"No creo que la literatura sea un ajuste de cuentas"
Entrevista al narrador y editor ecuatoriano Javier Vásconez

Por Amir Valle

En exclusiva para  © OtroLunes



Intuí que Javier Vásconez se sentiría un poco incómodo con las preguntas de esta entrevista. Y lo veía lógico. Hay escritores a quienes les “rechina” dedicar demasiado tiempo a temas no directamente literario, y mis preguntas tenían más sentido sociológico e historiográfico que sentido literario.

Por eso no me extrañó recibir su respuesta: “En algún momento, mientas la escribía, reconozco que me sacaste de quicio. (…) pero, bueno, resistí el reto. Muchas gracias. Me gustan los retos. Sin retos no hay vida ni literatura”.

¿Qué me hizo concentrarme en estas preguntas, teniendo a un hombre como Vásconez, capaz de hablar con profundidad sobre los aburridos temas literarios de siempre pero siempre desde una perspectiva interesante?

Simple: necesitaba que el lector viera la cara del hombre cívico que, también, vive en este narrador, pues ya habíamos dedicado bastante tiempo a hurgar en una parte de su obra en nuestra entrevista anterior para Otro Lunes.

La jugada salió bien, creo. O al menos yo quedé conforme.



De nuestra América y sus mitos

La literatura latinoamericana actual, como ha dicho, por ejemplo, el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, está haciendo en los últimos 30 años una especie de ajuste de cuentas sobre la realidad nacional de cada país, algo que también hizo el boom y el postboom pero algo más tangencialmente? ¿Ha sucedido igual en la narrativa ecuatoriana?

Son opiniones de los académicos. Además, hay algo de impreciso en lo que tú llamas “los reajustes”, o quizá sea Taibo quien lo dice, no lo sé. Yo no creo en las literaturas nacionales, sino en los autores. Ni Lezama es Cuba, ni Bolaño es Chile, ni Onetti Uruguay, por más que protesten los académicos. Todos ellos son la lengua en la que escribieron y los escenarios, los países o las ciudades que inventaron. Esa es la venganza o el poder de la literatura. La imaginación. El boom nos colocó en el centro del cuadrilátero, nos hicimos más o menos visibles ante los alemanes y franceses. Nos pusimos de moda. Igual que la Revolución cubana. O Los Beatles. Pero eso no tiene nada que ver con la literatura. Era parte de una época. En cambio, los que escribieron antes del boom, como Onetti, Borges, Rulfo y Carpentier nos enseñaron a escribir. En todas partes hay buenos y malos libros, y otros destinados a ser olvidados. ¿Quién se acuerda hoy día de La hora 25 de Virgil Gherghiu? En Ecuador, supongo, ocurrió lo mismo. Aunque leo bastantes novelas policíacas, no creo que la literatura sea un ajuste de cuentas.


En los últimos tiempos se estila hablar de la literatura de los márgenes, donde se incluyen, según la crítica, la escritura femenina, la literatura gay, e incluso la de etnias no solo raciales sino también lingüísticas, como es el caso del quechua en Ecuador. ¿Crees que eso afecta o ayuda a eso que los académicos llaman “literatura nacional”?

Cada escritor hace lo que puede, o sea inventa su propia manera de escribir. Incluso su propia lengua. En eso nos pasamos la vida hasta que un día se nos acaba la tinta. Puede ser que yo esté desinformado, pero no conozco la literatura quechua. O a lo mejor hay un poeta en quechua, cuyos libros se han puesto de moda en Europa. No lo conozco. ¿Su obra lo venden en el Corte Inglés? ¿Qué es eso de los márgenes? La literatura es un fenómeno individual, nunca colectivo. Un escritor, al inicio, está siempre en los márgenes. En los bares y las cantinas hasta que una serie de despistados, de dormidos, de ciegos lo leen y entonces deja de estar en los márgenes. De pronto, el abogado de la oficina de al lado ya no se llama Franz, sino que es el genio de Kafka. No digamos el solitario Vlad, el cual atrapó la mariposa precisa, y se volvió Nabokob. O el amigo Roberto, convertido tardíamente y con su chompa de cuero en Bolaño. O el excepcional Banville, cuyo talento lo llevó a las tabernas frecuentadas por Benjamin Black.


¿A qué crees que se deba que sean escasos los autores ecuatorianos que conocemos en “el territorio de la lengua”, entretanto si conocemos numerosos escritores de otros países de la región?

A lo mejor hay un serio problema editorial, no literario. Por otro lado, Ecuador es un país de poetas y cuentistas, más que de novelistas. Quizás ahí esté la clave del asunto.


