Estudio: Poetas siglo XX Ecuador


                El Siglo XX y el Modernismo: El nacimiento de la poesía ecuatoriana: 20 grandes poetas 

Estudio introductorio, selección de poetas y poemas: 

 Por Xavier Oquendo Troncoso [1]

 

La poesía del siglo XX en el Ecuador es, a juicio personal, la verdadera poesía ecuatoriana. La que surgió, efectivamente, desde una visión auténtica y con un sentido original. Libre de las ataduras, de los dogmas y de las cosmovisiones de los países que alienaron e influyeron el panorama de nuestra lírica hasta el inicio del siglo XX, aplacándola y consumiéndola en derroteros impuestos. Dejándonos sumergidos en las visiones siempre comprometidas por otras visiones imperiales y supuesta (y políticamente) “correctas”.

Benjamín Carrión, refiriéndose al tema en cuestión, dijo: Antes de 1900, no hubo sino raras prolongaciones de la literatura española...[2]

El Ecuador nace como una entidad poética casi a la par con el modernismo americano. Nuestro modernismo triste, enmascarado, disfrazado de bufón de lágrimas, de exquisito poeta francés que manipula al símbolo romántico hasta enfrascarlo en un individualismo tenaz para que se  consuma en un hermoso infierno autoimpuesto por una voz poética derrotada. La poesía modernista fue formalmente validada por el trabajo que se hizo en la nueva simetría versal y en los moldes métricos, pero siempre estuvo agazapada en el dolor puro, en el contexto de la tragedia modernista que tanto bien hizo a las piezas líricas musicalizadas a ritmo de pasillo[3] que han sido y seguirán siendo interpretadas con un sentimiento nacionalista, haciéndonos creer que somos los “profesionales del llanto” y los suicidas eternos.

La personalidad de la poesía modernista del Ecuador se amparó en el desamor trágico y consiguió hallazgos formales de inusitada y variopinta audacia. El famoso verso-adagio de Darío: “yo persigo una forma”[4] fue fundamental a la hora de destapar un panorama de perfección versal, en comunión con un descomunal “cargamento de lágrimas”.

 Jorgenrique[5] Adoum[6] nos habla del inicio del siglo XX con los llamados “poetas decapitados”[7]:


Nuestra fijación, tratándose de poesía, en la "generación decapitada" de comienzos de siglo sólo es comparable a la que tenemos en la "generación del 30"[8] en materia de novela: tal vez porque ambas señalan el comienzo de un camino. Son, en efecto, Borja, Fierro, Silva y Noboa y Caamaño quienes inauguran en Ecuador no sólo la poesía "viva" sino la poesía a secas: la establecen como vocación y destino en un país donde, con excepciones históricas, había llegado a ser sólo distracción ocasional de ex presidentes, ex embajadores, ex ministros y sacerdotes o adorno de señoras ociosas. (Tal vez de allí vino la creencia, generalizada hasta hace relativamente poco, de que la poesía era ocupación de quien nada tenía que hacer.) Y la establecen como condena y desgarramiento. Por eso he señalada que pagaron muy cara, con su vida, la comprobación de que toda gran poesía es antiburguesa, porque la burguesía es antipoética: Borja y Silva se suicidaron a los 20 años; Fierro y Noboa terminaron de morir, antes de los 40, como oscuros funcionarios públicos, lo que, para poetas que, por añadidura, se consideraban aristócratas, era otra manera, ésta prosaica, de suicidarse. Y me ha parecido verlos crucificados entre su "aristocracia" y una situación económica venida a menos, de lo que dan prueba ese triste final de burócratas y la queja de Borja contra "las fieras de los acreedores/ que andan por esas calles como estranguladores.

 

La gran poesía modernista del Ecuador la escribió, sobre todo, Medardo Ángel Silva y Ernesto Noboa y Caamaño, poetas que murieron a los 21 y 28 años, respectivamente, dejando, como es lógico, una obra muy parca y convirtiéndose en figuras estelares de nuestra poesía no solo por la calidad de su obra, sino también por sus suicidios escandalosos[9], sus historias de amor desencantadas y su profundo amor a lo prohibido, a las drogas de la época (“Amo todo lo extraño, amo todo lo exótico;/ lo equívoco, morboso, lo falso, lo anormal;/ tan solo calmar pueden mis nervios de neurótico/ la ampolla de morfina y el frasco de cloral”[10]) y a la mujer lejana, inaccesible: rubia, casi albina, llena de bucles dorados y de costumbres aristocráticas, de castillos y de sombras esquizoides, de neblina y máscaras. Nuestros “decapitados”  vivieron sumergidos en un dolor ciego (Medardo Ángel Silva -Guayaquil, 1898-1969-, con alma nacional; y Ernesto Noboa y Caamaño -Guayaquil, 1891-1927-, con el corazón francés y la dolencia altiva de los malditos).

Es nuestro modernismo duro y triste, el que hasta la fecha es interpretado por los cantores populares que se han agolpado alrededor de esa tendencia musical que popularizó el emblemático artista nacional y latinoamericano Julio Jaramillo[11], entre otros.

Los modernistas que sobrevivieron a sus compañeros (por ejemplo José María Egas[12]) y que llegaron a viejos, nunca dejaron el modernismo a un lado, ese halo repleto de azul y de nostalgia, esa particularidad que los hizo libres, pero condenados a ser considerados depresivos noctámbulos, quejándose sin que nadie les oiga, en absoluta soledad. Y gozando de esta imposición social que los fue dibujando en medio de la sociedad apática de la época.

