Manuel Zabala Ruiz


(Riobamba, 1928). Poeta y catedrático universitario. Formó parte del Grupo Caminos. Ha obtenido en varias ocasiones los premios nacionales de poesía del Ecuador. 

Ha publicado La risa encadenada (1964), Teoría de lo simple (1970), Rumbo al otoño (1986), Obra poética completa (1998) y Poesía junta (2006).



CUADERNO DEL SALMISTA
 
Tu voz acongojada en melodía
preludia en su rumor la caracola;
tu voz de nebulosa lejanía
viajera en el arpegio de la ola;
esa voz que inventó la luz del día
en sonata de sol y barcarola;
esa voz del Jordán que me dijiste
y vuelves a decir cuando estoy triste.
 
En los astros tu mano fundadora,
en la ría de plata refulgente,
en el rojo tumulto de la aurora,
en el motín violeta del poniente,
en la inleve magnolia soñadora,
en las palpitaciones de la fuente,
en la edición de lujo de las flores
y en el iris cuajado de colores.
 
Todo me diste para el tiempo incierto
que habitaré este cuerpo desnaciente;
amontonaste de dulzura el puerto
para la erranza por el mar doliente;
tuve tu amor de par en par abierto,
amor, amor legítimo y ardiente,
y tu palabra con dulzor de caña,
la que habló en el Sermón de la Montaña.
 
Me diste para el breve desentierro
la llorona guitarra enamorada,
la soledad con su portón de hierro,
la voz de la calandria en la alborada,
la esperanza en las rutas del destierro,
el verbo con su luz encarcelada
y la muchacha, música en la niebla,
boquita en luz y ojazos de tiniebla.
 
La párvula fogata de la rosa,
el mesón de Belén muerto de frío,
la huerta rozagante y buenamoza,
la piedra charlatana de mi río;
esta muerte puntual que nos acosa
en sueño y en fulgor y en desvarío
y el monte de los astros balbucientes
donde mueren de lila los ponientes.
 
El buche alborotado de violines,
las arpas con perfiles de canciones;
altaneros los gallos mandarines,
la romántica abeja entre ilusiones;
el aroma que teje en los jardines,
la placita de amor de los gorriones;
la linda mariposa de ojos brujos
que entreabre su cuaderno de dibujos.
 
La lluvia excursionista en el celaje,
mala traza el gorrión: mota de trinos;
el limonero con su verde encaje,
los búhos: querubines de ojos chinos;
la tarde pinturera en el paisaje,
los adioses que van por los caminos
y ese lado perfecto de las cosas
que aroman el vivir como las rosas.
 
Tú guardas el ocaso en la laguna
entre peces y cisnes de colores
y bordas los encajes de la luna
con dibujos de espejos y de flores;
tú incendias el plafón del agua bruna
donde sueñas dorados pescadores;
y dejas que se lleven los barqueros
un noctámbulo enjambre de luceros.
 
¿Con qué sedas bordaste la mañana
que me ha puesto a cantar como un jilguero?
¿Con qué trinos forjaste la campaña
que le ha puesto de plata al campanero?
¿Con qué esencias cuajaste la manzana
de rosa y miel y fuego colmenero?
¿Qué cítaras colgaste en los turpiales
que pulsan los cantores cipresales?
 
Me has pensado en amor desde aquel día
en que fundó tu mano el universo;
desde el pasado de la melancolía,
desde el escombro pálido del cierzo;
desde el rocío y su cristalería,
desde que la palabra se hizo verso;
y luego de pensarme en la semana,
me pensarás mañana de mañana.
 
Que me has querido va cantando el río
en su fabla de piedra melodiosa
y repite en brillantes el rocío
engarzado en el nácar de la rosa;
y me dice en su gozo manantío
el vaivén de la espuma vagorosa;
y el viento en el palmar estremecido
se me ha puesto a gritar que me has querido.
 
Te he visto en la pupila estremecida
que tiene en el suburbio la pobreza;
en la rústica mano encallecida;
en la madre que muere de tristeza;
en la muchacha que perdió la vida
cuando la vida a florecer empieza;
en el zaguán de un hospital perdido,
en la cárcel, la tumba y el olvido.
 
He sentido tu amor de tal manera
que vivo la ilusión de conocerte;
este amor es amor de primavera
sin abalorios de la mala suerte.
¡Alma mía! ya ves cómo te espera
más allá de la vida y de la muerte.
¡Hazle entrar, no sea que, cansado,
se aleje para siempre de tu lado!
 