Otro fenómeno es que mientras alardeamos de vivir en la “era de la comunicación”, los escritores de un país y otro apenas nos conocemos, incluso aunque sólo, como sucede, estemos separados por un par de metros de frontera ¿Cuáles crees que son los mayores problemas que impiden que en cada uno de nuestros países conozcamos lo que se escribe en otras naciones del continente?

Tal vez haya problemas a la hora de difundir los libros. A veces al lector común le falta curiosidad intelectual, o interés. Puede que tenga prejuicios. O quizá se deja llevar fácilmente por los lugares comunes, por los tópicos, por toda esa basura supuestamente cultural de los medios, por la moda y la propaganda. Sin embargo, todo hay que decirlo, yo conozco lectores capaces de recorrer una ciudad de una punta a otra para comprar un libro. Es cierto que hoy día puede ser una aventura y hasta un riesgo adquirir un libro, pues ante una oferta tan descomunal uno puede cometer errores. Pero siempre podemos encontrar algo. Un libro oculto, o perdido detrás de otros libros, en busca de un lector. Para eso sirve la intuición, el olfato. Así descubrí a Borges, a James Purdy y a Pavese.


Una vez te hice esta pregunta, pero quiero repetirla y obligarte, afectuosamente, a profundizar: la Revolución Cubana en 1959, el radical cambio en lo cultural que significó para América Latina. ¿Cómo se recibió en Ecuador ese cambio?

No creo que haya nada que profundizar. Ha pasado demasiado tiempo. Y los rostros de quienes estaban en el álbum de recuerdos de mi infancia se han deteriorado, han perdido brillo, vigencia. En su momento, aquellas fotos fueron impactantes, sobre todo la de los barbudos marchando orgullosamente por las páginas de una revista cubana que recibía mi padre, recuerdo todo eso como una hazaña de valor. No como un hecho cultural. Yo tenía trece años. Supongo que la revolución cubana fue recibida en Ecuador con la misma simpatía y entusiasmo que en el resto del continente. O quizás había desconfianza, ya que según un tío mío eran comunistas.


Siguiendo el hilo de la pregunta anterior, me atrevo a preguntarte: en momentos en que buena parte del mundo ha descubierto los errores de una sociedad totalitaria como la cubana, en Ecuador prima un gobierno que ve con buenos ojos a ese sistema. Pero, ¿y los escritores, cómo ven a Cuba? Y tú, Javier Vásconez, ¿cómo ves a mi país?

Muy mal. Hicieron una revolución y han terminado en una especie de “monarquía” de la familia Castro. Una cosa es el autoritarismo de Cuba y otra es el pueblo de Cuba, lo mismo se puede decir de Ecuador, ¿no?


¿Y la literatura cubana? ¿Ha influido de algún modo en la literatura ecuatoriana?

No puedo hablar por los otros. Yo he admirado algunos escritores cubanos, y como percibo impaciencia de tu parte, te los señalo: Carpentier, Lezama, Cabrera Infante, Piñera, entre otros.


Según las circunstancias socio-políticas actuales, tal parece que los escritores latinoamericanos seguiremos siendo abatidos por esa polaridad compromiso social– escritor casi como una condicionante de la existencia. Es como si la discusión entre Camus y Sartre sobre el papel del escritor, de la que ya muy pocos se acuerdan en la actualidad, siga siendo una constante vital para el caso del escritor y el intelectual en América Latina. ¿Cuál es su posición ante este “dilema”?

Camus era un artista. Soy un admirador de casi toda su obra. El extranjero me parece una novela perfecta. Nunca me interesaron los libros de Sartre. De La naúsea tenemos la versión “artística” en América Latina. Me refiero al Pozo de Onetti. Sartre era sin duda un hombre inteligente, aunque para mi gusto era excesivamente dogmático, tan obsesionado por la política que es algo que no me llama la atención. A pesar de las vociferantes opiniones de Sartre, los escritores no tenemos ninguna misión que cumplir. Digamos que con una cierta dosis de idealismo, algunos escritores consideraron que eran imprescindibles y muy inteligentes en el terreno de la política, pero la historia ha demostrado que fueron ingenuos, torpes, que lo hicieron por vanidad o por oportunismo. Desde la época de Voltaire, sin embargo, ése parece ser un viejo sueño parisino. Colocar a los intelectuales en el centro de la mesa, con un vaso de vino en la mano y la política como menú principal. ¡Vaya platos indigestos que hemos saboreado con esta fórmula¡ Y si en América Latina opinan que esta es la posición acertada, correcta, allá ellos con su nostalgia y con sus sueños de papel. A mi sólo me interesa seguir escribiendo, nada más. Lo demás es un cuento chino.