 

DEL MODERNISMO A LA VANGUARDIA, PASANDO POR LOS POSTMODERNISTAS:

A partir de los años 20  comienza a nacer la vanguardia en toda Latinoamérica, como un espíritu de cuerpo, como una cuestión visionaria, en medio del trasnochado discurso desencantador. Amparado por las ideas de izquierda y, siempre, de la mano de una renovación estética que tuerza “el cuello al cisne”[13] de la poesía formal que la inició oficialmente inició Rubén Darío, el grande.

Los vanguardistas llegaron para someter a la poesía a las nuevas formas, a los nuevos derroteros. Sepultaron mediáticamente los recursos estéticos de los simbolistas y sus idolatrías gastadas por el dolor. Llegaron a engrandecer el poema hasta volverlo nuevo ícono del lenguaje y de la nueva estructura temática: por un lado la formación y renovación de moldes métricos; por otro, la creación de un discurso colectivo que verifique y presente el espíritu social que se presentaba en esos días en el convulso mundo, que siempre ha sido. La poesía buscaba una expresión de muchos, no un sufrimiento individual. La palabra poética se abría espacio con el escándalo de la ruptura de tabúes sociales y lingüísticos, creando nuevos giros de expresión y flamantes significaciones. Los nuevos poemas se unieron a la tecnología, a lo nuevo que el mundo traía con la máquina, con la electricidad, con la modernidad, con los nuevos descubrimientos que harían del siglo XX un siglo de las nuevas “luces”, de los nuevos derroteros, del nuevo pensamiento.

América estaba atravesando su segunda independencia, la más dura: la libertad del pensamiento. Ya no había que ver a Francia ni a España como el faro que nos guía en las tormentas y nos aplaca con su luz, la individualidad de crear y de ser. Ahora el arte se debía centrar en los nuevos pisos que la poesía de renovación traía con los ismos, con las individualidades poéticas. 


En medio de estos caminos, surgía en el Ecuador una expresión que, sin terminar de limpiarse  del influjo de fines del siglo XIX, entraba a descolocar al canon funcional que el modernismo dibujó en la conciencia colectiva de la poesía.

Nace el posmodernismo (inmediatamente después de la tendencia rubendariana) y se logran condensar estupendos cultores de poesía: a mí juicio, la mejor fue una mujer: Aurora Estrada y Ayala[14] (de haber sido 21 y no 20 la muestra, ella hubiera ocupado este lugar). La gran posmodernista nuestra nos entregó una gran cantidad de poesía abierta a las nuevas connotaciones y al tiempo. Justo en el límite entre la música y la forma de los herederos y bastardos de Rubén Darío y la poesía de renovación y escándalo.

Aurora Estrada reivindica el discurso femenino con un gran poema de estructura modernista y fondo vanguardista, en donde el tema central es el erotismo como una espada que rompe la tradición, en el hermoso soneto “El hombre que pasa”:

 


EL HOMBRE QUE PASA


Es como un joven dios de la selva fragante,
este hombre hermoso y rudo que va por el sendero;
en su carne morena se adivina pujante
de fuerza y alegría, un mágico venero.

Por entre los andrajos su recio pecho miro:
tiene labios hambrientos y brazos musculosos
y mientras extasiada su bello cuerpo admiro,
todo el campo se llena de trinos armoniosos.

Yo, tan pálida y débil sobre el musgo tendida,
he sentido al mirarlo una eclosión de vida
y mi anémica sangre parece que va a ahogarme.

Formaríamos el tronco de inextinguible casa,
si a mi raza caduca se juntara su raza,
pero el hombre se aleja sin siquiera mirarme

 

Los pre vanguardistas (Hugo Mayo[15] –Manta, 1897-1988-, considerado, más bien un vanguardista adelantado-, Miguel Ángel Zambrano (Riobamba, 1898-1969- y Miguel Ángel León –Riobamba, 1900-1942- ) dieron un sostenido “golpe” oficial a los patrones de antaño, con el que la poesía ecuatoriana ya no iba a dormir.

El Ecuador atravesaba el ímpetu ferviente de la revolución liberal en el gobierno cambiante y potente de Eloy Alfaro Delgado[16], el presidente que removió las simientes de todo lo establecido en lo político, social, económico y educacional en el Ecuador, moviéndose a la tradición desde un feudalismo retrógrado a un liberalismo moderno.

Allí estaba la base de la vanguardia como contexto histórico. En Europa se movían las fichas hacia tendencias novedosas y en América florecían las voces insuperables, inmejorables e inconfundibles de Neruda, Huidobro, Vallejo, Girondo. En el Ecuador comienzan a escribir la "vanguardia": Carrera Andrade y Escudero. El aparecimiento prematuro de Hugo Mayo, luego el ecuatoriano-francés (el idioma en el que escribió la mayor parte de su obra fue éste): Alfredo Gangotena, y más tarde los estupendos poetas post vanguardistas: Jorge Reyes –Quito, 1905-1977-,  Augusto Sacoto Arias –Azogues, 1907-1979-, Ignacio Lasso –Quito, 1911-1943- y José Alfredo Llerena –Guayaquil, 1912-1977.

