Roberto Manzano


            Roberto Manzano (Ciego de Ávila, Cuba, 1949)
 

Poeta y ensayista. Máster en Cultura Latinoamericana. Profesor adjunto de la Universidad de La Habana. Trabaja como Jefe de Redacción de Poesía en la Editorial Letras Cubanas. Ha ofrecido recitales y conferencias en universidades de México, Venezuela y Estados Unidos. Premio Nicolás Guillén de México, en el 2004, y Premio Nicolás Guillén de Cuba, en el 2005. Premio de Literatura Infantil La Rosa Blanca 2005. Premio Samuel Feijóo de Poesía y Medio Ambiente. Finalista en el Festival de Poesía de Medellín, Colombia, 2007. Finalista en el Festival de la Lira, en Cuenca, Ecuador, 2007. Entre sus libros destacan: Canto a la sabana (1983); Tablillas de barro I (1996); Puerta al camino (1992); El hombre cotidiano (1996); Pasando por un trillo (1997); Transfiguraciones (1999); Tablillas de barro II (2000); El racimo y la estrella (2002); Synergos (2005); Encaminismo (2005), Poesía de la tierra (2005),  Pensamientos libres (2006).


 


 

SYNERGOS

 

(Fragmentos)

 

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Ahora tengo unas ganas enormes de aullar, oh Munch,

de dar un largo lamento sonoro como una estentórea

muralla china;

 

oh Munch, en el puente que junta los dos cadalsos

me sostendría en la baranda gris para desbridar un

gran aullido;

 

espejo del arte, que guardas el instante raro como

una duplicación absoluta, qué bien cromas lo

incoloro;

 

vertería un ronquido extenso, desenfadado de fauces,

de modo que exhalara de un soplo todo el ácido del dolor;

 

porque ahora exhumo un gran dolor que no es élego

ni hímnico, ni flemático, ni atlético, ni femenil ni

varonil;

 

es un dolor Vallejo, sin sabor ni expediente, hincado

como una mala vértebra en la sucesión congojosa

del vivir;

 

Munch, para un resonar así como los bronquios del alma

hay que poner la baranda, el peso del alma sobre

la baranda;

 

luego que marbeteen, que se ausculten, que desahucien

como es usual cuando se ha cumplido la honradez

del dolor;

 

ahora daría un aullido de cíclope, de farallón rocoso,

de cristal lanzado, de retina pisada, de viento en el

desierto;

 

y no es conmiseración ni perdón ni contribución ni

ataque alguno lo que ahora pido, en vísperas de un

gran aullido;

 

sólo deseo deshabitarme el dolor, como un estertor

que de pronto sale y se divide en dos rostros que se

miran de frente;

 

luego queda el cráter abierto y regresa el aire del

silencio dentro de una inspiración tan larga como

un tren;

 

y va entrando, en anillos de tristeza y consuelo,

un color de brasa nocturna como una pequeña fiesta

íntima;

 

y disolviéndose el contorno inmediato, ven los ojos

aún rojos del resuello las nítidas palmeras de lo

distante;

 

y los grandes alciones cruzan mientras se levanta

convaleciendo el sol sobre las pulidas aguas del

océano.

 

 

5

 

Así a dónde vamos a ir, si necesitamos tanto? Si todo

se gasta un jolongo de algo, un tranvía de eso y de

aquello, un triste diapasón de utensilios;

 

porque no hay manera, no basta con las manos, no

basta con añadir los pies, las rodillas, los codos, los

hombros, la cabeza;

 

no basta: siempre urge una prolongación, un abarque

mayor o menor, una hendidura más larga, una

extensión más planetaria;

 

en cuanto se viene desnudos y desnudos nos

marchamos, debíamos tener una desnudez intermedia

pero no es posible;

 

nos vamos entretejiendo, envolviéndonos, sucediéndonos,

hilándonos y deshilándonos, oh Penélope;

 

y nos vamos alargando, demorando, sucediéndonos

repletos de botones, bocinas, barrenas, oh Odiseo;

 

grandes son las alforjas de nuestro destino, crecen

como los gajos de un milagro, pues vivimos de

adminículos;

 

dependemos de los artesanos que se especializan, de

las industrias que se especializan, de los países que

se especializan;

 

toda nuestra libertad radica  en el aceite, la sal, la

tinta, el petróleo, el papel, el fósforo, el antibiótico;

 

toda nuestra existencia pasa como un hilo por el

que trae el ajo, el distribuidos hidráulico, el mecánico

de las imágenes y los dientes;

 

oh Edison, cómo es posible? hacia dónde vamos a ir

si ya necesitamos de este modo? hacia dónde, si

somos tantos, y demandamos tanto?;

 

cuántas cucharitas de diversos tipos, cuántos

cuchillitos para los pies, los panes, los pescados;

 

cuántos espejos y cremas, cuántas tenazas y

esmeriles, cuántos títulos y expedientes, cuántos

galones y planillas;

 

cuántas sogas y diademas, detectores y lentes,

armas y bebidas, aviones y peinetas, espátulas y misiles;

 

y hemos olvidado los matices simbólicos del cielo,

el sabor del rocío o de la yerba macerada bajo las

caderas del amor;

 

a qué olían las costas de los ríos vírgenes, los

langostinos de los arroyuelos, las manos de la amada

dentro de las hojas del sasafrás solemne?;

 

fíjate bien, Tersites, que todo es agotable,

insostenible, deleznable, expulsable, pero goza de un

acabado perfecto;

 

fíjate que todo fosforece en líneas puras, pero es para

un solo golpe de boca o para el paréntesis fugitivo

del mes;

 

qué se finieron los ebanistas que levantaban aquellos

muebles sólidos, aquellas mesas que atravesaban

como barcos las aguas de los siglos;

 

qué se finieron los artefactos solos, que no formaban

cadenas de cadenas, que eran inderivables unos de

otros como zafados eslabones?;

 

oh Plutón, vivir para tantas cosas grandes y chiquitas,

turgentes y bellas, frágiles y mancomunadas,

terminables y extensas;

 

con cuántos racimos vive el hombre, dentro de qué

férulas, árbol que nunca acaba de gajear hacia la

totalidad del viento.