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Federico Díaz-Granados

Federico Díaz-Granados (Colombia, 1974). Poeta, ensayista y divulgador cultural. Ha publicado los libros de poesía: Las voces del fuego (1995), La casa del viento (2000) y Hospedaje de paso (2003). Han aparecido tres antologías de su poesía: Álbum de los adioses (2006), La última noche del mundo (2007) y Las horas olvidadas (2010). Preparó las antologías de nueva poesía colombiana Oscuro es el canto de la lluvia (1997) e Inventario a contraluz (Arango Editores, 2001) y realizó para la revista Punto de Partida de la UNAM de México la antología Doce poetas jóvenes de Colombia (1970-1981). Actualmente es director de la Biblioteca de Los Fundadores del Gimnasio Moderno y de su Agenda Cultural. Es parte del comité organizador del Festival Internacional de Poesía de Bogotá y dirige el Premio Nacional de Poesía “Obra inédita” que se convoca desde el año 2005. Al inicio de 2015 aparece su libro Las prisas del instante (Visor, España).

 

  

 

 De Las prisas del instante

 

 

 

 

 

LAS PRISAS DE INSTANTE

 

Tenía razón el tiempo en llevar su afán

en instalarse donde le pareciera

y en tener sus rituales y hostilidades.

 

Ahora entiendo sus tardanzas y balbuceos

y su prontitud para los aciertos,

de esta terquedad de fijar unas cuantas palabras en un extremo de la infancia

y otras tantas en un rincón de esta calle ronca

que se parece tanto a la vida, llena de sorpresas y de silencios.

 

Por eso perdóname por tantas deshoras.

por convocarte en noches de rencores y presagios

por amontonar en la misma gaveta ruinas y asuntos cotidianos

entre el cansancio de los días y la terca música de los silencios.

 

Tenía razón el tiempo en llevar su ritmo

y la vida en tener sus afanes

para quedarse acá

con todas las prisas del instante.

 

Por eso perdóname por estas premuras

por no saber la gramática y las palabras de una lengua olvidada

por haber perdido libretas, las  llaves

y la vieja canción de exactos compases y cenizas

como si en el afán del tiempo

cada día, sin importar la hora,

se extraviaran los sueños.

 

 

 

 

SALA DE ESPERA

 

No importa dónde esté la casa

alguien espera

temeroso o impaciente

a que llegues a la hora convenida.

 

Porque allí está todo intacto

entre telarañas y escombros de un tiempo

y de un mundo que enmudece.

Allí están las postales y las viejas cartas

de ciudades nunca visitadas

y de puntos cardinales extraviados

porque esta casa se parece a todos sus moradores

en sus grietas, en sus manchas, en tantas cosas perdidas

y olvidadas en gavetas.

 

Hay que llamar si nos demoramos un poco

no sea que se inquieten los víveres y los retratos

los abrigos y las cobijas preparados para el frío

 

Hay que avisar porque los niños de entonces

ya no somos niños

y afuera está el carnaval y la cuaresma

las gentes agolpadas en los quioscos

y los estadios llenos,

la algarabía y el canto de los hombres

en refranes o estribillos repetidos.

 

No importa dónde esté la casa

alguien espera

temeroso o impaciente a que llegues

a la hora convenida

no sea que llamen a dejar recados de la muerte.

 

 

 

PARECIDOS INDELEBLES

 

Cada vez te pareces más a tu padre -me dicen en la calle-

en sus gestos, en su forma de caminar,

por su frágil manera de mirar el paso de la gente.

Por sus ademanes en la mesa y el ritual de hacer listas sin objeto.

 

Son parecidos –gritan las tías y los primos–

en las señas y el modo de llevar la soledad

en cómo caminamos los mismos trayectos citadinos

y en la costumbre de repetir anécdotas en similares horas.

 

Parecen dos magos enseñando a los niños viejos trucos

-dice mi madre algunos días-

y los colores de la ropa no combinan

con el estado del corazón y de la mirada.

 

Cada día somos más parecidos

y el carácter y los modales revelan una forma

de estar en medio de tantos ausentes,

de recuerdos guarecidos y canciones repetidas.

Todo aquello que fue lo más pasajero

en el insomnio.

 

 

 

 

LA NUEVA CASA

 

Al fondo de su cuerpo la casa nos espera

y la mesa servida con las palabras limpias

para vivir, tal vez para morir,

ya no sabemos,

porque al entrar nunca se sale. 

Eugenio Montejo

 

 

El amor como esta casa

se construye con piedras y con arenas

y algunas maderas de fácil remoción

porque desde allí

la tierra se ve plana y vieja

colmada de insomnios y periódicos de ayer.

 

Al final uno se acostumbra a vivir entre esas paredes y esos muebles

y es fácil habituarse a sus  nuevos ruidos, sus fantasmas

a los cortes de luz y las goteras.

Algo de ti tiene este cuarto de ventanas empañadas

y ropas arrumadas en el piso

algo de ti tienen mis libros amontonados

y la vida guardada en gavetas y carpetas de ocasión.

 

Porque en el amor como en esta casa

el corazón parece un corcho lleno de razones y de fotos

y paredes llenas de manchas y agujeros

cuando bajan un cuadro o cambian un retrato de lugar.

Y si me buscan mis miedos que suben en fila vestidos de despedida

habrá que dejarles recados y signos entre la luz

para que no se tropiecen en la escalera

cuando se topen de frente con tantos rostros y sitios ya perdidos

con los viejos talismanes y rencores.

 

Acá la música suena en compases diferentes

y siempre habrá un vecino que se lamenta en la noche

y una fiesta a la que no estás convidado.

No sé dónde poner las cosas viejas,

los muebles en desuso y la ropa de los muertos.

No sé dónde cubrir el corazón con cartones por si hay goteras.

Porque en el amor como en la casa

si enciendo la luz o abro las cortinas

se deshace el barro del que estamos hechos.

 

 

 

 

ENCUENTROS

 

Si te estrellas de frente con mi corazón

no huyas y no intentes borrar tus huellas dactilares

tampoco lo dejes por ahí a merced de algún desprevenido transeúnte

y no lo escondas, como al hijo torpe, de las visitas.

 

Si lo ves mordido en los bordes como un viejo borrador de la primaria

somételo a una calle de lluvias y remates.

Alguien se encartará con tan pesado encargo lleno de canciones incendiadas

y viejas vajillas en desuso

Alguien lo agitará queriendo oír alguna voz

como quien golpea durante horas la puerta de una casa vacía.

 

O si lo llegas a ver entre mis ruinas déjalo en la calle.

que este corazón de prisas y tardanzas

siempre se acomodó mejor a la intemperie.