Hugo Mayo es nuestro más importante “vanguardista” o al menos el que más asumió ese “comportamiento” frente al tratamiento del lenguaje. Pero su poesía siendo efectivamente un aporte indiscutible para nuestra historia literaria, no llega a ser un discurso que se sostenga más que en esa sola arista: el efectivismo vanguardista. Por ello, su exclusión de este libro.

Según Raúl Serrano:

 

Mayo fue un protagonista que no llegó, a diferencia de lo que supuestamente sucedió con los románticos y los modernistas, a deshora de la convocatoria de los ismos; llegó como bien lo advirtió en 1937 Benjamín Carrión, a tiempo, y lo hizo mostrando y exhibiendo propuestas que eran (así hay que leerlas hoy) como la ampliación, el eco de los dadaístas, ultraístas y surrealistas europeos.[17]

 

No considero que el discurso de Mayo y el tratamiento reiterativo y sistemático que siguió a lo largo de su carrera literaria lo hayan fortalecido como una voz verdaderamente colosal dentro de nuestras letras. Su nombre brilló mediáticamente en los escenarios latinoamericanos, como nuestro vanguardista de exportación, pero sus recursos y formas de ruptura y novedad, no lograron alcanzar esa conmoción que la poesía debe tener, sobre cualquier otro artificio (lo que no pasó con los otros vanguardistas nuestros, ni con los latinoamericanos grandes). Mayo se dejó enmascarar por esa cruel marca de “vanguardista adelantado,” que lo dejó sumergido en su “propia tinta”, sin lograr descolar de sus artificios metalingüísticos: ultraístas, dadaístas, futuristas. He aquí una muestra:

LA TOS DEL CERDO

Hasta me voy de filo cuando muerdo 
la tentación del carretero
de fumar la distancia en un cigarro 
Pero desarmándome en medio de la calle 
estoy de estos engaños
Recordé lo del tango
"A mí me toca emprender la retirada"
Sin embargo de atrás una noticia traigo 
La tos del cerdo ha sido siempre 
un caso clínico polémico.


LOS GRANDES POETAS: LOS GRANDES ESTILOS


Nuestra vanguardia (y esta antología) comienza con el poeta ecuatoriano por excelencia: Jorge Carrera Andrade (Quito, 1903-1978), quien dejó escrito el nombre de nuestra Patria en los anales de la poesía. Carrera fue nuestro “rey Midas” del verso, nuestro “Neruda local”. Nuestra bandera, con él, enarbolaba en las más altas cumbres de la poesía. En París, su nombre sonaba junto a los grandes poetas del mundo, con envidiable brillo. Él fue la posta de nuestro lenguaje lírico contemporáneo. Su poesía visionaria, conjuga la metáfora límpida y exacta en comunión con la reflexión naturalista del paisaje. Al tocar el erotismo y el aspecto social, indaga por caminos muchos más profundos e implícitos que la indagación simple por la epidermis del cuerpo y la mera política. Es un poeta de entraña y de reflexión descriptiva.

Su compañero generacional Gonzalo Escudero (Quito, 1903-1971) es un fiel servidor de la métrica más aguda y sonora de la lírica hispana, del soneto endecasílabo, del alejandrino. Escudero nos dio la gloria de la rima: el hallazgo de contemporizar la forma, luego de que nuestros modernistas le dieron muerte sacrosanta con su propio dolor y su propia juventud. Los poemas de Escudero guardan siempre el recato frente al discurso y están conteniéndose gracias al tapón de la rima perfecta que conduce al acto de pensamiento lingüístico más contundente. La rima es creadora de los más profundos hallazgos, por eso la poesía de Escudero (y luego de la de Granizo) darán un tono de impecable silencio y barroquismo a nuestra lírica.

El trío de vanguardistas oficiales y canónicos del Ecuador se completa con Alfredo Gangotena (Quito, 1904-1944). Muchos ecuatorianos lo consideran la panacea de la literatura ecuatoriana. Gangotena es el más francés de los poetas latinoamericanos. Ha sido traducido a su idioma madre, pero siempre conservará una sensibilidad distinta. Es el más barroco y surrealista de todos nuestros grandes vanguardistas. Amigo de emblemáticos poetas franceses de su tiempo, su sensibilidad se la percibe distinta, pero su vuelo poético y sus giros lingüísticos, su cosmovisión universal y su sonoridad alejada del ritmo latinoamericano lo hicieron paradigmático en nuestro país. Gangotena no está para ser nuestra “cédula de identidad”. Es una relación muy lejana a nuestro sentir. Él vivió lo que vivió y no nos queda juzgar la “identidad nacional” en su poesía.

César Dávila Andrade (1918-1967) es el poeta mayor de la contemporaneidad, y es nuestro poeta continental. Considero que su trágica muerte[18] no fue tan prematura para la calidad de su obra, como sí lo fue, por ejemplo, la muerte de cada uno de los poetas de la “generación decapitada”. Dávila supo asumir los registros de su poesía en los diferentes patrones temáticos. Desde los poemas descriptivos, en donde se deja notar una dosis de modernismo enriquecido con la novedad de la imagen resplandeciente, pasando por el formalismo métrico donde la sinestesia, en todas sus formas, se notan pletóricas de audacia, junto con el trabajo fonético de la lengua. Un maestro para asumir una caprichosa melopea y un inalterable concepto lingüístico. Pocos poetas de la patria lo han asumido así (antes de él, tal vez, solamente, el gran José Joaquín de Olmedo). Sus registros continúan brillando con el esplendor de sus imágenes surrealistas, en mezcla con un misticismo personal, hasta llegar a un hermetismo resplandeciente en figuras retóricas y literarias, atravesando los lagos imperiosos de la poesía social. Poeta realmente abarcador.

