Jorge Icaza

La mirada de Jorge Icaza a la narrativa ecuatoriana


Por Pedro García Cueto [1]



 Antes de la llegada de Icaza a la narrativa ecuatoriana, la novela estaba centrada en el costumbrismo, en una visión esencialmente naturalista de la vida en Ecuador. Pero Icaza plantea la novela como un afán de identificación con el indígena, donde las raíces del hombre de la tierra cobran resonancias telúricas.

   Es Icaza un innovador, la dura realidad de su juventud condicionó a un hombre abandonado a su destino, adscrito a un empleo del gobierno y a una vocación de actor teatral, que quedó hondamente marcado en su interior.

   Icaza fue un hombre de una cultura autodidacta, formada por el hábito de leer dramas y novelas, que fue gestando un espíritu de autor, de narrador donde el indio, sus controversias vitales, cobraron resonancia. Bajo una realidad hostil, el escritor no podía eludir el dolor, la violencia de la vida.

   Por ello, crea una novela que impacta, que sobrepasa la narrativa de la época, para albergar un paisaje narrativo que cobra dimensiones universales, desde el espacio comedido de su tierra hasta un afán de expansión, de abrir el mundo a unos personajes duros, agrestes, como la tierra donde vivió.

       Si Huasipungo fue la novela del agro ecuatoriano, El Chulla Romero y Flores representa, en palabras de Ricardo Descalzi, en el prólogo a la novela citada, editada por la Colección Archivos en 1988, la “síntesis de una ciudad entre conventual y apocada, franciscana como su nombre, en su ropaje externo, llena de zaragatas y albórboras en sus barrios perdidos, donde la miseria y la calidad del quiteño se refleja con perfiles nítidos, justos y sorprendentes” (pp. 16-17).

   Cierto, porque Quito como capital ecuatoriana, representa en la novela una ciudad en proceso de cambio, modernizándose, donde el hombre, el Chulla, se convierte en un ser que todo lo contempla, en esa falta de significación que el ciudadano de la gran urbe va adquiriendo, una despersonalización que acaba afectando a todo, que sobrevuela por la realidad dura de este personaje creado por Icaza.

     Icaza convierte a su personaje en un alter ego, desde la postura profunda que su indigenismo tiene, porque el escritor socialista que es Icaza, cree en la libertad del individuo, en la personalidad del hombre de Quito, con sus raíces hondas en la tierra, como centro neurálgico del mundo y a la vez, espacio único y diferenciador de cualquier otro lugar.

     El Chulla es un personaje que va entrando en franca transformación, porque representa lo mejor del hombre quiteño, del hombre envuelto en el pavimento de su ciudad natal, pero también es el hombre que sabe salvar las adversidades de la vida, como si Icaza estuviese en su lugar, por ello, la autobiografía, enlazada en una ficción absorbente y de gran amenidad, va triunfando, convirtiendo el relato en una novela fundamental de la narrativa ecuatoriana.

    No sería todo ello ejemplo suficiente, si no dejásemos hablar a los personajes, si lo narrativo y el estilo de creador de Icaza no quedase expuesto en este estudio, para saborear su arte de novelar. Por ello, cito unas líneas de la novela, que buscan sus espejos, en esta narración rica y llena de color, que crea Jorge Icaza, para la inmortalidad:

“Después de la muerte de mamá Domitila, antes de conocer a Rosario, y mucho antes de enrolarse en la burocracia, Romero y Flores aprendió a escamotear las urgencias de la vida en diferentes formas: préstamos, empeños, sablazos, bohemia de alcahuetería a la juventud latifundista, complicidad en negocios clandestinos –desfalcos, contrabandos- . Por este tiempo –inspiración de Majestad y Pobreza- modeló su disfraza de caballero usando botainas –prenda extraída de los inviernos londinenses por algún chagra turista- para cubrir remiendos y suciedad de medias y zapatos, sombrero de doctor virado y teñido varias veces, y un terno de casimir oscuro a la última moda europea para alejarse de la cotona del indio y del poncho del cholo –milagro de remiendos, plancha y cepillo-“.

    Prosa rica, donde el universo de Icaza queda claramente expuesto, el Chulla es el indígena, que debe aprender los oficios de la vida, como si fuese un Lazarillo cualquiera, ese deseo de hermanarse con los más desfavorecidos, demuestra el mundo social de Icaza, sus ideas liberales y su búsqueda de un mundo más justo.

   No sería justo dejar de mencionar el peso de Huasipungo, novela creada en 1934, donde Icaza habla de los cholos, personajes que mantienen una posición intermedia entre los blancos y los indígenas, pero existe una denominación de fondo, lo que los emparenta con los indígenas puros, llamados huasipungueros en la novela.

   Para concluir, Icaza es el creador del mestizo, el personaje que debió haber deambulado por las calles de Quito desde hacía cuatrocientos años. Mestizo que llevaba como afrenta su parte de sangre india, hijo no deseado de un padre que se sentiría avergonzado del niño cuando nació.

   La ocultación del mestizaje es el leit motiv de El Chulla Romero y Flores, porque Icaza conocía la discriminación y no evitó el deseo de denunciar, tal fue su ética de vida. Por todo ello, merece la pena homenajear a tan alto representante de la novela ecuatoriana, tan intensa que le llevó once años crear al Chulla Romero y Flores, porque en él cobrara altura y resonancia un hombre que, desde su pequeño espacio vital, representa a todo Ecuador, un ser digno que quiere ocultar su origen, porque en él se halla la mezcla racial, como en muchos de nosotros, donde la sangre, en un pasado de siglos, seguro que fue mezclada. La voz del Chulla es la voz de Icaza y mis palabras mi homenaje a tan gran escritor.





[1] Pedro García Cueto