Sobre eso que José Martí llamó “nuestras tierras de América” flota hoy, cuando la mirada llega desde Europa y algunas otras latitudes, una incómoda e idílica aureola que mezcla el exotismo, la falta de información y hasta las ilusiones políticas e ideológicas. Es una mirada que nunca permite entender la verdad y la realidad de nuestros países. ¿Qué descubrimientos has tenido en relación con la posibilidad de contraponer tu visión, ecuatoriana y viajera a la vez, a esa mirada corruptora de nuestras realidades?

Te respondo con una anécdota. Cuando El viajero de Praga cayó en manos de una agente alemana, me escribió indicándome que la novela era demasiado “europea” para ser latinoamericana. Más adelante, en otra carta, me señalaba que el tratamiento que yo había dado a ciertos episodios europeos de la novela eran exóticos. Al principio no lo entendí. De tanto darle las vueltas al asunto, llegué a la triste conclusión de que los europeos piensan con arrogancia que son los únicos que están capacitados para tratar ciertos temas. De nosotros esperan magia y toda esa “paja” revolucionaria, pero que un escritor de Quito escriba acerca de su historia y con un médico checo a la cabeza, me parece que no les gustó.


Otro de los tópicos que solemos escuchar parece indicar que después del boom, en materia literaria, no ha habido nada importante en Latinoamérica. ¿Qué piensas?

A lo mejor tienen algo de razón, pero es lo que hay por el momento. En la actualidad todos estamos un poco confundidos, y a veces, toda esa confusión, esa oscuridad, puede resultar interesante y enriquecedora para la literatura, sobre todo para la novela. Por otro lado, ¿dónde están los “genios” europeos, rusos, norteamericanos o asiáticos, etc. Creo que el mundo se ha encargado de borrarlos del mapa. A mi alrededor veo mucho talento, y con eso nos basta. No seamos ingenuos, ni nos dejemos apabullar por ideas apocalípticas. Conclusión, hasta que no entendamos el sentido de “Al principio era el verbo” los hombres y las mujeres de este mundo seguiremos escribiendo.


Algunos políticos con cierto nivel de “ilustración”, intentando justificar su reserva contra los intelectuales, se refieren al hecho de que incluso Platón, un intelectual, al escribir La República dejó fuera a los poetas.

En la actualidad, no conozco a ningún político “con un cierto nivel de ilustración”. Todos fingen que son ilustrados porque la simulación, la astucia, el cinismo forman parte de su juego. Actores de segunda, sin talento.


De su obra y otros ámbitos

En tu obra, una y otra vez, acudes a temas que, para llamarlos con una de las etiquetas ad usum, son “universales”: ya se sabe, el amor, la muerte, la amistad, el miedo… Se dice que lo que ha hecho la literatura desde que existe es retornar, una y otra vez, a los griegos; que en los griegos está todo lo escrito o por escribir.

En definitiva, todos hacemos lo mismo, volver a las mismas historias de siempre, desde Edipo hasta Shakespeare, pasando por cualquier novela policíaca, sólo cambiamos la sintaxis y empleamos distintos escenarios. Creo que ahí está el verdadero reto, la delicia de escribir y el arte de leer… En mi caso, la literatura es una forma de conocimiento, me gusta bucear en la oscuridad de un personaje y en su conciencia que siempre será un misterio…


Llama la atención en toda tu obra un exquisito trabajo con el lenguaje, con la precisión de la palabra, en medio de un mundo en el que, cada vez, se pierde más respeto por la lengua como instrumento de comunicación literaria. Entonces, la lengua, ¿cárcel o libertad?

Un libro mal escrito, una palabra imprecisa, una frase mal atornillada (que todos, por desgracia, hemos escrito) son como una jaula y una especie de cárcel en la vida de un escritor. En cambio, las palabras bien escritas fluyen, seducen, toman vuelo, convencen…


Es notable, además, la vívida naturalidad con la que tus personajes se mueven en tus cuentos y tus novelas. Me gustaría que, tomando como ejemplo a ese rico personaje que padece epilepsia, el protagonista de La piel del miedo, nos expliques cómo construyes los personajes.