Es Dávila quien funda la poesía moderna en el país. Carrera inicia el viaje por una vanguardia de ojos abiertos. Como dice Jorge Enrique Adoum: Carrera es el único poeta que no podría escribir siendo ciego[19], porque nos presenta la belleza del entorno (el país esencial desde su exotismo naturalista, desde su geografía). Recordemos el modernismo temprano de Martí y fijémonos en la presentación de él y su patria: Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma...[20] Esto nos hace entender que Carrera hubo todavía una temática ortodoxa para la época, frente a la figura siempre adelantada de Dávila, que escribió descriptivamente la realidad real y la realidad que se adeuda. Carrera hizo lo que tenía que hacer, escribir sobre lo que no se había escrito a fondo, aunque suene irónico: su país, mirándolo desde todos los ángulos posibles, hasta sacar de él su “País secreto”[21] (en otros países, esta labor ya la habían hecho en el modernismo).

Dávila es figura clave para entender que, con su poética, exportamos nuevos temas al mundo. De allí que, como dice el refrán no popular: si César Dávila hubiese llegado a París, habría llegado lejos. Estoy seguro que en este siglo se lo descubrirá como el gran poeta y entonces el mundo sabrá de este ecuatoriano universal.

Al mando de Dávila se funda el grupo “Madrugada” que tiene a algunos nombres de varias ciudades del territorio nacional. Nombres claves de los últimos patriarcas de nuestra poesía: Enrique Noboa Arízaga (Cuenca, 1922-2002), Hugo Salazar Tamariz (Cuenca, 1923-1999), Edgar Ramírez Estrada (Guayaquil, 1923-2001), Rafael Díaz Icaza (Guayaquil, 1925), Eugenio Moreno Heredia (Cuenca, 1925-1997) y Jacinto Cordero Espinosa (Cuenca, 1926), todos poetas notables. A este grupo también pertenecieron Jorge Enrique Adoum y Efraín Jara Idrovo. De este grupo, junto con Dávila (el mayor en edad de la “promoción”), todos despuntaron hacia el nuevo discurso, ligados, como tenía que ser, por el lazo de la poesía social y vanguardista (con Neruda a la cabeza).

Jorgenrique Adoum (1926-2009) es, sin ninguna duda, el poeta más influyente de la segunda mitad del siglo XX: un gran trabajo con el lenguaje y con las formas más ligadas a un estructuralismo personal lo llevaron a ser considerado nuestro poeta más internacional, nuestro más completo escritor (escribió todos los géneros con la misma solvencia y calidad). Adoum es el responsable de la poesía más certeramente vanguardista de su generación en cuanto al trabajo morfológico y semántico. Aunque para la crítica miope su “culpa” a flor de piel es haber sido secretario de Pablo Neruda y, por lo tanto, y con razón justa, haberse sumergido en su “universo” hasta tratar de hallar en él la sombra de un Canto general[22] con sus Cuadernos de la tierra[23]. Con el  libro  Dios trajo la sombra[24], tercer cuaderno de la saga, consiguió el reconocimiento internacional cuando ganó el Primer Premio “Casa de las Américas” en Cuba (1960). Hermosos textos históricos, irónicos (una de sus claves más imperiosas) y repletos de esa “cultísima” aplicación semántica de la utilización infalible de la regla lingüística que el mismo texto-poeta se encargará de romper, hasta llegar limpio, sin esa “estructuración” al estupendo El Amor desenterrado[25] (1993), el texto que quedará por siempre, como un clásico de la poesía, por haber llegado hondo a las más desconocidas fauces del amor y la muerte. Un texto poético imprescindible.

Si Adoum hizo un gran trabajo con el lenguaje su compañero generacional Efraín Jara Idrovo (1926) hizo un gran trabajo con la forma. Jara es el poeta de la forma y del rigor. Sus poemas, muchos de ellos “renegados” y “relegados” por él mismo, se agrupan en un solo tomo[26] en donde recoge lo mejor de su obra. Lo demás pretende lanzarlo al olvido. Queda intacto, para siempre, su Sollozo por Pedro Jara (1978), hermoso y torrencial texto que gira alrededor de una elegía pausada, tristísima y firme por su gran fuerza “repensada” al no caer, de ninguna manera, en las garras del “desgarramiento sentimental”, sino que, más bien, brilla por su estructura formal y por su elasticidad a la hora de asumirlo como una lectura múltiple (poema dividido en cinco partes). El poema puede leerse de innumerables formas de arriba a abajo o viceversa, de una serie a otra, combinando con el número de versos –ya que todo el poema está numerado-. Poema móvil, único en su especie. Hace falta que América y el mundo se entere de este texto que evidencia que el Ecuador, con este poema, podría ser reinscrito en las poéticas personales más importantes de nuestra lengua.

Otra pléyade hermana aparecerá en el tiempo. Un nuevo grupo generacional se abrirá en corola para transparentar el poema de la patria. Francisco Tobar García (Quito, 1928-1997), Filoteo Samaniego (Quito, 1928), Manuel Zabala Ruiz (Riobamba, 1928), Francisco Granizo Ribadeneira (Quito, 1928-2009) y Alfonso Barrera Valverde (Ambato, 1929).

