritura de Susana Szwarc bulle un secreto. Que seduce y se resiste a serdicho. Como ese Real indecible que ella invoca en un poema de “En lo separado”(“…lo Real / salido de cauce/ nos ahoga”), un Real que finge cobrar cuerpo enlos millones de seres y cosas de la mal llamada “realidad”. Pero la mismaSusana escritora, tiene un secreto. Creo que lo descubrí: en momentos muyespeciales, abre dentro de sí las ventanillas de un tren fantasma, quizás elmismo tren capaz de estar simultáneamente en todos los sitios y todas lasépocas en el relato “El aire justo”. Entonces, la poeta mira hacia adentro deltren, y vagón tras vagón van sucediéndose pogroms y exilios, hombres y mujeresllegados al Chaco natal desde el otro lado de la tierra, baldes vacíos quepesan más que llenos (ya sea porque portan el agua bienhechora de loimaginario, o porque cargan el drama de la sequía). Y pasan por la pantallavocablos en lengua indígena o en polaco alternando con charcos barrosos dondenadan dos largas trenzas infantiles, o el sombrero que navega por el río y esde pronto inundado por la lluvia, más árboles, cosecheros golondrinas, laReservación indígena, algas enroscadas en la falta de comida, y el ensueño demujeres a quienes los hombres llaman prostitutas para no dolerse por laseparación: Bárbara, Sheila, Luva, Mara…

Por si fuera poca toda esamaravilla que fulgura en el aleph de la poeta, tanta mixtura de belleza yangustia es acunada de pronto por la insólita voz de un saxo –pero ¿qué hace unsaxo allí?- mientras las niñas salen de los ranchos. Como algo natural sejuntan las lenguas, mientras Madre, con un pañuelo rojo que funge de escenario,remonta su teatro interior para contar y recontar, como en una quemanteautoparodia, cada hito del desarraigo y de la memoria. O bien, Madre lloracalladita en el cine. Porque  “el tiempo no se queda quieto. Sopla”. Y lahija reprocha: “¿Por qué no llora bajo el peso de laluz?”.    

En el libro Una felicidad liviana, de 2007, hay uncuento que me parece muy revelador del trabajo de Susana con la imaginación; loque equivale a decir: con el fluir de la conciencia, y con las transposicionesy dislocamientos espaciales y sintácticos del lenguaje. Y no perdamos de vistaque toda sintaxis es una visión del mundo. Según ese cuento, Luci, en unaplaza, recuerda (o inventa el recuerdo) de una canción: “¿Adónde se ibael mundo cuando yo cerraba los ojos?”. Consecuencia: acostada sobre elpasto cierra fuerte los ojos. Un amigo, Facundo, de paso para el gimnasio,habla con ella alguna palabras, alude con sobria nostalgia a suprovincia,   le regala una crema para el pelo. En un súbito cambio deescena, Luci se sienta en un banco libre de la plaza. Va otra vez a cerrar losojos cuando cae Jorge, que se ha puesto a vender ropa usada, cuenta que extrañaa su pueblo y: “Te traje esta blusa”. Luci ahora está de gran palique con lamamá de un chico a quien se le había escapado un globo, y la señora suelta unabella palabra: “incordio”. Las luces de la plaza se confunden de a poco con laúltimas del sol. De inmediato está frente a ella su amiga Mercedes, empleada enel bar de la esquina; debe entregar unas empanadas, le ofrece: “¿Querés una?Bueno”. Comentan de Eduardo, que pasa corriendo “cada vez más rápido”. Mástarde, dentro de ese peculiar caleiscopio de imágenes y encuentros fugaces,aparece Darío. Luci interroga: “¿Te gusta mi blusa?” “Sí.” “Entonces llevame atomar un café”. Después Luci va a otra plaza, vuelve a pasar Eduardo, elcorredor. Le dice: “Estoy corriendo” y Luci responde: “ Sí, te ví en la otraplaza. Pero ¿cómo hacés para estar en dos plazas a la vez?”. Luci piensa queél, todos ellos, sus amigos, son dioses, dioses que logran hacer cosasimposibles. Aunque, se dice, dioses deprimidos. Escucha una bocina y la voz deDarío: -Vení, Lucita, te llevo a dormir. Luci contesta: –Mejor llevame a otraplaza. Quiero ver el amanecer-. Con esas palabras, concluye el breve y mágico relato.

