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Xavier Oquendo


Xavier Oquendo Troncoso
(Ecuador, 1972). Periodista y Doctor en Letras y Literatura. Ha publicado: Guionizando poematográficamente (1993); Detrás de la vereda de los autos (1994); Calendariamente poesía (1995); El (An)verso de las esquinas (1996); Después de la caza (1998); La Conquista del Agua (2001); Salvados del naufragio (poesía, 1990-2005, 2005), Esto fuimos en la felicidad (2009), Solos (2011) y Alforja de caza (México, 2012), además de varias antologías de poesía ecuatoriana y libros de narrativa. Organizador del Encuentro internacional “Poesía en paralelo cero”. Ha merecido diversos premios nacionales como el “Pablo Palacio” en cuento y el Premio Nacional de poesía, en 1993. Integra antologías españolas, norteamericanas e hispanoamericanas. El Municipio de Ambato, en 1999, le concede la condecoración Juan León Mera por toda su obra literaria y de difusión. Parte de su poesía ha sido traducida al italiano, francés, inglés y portugués.



 

 

 

 

Mi abuelo y mi abuela

tenían un caminar maduro.

Ella, pausada en el galope;

él, acelerado y discurrido.

 

Caminaban, mirando la última huella

que había dejado el animal de turno.

Ella seguía el paso del hombre

como una secuencia natural.

 

El río de mi abuelo

y de mi abuela

no se parece al Guadalquivir

ni al Guayas.

Es un río de piedra que desciende

sobre las sendas

que faltan por conocer

y adentrarse.

 

Mi abuela nada tiene que ver

con la abuela de Perencejo.

Perencejo no tiene esos senderos

ni ese paso seguro y lento.

El abuelo de Fulano

no conoce el camino que mi abuelo guarda

en el bolsillo:

sendero extraviado

entre la menta y el "king" sin filtro

que olían sus pantalones.

 

Mi abuelo se parece a los astros.

Mi abuela es un astro.

Mi abuelo se parece a mi abuela

y los dos a las estrellas.

 

Nada tienen del Guayas ni del Guadalquivir.

Ni de los viejos Fulano y Perencejo.

Los miramos

a través de las radiografías de sus huellas.

Miramos sus sendas como esfinges

que heredamos para practicar la fe.

Nada tienen que ver con mis zapatos torcidos.

 

Caminaron, los dos, el valle hasta la muerte.

Son un río que esconde a las aguas

debajo de las piedras.

 

 

 

 

 

BRILLOS

 

A Elsy Santillán Flor

 

 

Dentro de dos tres poemas me iré

quién golpea la puerta?

los siglos por venir ruedan abajo

de los diez dedos de mis pies...

Juan Gelman

 

 

Al golpear una puerta y preguntar por alguien,

y responder que está o que no, y luego volver más tarde.

Llamar y sentir que he vuelto

con la esperanza de encontrarme con esa persona

que abrió la puerta, y que ha dicho que está,

que no está, que se ha ido.

 

La puerta está en el mismo lugar

donde está el límite para ingresar a nuevas palabras.

Pero basta con las mías, con las tuyas

y con las del más allá...

Y basta con mi puerta, que la he mandado a ventilar

por futuros terremotos allí dentro.

 

 

 

 

 

HABANA DOS

 

Hay un balcón en aquella casa.

 

Cerca de él, dos pájaros

tiran la tarde en sus plumas.

 

Cerca,

una bandada de proyectos y gorriones.

 

Cerca, la turbulencia

y los huracanes.

 

Cerca, un ciclón y el movimiento.

 

Hay un balcón

con pretensiones de puerta.

 

Se abre y se duerme.

 

Vive y es torbellino.

 

Es un balcón con disfraz y alhajas.

 

Duerme en la Habana,

se come la vieja nocturnidad.

 

Lejos el muelle,

                        las balsas,

                                   los lunes.

Lejos el olor a sol,

                        a horarios.

Cerca la bruma encendida

en el fuego,

el portón con olor a café,

                        los carteles pegados,

con una fecha

que ya se ha ido lejos.

 

Qué triste está la puerta

del balcón

allí despierta,

y yo con el insomnio de toda

la eternidad.

 

Hay un ciclón cerca

y no se mueve.

 

Hay un huracán y no despierta.

 

Dos pájaros tiran la tarde

en sus plumas.

 

Miro aquel balcón

y me da pena

pero él está viejo para penalidades.

 

Qué triste es ver que el sol huye de sus poros.

 

Enfermo, este balcón,

es medicina para creer en los pájaros

que anidan

debajo de su tiempo.

 

 

 

 

 

LA BRÚJULA

 

A María Teresa y Marta Eloísa

 

 

El abuelo cruzaba los montes

para alcanzar el baño de luna.

 

Perdió el sendero que dibujó el río.

Fue a descubrir el agua del mirto,

                                        del mamey,

                                        de los zapotes.

 

Cruzó los montes y llevó en su equipaje

el mapa del camino de aguas.

 

Llegó a la planicie...

 

Procreó unas hijas

que tuvieron hijos

                        como si el río no escampara.

 

Las cumbres aprobaron el designio del abuelo.

 

El viejo fumaba.

El nieto exploraba

el curso del humo viejo

                        y heredó la brújula con áncoras,

con la que comenzó a destilar

el misterio de las aguas.

 

 

 

 

 

EN LAS ESCRITURAS

 

Cuando Dios dijo:

                        Háganse las aguas,

se hicieron las cumbres.

 

No hubo orden cierta

ni día octavo.

Se dieron por sí solas.

 

De ellas supuró el líquido,

                                               los ojos de la selva,

                                   las semillas,

                                               los caminos del mar.

 

En ellas el demonio tentó a las aguas

cuando el espíritu, en ellas, se movía.

 

 

 

 

 

EN LAS ESCRITURAS

tres

 

Buscar al hombre en el agua,

colocarle pasos de firme tierra,

soltarlo en el camino:

sentirlo caminar

como veleta encendida en rojo;

sacarlo a relucir

en los poemas del aire,

y volverlo tres partes de agua

y una de espuma.