De los cinco citados tal vez sea Tobar García el que mayormente despuntó en la nueva vanguardia, mientras que Zabala Ruiz sea el que le dé un toque de humor y desfachatez a la poesía formal del soneto endecasílabo y Granizo Ribadeneira sea el poeta total que junta las dos barreras del poema: fondo y forma, hasta volverlo fuerte en sus dos flancos.

La poesía de Francisco Tobar García es lo que llamaríamos “expresiva” total, sin darle más vueltas al término. Textos que no se quedan estáticos en la expresión, sino que se inscriben en versos largos formando un cúmulo frenético, un discurso enaltecedor. Poeta enorme, Tobar, un poco traspapelado por el hecho de haber sido uno de los más grandes dramaturgos del país, por lo que siempre la literatura pedagógica lo clasifica en el teatro, dejando a un lado su enorme poesía. Su obra poética no está enmarcada en la “poesía del silencio”, es más bien un verso que bulle, que suena, que verbaliza. Sus poemarios Ebrio de eternidad[27] y La luz labrada[28] se han vuelto lectura de culto para muchos poetas actuales.

Manuel Zabala Ruiz, a mi juicio, es en cambio el poeta que transgrede el patrón anacrónico de la imagen y el verso clásico hasta volverlo original. Aunque pueda sonar, en primeras lecturas, a modernista del preciosismo rubendariano, Zabala utiliza algo singular en nuestra poesía: el humor, algo que se desliga de la moda actual (y eterna) de que el poeta tiene que caer en el dolor. Además estoy convencido de que el humor es una forma de dolencia. Y en Zabala Ruiz se nota claramente. Su gran poesía (que cabe en un libro de 200 páginas)[29] es realmente de antología toda ella. Son poemas trabajados como joyas, entidades únicas e indiscutibles para entender la herencia renovada del siglo de oro.

Francisco Granizo Ribadeneira trabaja en el mismo patrón que Zabala. Sus sonetos son equilibrados con una rima que no endulza sino que se enfrenta a la palabra desde la poesía conceptual, ligada a un barroquismo riquísimo que se ensimisma en la rima perfecta de una octava real, de una décima y, sobretodo, del soneto. Esta generación fue la que aportó mayormente a la forma clásica en el siglo XX. Granizo llega hasta la médula del poema cuando trabaja el texto Muerte y caza de la madre (1978): desacralizador, duro, de voz poética doliente y de infinita parsimonia. Su poesía alcanzó la prosa y consiguió con ello la única novela ecuatoriana a la cual considero poesía de verdad: La piscina[30], texto enorme en donde la filosofía poética se vuelve, en desmedido canto, una prosa que no resuelve, ni cuenta, sino que expresa. Dualidad compleja entre el poema y la prosa.

Corresponde ahora pasar revista por la generación del sesenta. Generación pletórica. Repleta de grandes nombres. Figuras estelares de nuestra poesía. Concepción nueva, ruptura de los cánones formales. Desestructurización de las temáticas. Poetas que ven pasar las revoluciones, los acontecimientos irrestrictos de una modernidad tecnologizante. Allí están y siguen estando, ahítos de poesía en la contienda: Carlos Eduardo Jaramillo (Loja, 1932), Eduardo Villacís Meythaler (Quito, 1932), Ileana Espinel (Guayaquil, 1933-2002), Rodrigo Pesantez Rodas (Cañar, 1937), David Ledesma Vásquez (Guayaquil, 1934-1961), Euler Granda (Riobamba, 1935), Fernando Cazón Vera (Quito, 1935), Rubén Astudillo y Astudillo (Cuenca, 1938-2003), Carlos Manuel Arízaga (Cañar, 1938), Ulises Estrella (Quito, 1939), Ana María Iza (Quito, 1941), Antonio Preciado (Esmeraldas, 1941), Nelly Córdova Aguirre (San Gabriel, 1942), Simón Zavala Guzmán (Guayaquil, 1943), Rafael Larrea (Quito, 1943), Violeta Luna (Guayaquil, 1943), Victoria Tobar (Ambato, 1943) y Raúl Arias (Quito, 1944).

Carlos Eduardo Jaramillo es poeta desacralizador. Su obra variopinta es contenedora de exigentes y genuinas connotaciones mitológicas amparadas por un sostenido vuelo indagador en la filosofía y en la imaginería del dolor humano. Llega a la descripción titubeante y pretextual con hondas manifestaciones existenciales, se aúpa en el dolor y consigue entablar relación con sus contemporáneos. Su obra fundamental está en los poemas de amor. Consigue estructurar a la temática amatoria con nuevas aristas temáticas que llegan a romper los discursos convencionales del tema.

Euler Granda es nuestro anti poeta por excelencia. Ha logrado con su poesía dominar al “lugar común” y darle nuevas connotaciones, hasta volverlo discurso sugerente, pieza fundamental de su poesía desenfadada, de su verbo aislado de la imagen muy elaborada. A cambio de ella ha impuesto en su obra la sorpresa y la novedad que gira dentro del lenguaje cotidiano, que llega a ser la poesía del encantamiento y la emoción. Granda enarbola la bandera que en Chile abanderará el gran poeta Nicanor Parra[31]. Consigue una propuesta coloquial, un primer urbanismo poético. Esto será el argumento para que en las siguientes generaciones se bifurque la poesía por esos lares conversacionales, anticonvencionales y “antiestéticos”, rompiendo el canon absurdo de lo convencionalmente bello.