Y ¡mira como soy de inconsecuente!
(Amargos son los vinos de mi vaso).
Te hablo de amor y mi palabra miente,
te digo ven y, al punto, te rechazo;
te ansío con el cuero y con la mente
y abomino el calor de tu regazo;
me habitas con ternuras de infinito
y, al poco rato, yo te deshabito.
 
Y así voy por mi mar, de tumbo en tumbo,
cayendo y levantando a cada paso.
Navegante sin brújula ni rumbo,
pirata en aventura y en fracaso.
Me yergo, a veces, y otras, me derrumbo
buscando una esperanza en el ocaso
y solo encuentro en soledad y frío
el carrusel chirriante del hastío.
 
De modo que yo tuve un paraíso
del Éufrates al Tigris de mi casa;
y permuté la gloria sin permiso
y perdí la zagala montaraza;
hice de la esperanza caso omiso
y de las ilusiones, tabla raza.
Ferié el amor, puse la dicha en venta
y todo lo perdí sin darme cuenta.
 
Mi vida es un puñado de hojarasca
en las manos traviesas del destino;
un ave fugitiva en la borrasca,
un puente desolado en el camino;
la muerte de la aurora antes que nazca,
parábola del triste peregrino
que perdió el principado y la princesa
por darse en cuerpo y alma a la tristeza.
 
¡Amigo Dios! ¿Qué puedo darte mío
si todo lo que soy tú me lo has dado,
este cuerpo de barro labrantío,
esta alma con su tiempo alborozado;
la libertad, el sueño, el albedrío,
el futuro, el presente y el pasado?
¡Permite, pues, que te devuelva en canto
este poema que me duele tanto….

                                                                                                              De Obra poética completa (1998)

ALTER EGO

 

Dentro de cada hombre alguien anda en puntillas
recogiendo puñados de cosas olvidadas;
y madruga a pasearse por los barrios el sueño
y tiende ropa blanca en el patio del alma...

Riega por la mañana, de cubos a colores,
un poquito de aurora en cada pensamiento;
y el ángel jardinero, en los labios dormidos,
derrama mariposas de palabras en vuelo...

Se asoma a la ventana abierta del espejo
y no descuida nunca su honda vigilancia;
su cómplice es la sombra, policía secreto
que duerme, por las noches, debajo de la cama...

Almacena los rostros, los nombres y las fechas;
se roba las palabras del libro que leemos,
y, muy de tarde en tarde, por puro compromiso,
nos devuelve la obscura peseta de un recuerdo...

A veces está triste como sombrero usado
y nos amarra un nudo cíe angustia en la garganta,
y nos pone en las manos, de sorpresa, el pañuelo,
y nos hace llorar porque le viene en gana...

Otras veces nos deja con la mano en el rostro
y sale vuelto ensueño tras la ciudad perdida,
o se queda mirando, como un niño embobado,
el cuento, a todo lujo, de la tarde infinita...

Travieso, como un niño que ha faltado a la escuela
se pone tan sencillo como un día de pueblo
nos llama por el nombre, nos confunde las cosas
y hace andar las pantuflas difuntas del abuelo...

Nos lleva a todas partes como terno de fiesta,
y, cuando se enamora, borracho de alegría,
pierde la compostura, busca algo en los bolsillos
y toca una llorosa guitarra pequeñita...

En la hora vulgar de cualquier tarde obrera,
Dios le anda, a grandes pasos, con un libro de versos
y todos nos miramos la cara sorprendidos
de un repentino olor a tulipanes frescos...

El día de la muerte se esconde en los armarios
y pregunta a las gentes: -De quién es ese muerto?
y en evidente angustia, al pie de nuestra cama
se juega una baraja con las cartas de duelo...

                                                                                                                             De Teoría de lo simple (1970)

 


ÓLEO SALVAJE


Junto al arroyo humilde, en la verde espesura,
amamanta a su cría con maternal cariño;
y ella, ahíta de mimos, de manjar y ternura,
se duerme en la maleza con rezongos de niño…
 
De pronto suena un tiro… Y la cierva, al instante,
se revuelca bramando con temblores ariscos,
y, con la piel manchada de arena y sangre humeante,
rueda al agua que estalla en cromáticos ciscos…
 
Gime entre convulsiones de súbita agonía
y, en las revueltas aguas de cristal aceituna,
acaricia con lánguidos ojos buenos su cría,
 
que temblando la llora con humilde voz tierna,
mientras, en el hocico, espejean de luna
opalinos rezagos de la leche materna.

                                                                                                                             De Rumbo al otoño (1986)