Y bien: en éste y en otrostextos de Susana Szwarc creo percibir un movimiento que provoca en mí múltiplesresonancias. Por un lado, la fragmentación o disociación del hilo discursivo,su agrupamiento en bloques aparentemente autónomos y que irrumpen de modoexplosivo,  fotogramas de una película con enigmas y tramos oscuros. Comosi fueran exclamaciones o hilaciones erráticas. Por otro, me hace vivir lasensación de la simultaneidad: es una poética, me atrevo a sugerir, acaso nomuy alejada de aquel verso de Gertrude Stein: “Una rosa es una rosa es unarosa”, una rosa ilógica –por la redundancia- para el sentido común, pero queestá viva y va transmutándose dentro del devenir temporal. Como los rostrossimultáneamente de frente y de perfil –rostros que ocupan, al mismo tiempo,tiempos diferentes- de las mujeres de Picasso. Recurrencia tautológica quelogra que la rosa de Stein sea roja de verdad, como pocas veces en la historiade la poesía. En la línea abierta por Apollinaire y Max Jacob. 

Circularidad, poema que semuerde la cola como el dragón Ouroboros de los alquimistas, que se piensa a símismo mientras se despliega, que jadea y se construye o deconstruye como cuerpovivo en el espacio. Mejor dicho: lo que aquí percibimos son los órganos, las sílabaso letras de ese cuerpo-poema, separándose, rompiéndose y reuniéndose ensorprendente interacción. Así, escribe, o susurra, Susana, en el poema Definición (Bailenlas estepas, 1999): “Alza el balde. Se pregunta / cuál pesa menos, un lleno / oun vacío. No alcanza / la respuesta porque ve / otros ojos…”. Acoto: Mefascina, ya en estas pocas líneas del comienzo, la capacidad de elipsis, desaltarse la referencialidad, de irradiar tanto con lo mínimo. Y en este exactopunto se produce una ruptura porque la atención se dirige a alguien que observa(¿será el aludido por la línea anterior: “ve / otros ojos”?). Cito: “Elobservador determina / que semejante situación: / la sequía, el calor, pero /sobre todo el largo trayecto / con baldes repletos, / es dramática para unamujer.” El poema no dice: “el observador piensa”, sino que “determina”: ahí sedetermina para el lector que la situación es dramática, sin necesidad deimágenes supuestamente dramáticas. Para continuar así: “Mientras la mira /caminar con los baldes / le informa: es un drama.” (Notable: esto se asemeja aesas anotaciones al pie, distanciadoras y como confidencias al lector, en lasnovelas de Arlt).Y sigue: “Pesa vacío. Lleno pesa menos, / dice, la del balde /y ofrece agua. Silencio. // Junta. / Envuelta en la mirada / que le avisó, suandar se hace/ pesado. Tiene sed.” 

Confieso mi admiración por laenigmática circularidad y la austera riqueza de lenguaje (valga la paradoja)así como la floración imaginativa de este poema –como en todos los demás- deSzwarc. Todo sucede en él a partir del misterio, casi crístico, de ese baldeque ¿se auto-colma? ¿ofrece ella el agua que no carga en su balde vacío, aunquepara el observador está repleto, y hay más de un balde, son “baldes repletos”,o quizás ofrece el agua que habrá de juntar? Y a pesar de tanta alusión al“agua” la palabra “agua” se dice una sola vez. Y no obstante tanto giraralrededor de la idea “agua”, ella tiene sed. Una rosa es una rosa es una rosa… 

Esta escritura me resulta muyfiel a una gestualidad interior: mientras leo o escucho los poemas de Susanacreo estar viendo sus gestos en el aire, hacia adentro, como quien teje, odisparados de pronto en un breve aleteo hacia otro punto del espacio, de laletra, como la sintaxis disruptiva de un colibrí. Son textos activos, cuasiteatrales. En ellos, los grises o fulgores de la domesticidad, de la privacióny de los pequeños lujos de poseer algo, sea un pan o un amor, palpitan contrael telón de fondo de escenas brumosas unidas por el vaivén de la conciencia. Ode esa memoria donde vuelven Bujara, Siberia y “los campos que concentran”. Odel sueño. Y la resignada constatación de que la vida desgasta, en su vacío osu plenitud. Y el hambre, que la lleva a preguntarse: “¿Por eso, al comer, tragan/ con una alegría que lastima”?     

Mucho tiempo, muchas palabrashan transcurrido para Susana Szwarc desde aquella “niña flaca, decimal con suflor / roja al ladito del borde”. Y muchos cuerpos, que se trasuntan en estaescritura donde acontecen cuerpos en riesgo o ante distintos desenlacesposibles. Como ese relato donde esboza varios finales. No me parece casual queuno de estos poemas se titule Telón, y concluya: “Pero mis ojos están fijos /en el telón que cae. / Ya no se ve // Afuera, la frase estará contenta”.Pestañeo, vuelvo a Leer: “Afuera, la frase estará contenta”. Poesía de jugarseel todo en el lenguaje. Porque Susana Szwarc sabe, y lo dice, que es “…unacostumbre de mujeres, hacer acto la palabra”. Un acto ejemplar, el de estamujer/poeta. El de esta escritura que conmueve, moviliza, transforma.