Fernando Cazón Vera juega con el humor y con la estructura formal con absoluta soltura. Poeta de voluminosa obra. Deja antecedentes al haber logrado, con su poesía, desmitificar la historia sentenciada por la tradición. Poeta temprano y estupendo siempre. Ha logrado, en su tiempo, reafirmar a la forma clásica y regresar con el mismo peso al verso libre. Ha trabajado patrones como la parábola, la sentencia y el versículo con una solvencia arrolladora y un elasticidad a la hora de concebir la imagen y regresar al lenguaje con una cadenciosa suma de ritmos armónicos y conceptos implícitos en el meta lenguaje que la lírica verdadera exige.

Rubén Astudillo y Astudillo fue el poeta desacralizador del tema místico. Su obra voluminosa y pareja permite entender una escritura preocupada por la forma desde una perspectiva que relaciona el capricho del pie quebrado (pero caprichosamente quebrado en relación con su ritmo interno) en los versos, con la intencionalidad de darle al ritmo del poema un tono distinto al convencional. La línea como un verso con sentido ya no existe en Astudillo.

El tema de Dios es figura fundamental en su obra. En el erotismo consigue uno de los libros más extraordinarios del país: Las elegías de la carne (1971). Su trabajo oficial como embajador lo llevó a China donde trabajó una parte de sus últimos poemas. En Medio Oriente cambió su sensibilidad antes ligada a analizar y comprender el espíritu de la gente desde la filosofía del lenguaje y desde la imprecación a lo mítico y religioso, hasta llegar a lo contemplativo. Hermosos poemas donde se hacen referencia a la perfección del movimiento y de la naturaleza. Astudillo es un poeta diferente a todos los de su generación. Una voz rara, distinta, inusual.  

Con Antonio Preciado Bedoya, el ritmo y el elemento de la historicidad, así como las referencias a la negritud forman el equilibrado discurso en su poesía repleta de símbolos de enorme connotación social. El ritmo es fundamental en su trabajo versal. La poesía de Preciado se sostiene en dos vertientes: la defensa sin tregua a su raza negra y el dolor frente a la injusticia. Pero siempre alejado de cualquier postura convencional, de cualquier aditamento sin verdadero lenguaje poética o cualquier reflexión fácil. Es el poeta de la imaginería y de la profundidad. Un poeta completo: analítico y sutil, digna figura de la negritud continental.

Y las mujeres: Ileana Espinel Cedeño, probablemente la matriarca de la poesía ecuatoriana. Nace luego de la gran herencia que nos dejó Dolores Veintimilla[32], Mary Coryle[33] y Aurora Estrada. Ileana es una poeta que se sumergió en el cultismo de la vanguardia de la época. Lo más sorprendente de su lírica (parca y firme, pareja y sostenida) es la especie de leitmotiv que trabaja con base en la poética de la enfermedad. Toma como referencia a una voz enferma que lucha consigo misma y con la filosofía: Dios, la sociedad, los afectos, los desafectos, llegando a hacer poemas de exquisita versatilidad y hasta de un gran sentido del humor y finísimo sarcasmo repleto de una línea filosófica.

Ana María Iza es poeta de ruptura. Me encanta su conexión con la cotidianidad, su adhesión a la vida real, su mínimo mundo fabulado y su filosofía del dolor aplicada a sus afectos, repleta de connotaciones irónicas, de salvas de infinita ternura y de anti solemnidad. Gran poeta que nos deja una obra en donde triunfa un ritmo peculiar y único, una interiorización que conduce a la intuición, que descubre la poesía en su música interior. Y la suaviza con el humor.

El siguiente grupo generacional nace en la generación del setenta: Julio Pazos (Baños, 1944), Humberto Vinueza (Guayaquil, 1944), Bruno Sáenz (Quito, 1944), Fernando Artieda (Guayaquil, 1945), Hugo Jaramillo (Quito, 1945), Fernando Nieto Cadena (Guayaquil, 1947), Sonia Manzano (Guayaquil, 1947), Alexis Naranjo (Quito, 1947), Iván Oñate (Ambato, 1948), Iván Carvajal (San Gabriel, 1948), Javier Ponce (Quito, 1948) y Sara Vanegas (Cuenca, 1950). 

De esta pléyade nacen los poetas experimentales desde el rigor de la lengua, desde la adaptación de un discurso vinculado con la contemplación y la poesía. Dejan a un lado el discurso “urgente” y se dedican a explorar por las lindes simultáneas de un discurso más conceptual frente a un compromiso vital del poeta con la palabra y con la lengua. Vemos que la acepción del poeta Valery frente a que la poesía no se hace con buenas intenciones, sino con palabras, supieron asumirlo muy bien estos poetas.

Julio Pazos Barrera es poeta de sagas. Sus libros se acogen casi siempre a macro temas. En muchos casos puede parecer que sus textos están amparados por otros que parecen andamios del discurso principal. Sus libros, casi todos cuidados íntegramente con el cincel del rigor, han sido aceptados por la crítica de buena manera. Sus poemarios a manera de series: Levantamiento del país con textos libres -1982-, (Premio “Casa de las Américas”), Oficios (1984), Mujeres (1988), se sostienen como libro completo, es decir es el poema-libro, el conjunto está armado de esa manera. La reflexión filosófica desde situaciones pequeñas, individuales, se magnifican cuando se presenta en el poema de Pazos, reafirmando una categoría universal, una sentencia dada desde la anécdota, la sugerencia y la epifanía.