Los personajes deben hablar dentro de mi cabeza, y uno tiene que sentirlos, interiorizarlos, seguirlos con cautela como si fuera la silueta de un hombre por la calle. Así vino el doctor Kronz a mi vida, sin anunciarse, como si acabara de salir de un hotel o se hubiera bajado de un taxi. Al verlo caminar con su viejo abrigo por un barrio quiteño, tuve la intuición de que tenía que escucharle todo lo me que iba a decir. Muchas veces, los personajes se insinúan y golpean con prudencia tu conciencia, susurran, te llenan con sus voces las horas muertas, mientras te lavas las manos o conduces un coche por la ciudad. A menudos son obstinados, fantasmales, pero están siempre ahí para recordarte y decirte al oído lo que tienes que escribir. En el instante en que los rasgos o la cualidad de un personaje se convierte con el ritmo de la escritura en tinta, al menos para mí, el personaje toma cuerpo y comienza a crecer. Jorge, el joven de La piel del miedo, pudo al fin ser él mismo no porque padece la misma enfermedad que el autor, sino cuando el escritor percibió su miedo y tuvo la suerte de poder traspasarlo con palabras al papel.


El relato “Angelote, amor mío” por el tema y el modo descarnado en que se escribe el relato, conmocionó sectores muy conservadores de la intelectualidad latinoamericana, en el momento en que lo diste a conocer. ¿Cuentas esa historia?

Por su temática homosexual, el cuento “Angelote, amor mío”, tuvo en su momento serios problemas de edición. En México los recibieron con desconfianza, incluso hubo un pequeño revuelo cuando fue presentado al concurso de la revista Plural. En Ecuador, en Uruguay y en Cuba he tenido dificultades con este cuento. El comisario Fernández Retamar me sugirió suprimirlo del libro al que pertenece, Ciudad lejana, para que pudiera participar en el concurso de Casa de las Américas. Ahora ha salido una edición muy hermosa, en la editorial Doble Rostro, de Quito, con ilustraciones de Ana Fernández y un prólogo del poeta español Luis Antonio de Villena.


Otro momento que me gustaría destacar: tu novela La sombra del apostador (1999) es finalista del Premio Rómulo Gallegos. Me gustaría que lanzaras tu mente hacia ese momento y me contaras lo sucedido. ¿Por qué? Porque, según he leído, ser finalista de ese importante premio significó un punto de inflexión en tu carrera literaria.

Soy el eterno finalista del Rómulo Gallegos. ¿Para qué insistir si no tienes un padrino que apueste por ti? He aprendido con un poco de retraso que en los concursos alguien tiene que apadrinar tu obra, sin importar la calidad que ésta tenga… La primera vez que estuve bordeando el premio fue con La sombra del apostador. Y la última vez lo perdí con La piel del miedo, pero también hubo ciertas declaraciones con otra novela mía, Jardín Capelo, según Elena Poniatowska en México.


El cuento es, lamentablemente, un género que va de capa caída en el actual mundo comercial del libro, a pesar de que América Latina es, históricamente, una tierra de cuentistas. Hablemos de tu persistencia en escribir dentro del género.

No creo que el cuento esté de capa caída. Ocurre simplemente que las editoriales españolas se niegan a publicarlos, pero igual la gente los sigue leyendo. España nunca se ha caracterizado por la riqueza en el cuento. En la actualidad, hay una cuentista admirable, Cristina Fernández Cubas. Lo que sí resulta lamentable es que no haya revistas ni periódicos que publiquen cuentos, como ocurría antes. Si deseas llegar a la obra de un Borges, de Cortázar, de Piñera o de Carver tienes que pasar por el cuento. En mi caso, más allá de las modas y los intereses editoriales, voy a insistir en el cuento siempre que éste toque las puertas de mi casa. ¿Por qué negarme a interpretar lo que hay de sueño, de fábula o de misterio en cada uno de ellos?


La historia como material novelado, como telón de fondo que se abalanzan sobre los protagonistas de la obra, es algo visible también en buena parte de tus cuentos y novelas. Sin embargo, hoy es común escuchar (y por desgracia se ha demostrado en unas cuantas novelas muy publicitadas) que la literatura está deformando la Historia (la que se escribe así, con inicial mayúscula) por simple mercantilismo. ¿Desde qué perspectivas asumes tú la historia en tu obra para evitar caer en este saco de patatas podridas?

En general, me aburren las novelas históricas. Debo hacer justicia, sin embargo, al Siglo de las luces de Carpentier. O a alguna novela de Stendhal. En serio, no me había percatado que la historia forma parte de mis libros. Me sorprende que me lo digas. Efectivamente, la historia a mí me sirve como telón de fondo, sin otro afán que crear una atmósfera, ya que la “historia” con mayúscula (como tú la llamas) es muchas veces inventada, y yo diría que es una prolongación o una rama de la ficción porque en mi opinión todo es ficción en la literatura.


Finalmente, pregunta socorrida, pero siempre necesaria: ¿qué escribes actualmente?

He terminado una novela corta. Se llama La muerte del doctor. A pesar de su extensión es un viaje vertiginoso por toda mi narrativa anterior, y transcurre entre el páramo y Nueva York.