Iván Carvajal Aguirre es el poeta filósofo que ha venido trabajando una poesía conceptual hasta volverla entidad críptica. Poeta sostenido, riguroso hasta la mínima expresión, justifica su verso y sabe que él está solo para esa “inmensa minoría” de la que hablaba Juan Ramón Jiménez. Ha trabajado bajo este concepto estupendas piezas de erotismo (Los amantes de Sumpa -1984- y En los labios la celada -1996- ) así como poemas de exquisito valor intelectual y fonético. Oscuro y parco, su poesía ha servido para muchos poetas de las nuevas hornadas como punto de referencia para su escritura.

Iván Oñate es un poeta que se trabaja a fondo. Su poesía está conformada por cantos de verdadero impacto conceptual, pero que no llegan a caer en la oscuridad de los significados. Apasionado compulsivo, obsesivo y de gran acervo semántico, Oñate es gran figura de nuestras letras, por ese giro hacia un concepto menos álgido. Su poesía se abre como un canto total a los conceptos más universales (Dios, el miedo, la muerte, el dolor), convirtiéndose en verdaderos cimientos de un discurso que se va construyendo en base a la filosofía. La nada sagrada (1998) es un libro capital en su obra en donde se reflejan los hitos e íconos de la generación del poeta en donde fue joven y se hizo descubridor de su propia existencia.

Por último, Sara Vanegas Coveña, la poeta de los “micro-poemas”, que no son haikus ni microgramas[34], sino entidades individuales que brillan por rítmicos y conceptuales, al igual que un poema de largo aliento. Su obra completa hasta la fecha, es una muestra de que su estilo ha sido definidor y verdadero. Una poesía dictada por la contemplación y la visión oriental de encontrar en las imágenes reales y poéticas de la voz lírica el concepto vital y filosófico de la palabra.


La coda

El canon impide siempre revisar con concreción y sin apasionamientos la poética de un país que vivió “cocinando” su obra en el silencio y el anonimato. El nuestro es un canon interno, interiorizado, novelero, que parte desde adentro, pero que afuera no ha tenido eco, por lo tanto sigue siendo un rompecabezas imposible de concretarse.

Sin embargo es esto lo que nos da esperanza y hasta nos resulta bueno, porque podemos seguir teorizando sobre el asunto y porque estamos fortaleciendo una discusión alrededor de la poesía ecuatoriana y de su supuesta canonjía  aún temblorosa dentro de las arbitrariedades académicas.

Solo la poesía puede escapar de todo esto junto con la emoción que ella produce. Solo el lector puede concretar el misterio en el momento en que lee un poema verdadero y se produce el instinto de comunicación. Es la poesía y el tiempo. Por ello no hay forma de irse contra la dialéctica de la tradición. El tiempo es el juez y punto.

La poesía siempre fue aquella dama indomable que tanto amó el misterio y el lenguaje, pero sobretodo que ha sido amada por todos los seres de la tierra, y que, como lo intuyó Borges, está hecha de la sencillez inaudita de una mirada. Él lo dice así: Mirar el río hecho de tiempo y agua/ y recordar que el tiempo es otro río,/ saber que nos perdemos como el río/ y que los rostros pasan como el agua.[35]

Ni más ni menos. 



[1] Xavier Oquendo Troncoso (Ambato-Ecuador, 1972). Periodista y Doctor en Letras y Literatura. Ha publicado los siguientes libros: Guionizando poematográficamente (1993); Detrás de la vereda de los autos (1994); Calendariamente poesía (1995); El (An)verso de las esquinas (1996); Después de la caza (1998); La Conquista del Agua (2001); Ciudad en Verso (Antología de nuevos poetas ecuatorianos, 2002); Antología de Nuevos poetas ecuatorianos (2002); Salvados del naufragio (1990-2005), Esto fuimos en la felicidad (2009. Mención de Honor, Premio Jorge Carrera Andrade, al mejor libro de poesía publicada en el año, Municipio de Quito), Antología de la poesía ecuatoriana contemporánea –De César Dávila Andrade a nuestros días- (México, 2011), Solos (2011), Alforja de caza (2012). Representante del Ecuador en importantes encuentros poéticos y literarios en España, México, Colombia, Chile y Perú. Ha sido editor de varias revistas de poesía y literatura. Ha dirigido varios talleres literarios de Creación y lectura. Organizador de los Encuentros de poetas jóvenes en su país y del Encuentro Internacional “Poesía en paralelo cero”. Parte de su poesía ha sido traducida al italiano, francés y portugués.

[2] Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea (Santiago de Chile), 1937

[3] Muchas canciones a ritmo de pasillo tomaron como referencia los poemas de los modernistas nuestros, ya que su tono melancólico y su apatía frente a lo establecido servía para el contexto de un pasillo tradicional.

[4] “Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,/botón de pensamiento que busca ser la rosa…” (los dos primeros versos del soneto, publicado en su libro Prosas profanas -1896-1901).

[5] El poeta terminó firmando su nombre así: uniéndolo en un solo vocablo.

[6] Jorge Enrique Adoum, Poesía Viva del Ecuador –Antología (Quito, 1990).

[7] El nombre proviene del título de un ensayo de Raúl Andrade “Retablo de una generación decapitada” (1943). La alusión se debe a que la mayoría de ellos cometieron suicidio a muy temprana edad.

[8] Época de grandes narradoras vanguardistas que se inscribieron, sobretodo, en el Realismo Social y en la literatura de denuncia, consiguiendo obras de gran ambición y envergadura. Entre ellos están: Jorge Icaza, José de la Cuadra, Alfredo Pareja Diescanseco, Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert y Pablo Palacio.

[9] Medardo Ángel Silva se disparó frente a la casa de la mujer a la que pretendía, según dice el mito urbano, mientras que Noboa y Caamaño murió de sobredosis, ya que tenía grandes crisis de neurosis que solo la morfina podía controlarlo.

[10] Del poema “Ego Sum”, del libro Romanza de las horas (1922)

[11] (Guayaquil, 1935 - 1978) Cantante ecuatoriano. Conocido con los apodos de El Ruiseñor de América y Míster Juramento, Julio Jaramillo es considerado el mejor cantante ecuatoriano de todos los tiempos. Se lo conoce en toda Latinoamérica.

[12] (Bahía de Caráquez, 1896 - 1982) Poeta ecuatoriano. Destacó en la diplomacia, periodismo, literatura y principalmente en el campo de la poesía, recibiendo el honor de ser coronado poeta nacional en 1976. Unción y otros poemas (1941) y Canto a Guayaquil (1960) son sus dos obras más destacadas.

[13] El poema de Enrique González Martínez (México, 1871 ‘ 1952) es una declaración de principios en donde se rompe definitivamente esa relación estrecha con el modernismo y su forma. El poema completo dice: TUÉRCELE EL CUELLO AL CISNE: Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje/ que da su nota blanca al azul de la fuente;/ él pasea su gracia no más, pero no siente/ el alma de las cosas ni la voz del paisaje./ Huye de toda forma y de todo lenguaje/ que no vayan acordes con el ritmo latente/ de la vida profunda. . .y adora intensamente/ la vida, y que la vida comprenda tu homenaje./ Mira al sapiente búho cómo tiende las alas/ desde el Olimpo, deja el regazo de Palas/ y posa en aquel árbol el vuelo taciturno. . . / El no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta/ pupila, que se clava en la sombra, interpreta/ el misterioso libro del silencio nocturno.

[14] (Puebloviejo, 1901 – Guayaquil, 1967). Fundó la revista literaria Proteo y publicó dos poemarios.

[15] Su nombre verdadero es Miguel Augusto Egas, hermano de un poeta modernista: José María Egas.

[16] (Montecristi, Ecuador, 1842 - Quito, 1912) Militar y político ecuatoriano, máximo representante del liberalismo radical, que fue presidente de la República en los períodos 1895-1901 y 1906-1911.

[17] Memorias del X Encuentro sobre Literatura Ecuatoriana “Alfonso Carrasco Veintimilla”, Tomo 2 (Cuenca, 2011)

[18] El poeta se mató en un hotel en la ciudad de Caracas, en Venezuela, cortándose la yugular con una hoja de afeitar, dejándonos huérfanos en la poesía.

[19] Jorge Enrique Adoum, Poesía Viva del Ecuador –Antología (Quito, 1990).

[20] Del libro Versos Sencillos (1891)

[21] Título de uno de los emblemáticos libros de poesía de Carrera Andrade (MacMillan, 1946)

[22] Ambicioso libro de Pablo Neruda, poemario que trató de abarcar toda la historia de América. Publicado por primera vez en México, en 1950.

[23] Libro de Adoum que pretendió ser una saga de 8 cuadernos, pero a la final se escribieron y publicaron solo 4:  I. Los Orígenes, II. El Enemigo y la Mañana (1952), III. Dios Trajo la Sombra (1959),  IV. El Dorado y las Ocupaciones Nocturnas (1961)

[24] Libro publicado en 1959. Primer premio “Casa de las Américas” de Cuba. Fue el primer poeta en ganarlo el año en que lo iniciaban.

[25] El amor desenterrado y otros poemas (Editorial El Conejo, Quito,1993),

[26] El mundo de las evidencias (Libresa, Colección “Crónica de sueños” (1998).

[27] Banco Central, Quito, 1991.

[28] Colección de Escritores ecuatorianos, CCE, Guayaquil, 1996.

[29] Poesía junta No. 5, Manuel Zabala Ruiz. CCE (Quito, 2007)

[30] Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2001.

[31] Poeta chileno nacido en 1914. Publicó en 1954 el poemario Poemas y antipoemas, el mismo que lo vivió popular por su gran audacia al recurrir a palabras y formas supuestamente “anti poéticas”.

[32]  (Quito, 1830  Cuenca, 1857) fue una poeta romántica que murió a los 28 años por su propia mano y que dejó una enorme influencia en la literatura ecuatoriana del siglo XIX y XX.

[33] Seudónimo de María Ramona Cordero y León- (Cuenca, 1901-1978). Narradora y poeta. En 1933 publicó Canta la vida, poemario con el que escandalizó a la pacata sociedad de su tiempo por las connotaciones eróticas que poseía. Otras publicaciones son: El mío romancero (1945), Romance de la florecica (1946) y Romancero de Bolívar (1961).

[34] Libro de Jorge Carrera Andrade publicado en 1940. Está conformado por mínimos poemas (de tres líneas por lo general).

[35] Poema de Jorge Luis Borges: “Arte poética”, De El espejo de agua (1916).