José Martí

JOSÉ MARTÍ, EL POETA DE DONDE CRECE LA PALMA


Por Pedro García Cueto


   Martí, máximo exponente lírico hispanoamericano de su siglo, el hombre que creció en la Cuba añorada, donde la poesía crece como un destello que adorna la luz del paisaje, Martí, bebedor de la sal de la vida en cada rincón.

   Su primera colección de poemas, Ismaelillo (1882), es el refugio en el recuerdo de su hijo lejano, bajo el seudónimo bíblico de Ismael y le dedica poesías claras y patéticas a la vez, en versos cortos.

   Aparece en el libro el luchador político, el agitador y el jefe de desterrados, en una poesía melódica, casi musical, que busca la armonía con el mundo.

   Luego surgen los encrespados versos de Versos libres, que aparecen como libro inédito hasta 1913. La selección de los Versos libres lleva a poemas de indudable calidad, “Hierro”, “Media noche”. “Amor de ciudad grande”, “Árbol de mi alma”, son poemas que nos transmiten el fulgor del mundo, el destello de un mundo romántico, pero que no esconde la desolación del destierro. Es un libro donde anida el hombre herido por la vida, hecho carne a través de la ausencia, pero hipersensible, lleno de amor y compasión hacia los demás.

   Más tarde, como si fuese un aluvión de música que cae sobre nosotros para hacernos bailar al unísono del verso, llega Versos sencillos (1891), todos en octosílabos, casi siempre en cuartetas, con un tono entre popular y de teatro del Siglo de Oro, en un lenguaje elemental. Los Versos sencillos, pese a su título, esconden lo sorprendente y lo complejo, revestidos de sencillez, pero dotados de una magia interior que sobrepasa la apariencia de facilidad de los mismos.

   Escuchemos como Martí va dejando su armonía en estos versos, porque la música estaba dentro de él, el modernismo que llevaba en las venas aparece como un fulgor que nos deslumbra:

 “Yo tengo un paje fiel / que me cuida y que me gruñe / y al salir, me limpia y bruñe / mi corona de laurel”.

    Para el poeta cubano, el poema es una caja de resonancias, un eco sonoro que busca la musicalidad, desde la rima consonante.

    Hay, sin duda, malabarismo sonoro, un alma lúdica que nos conmueve por la claridad de su propuesta.

   En el poema XXV de estos Versos, tenemos la antítesis vida-muerte que tanto dio juego en el mundo imaginario de César Vallejo, ya que ambos conocen la fuerza de la sombra que inunda la vida, que le pone límite y final.

    Veamos en este poema lo que he comentado antes:

“Yo que vivo, aunque me he muerto, / sin patria, pero sin amo, / tener en mi losa un ramo / de flores- y una bandera”.

   La política está presente, la independencia de Cuba, su animadversión al imperialismo norteamericano en la línea de Darío y sus célebres “Cantos de vida y esperanza”. Martí anhela el retorno a un país que no desprecie a los pobres, donde la Iglesia no sea un estamento de poder, ni el capitalismo el poder omnímodo que todo lo arrasa.

    Pese a su deseo de reivindicar el progreso y su sentido político de la justicia humana, está detrás de todo el hombre sentimental que canta a su hijo y a los pobres del mundo.

   Martí canta a la injusticia, haciendo de su poesía melodía, el espacio sonoro que rasga el corazón del lector, ya absorto ante un lenguaje poético que siempre sorprende.

   Hay un modernismo latente en Martí, menos sensorial que el de Darío y su mundo de cisnes y princesas, pero, donde el verso, al igual que la poesía del gran nicaragüense, surge como una revolución, un destello de luz ante el lector.  


Martí seguirá escribiendo poesía y prosa, en unos diarios que nos conmueven, donde el poeta cubano anota toda vivencia, antes de volver a su tierra, en la constante lucha para liberarla, donde escribe todo lo que ve, amor hacia los campesinos y a los soldados, porque la humildad de Martí, su tremenda humanidad está en su prosa, como un manantial que le lleva a la poesía y viceversa, ambos eslabones de un pensamiento único, de los más grandes de su siglo.

   Gran poeta y gran prosista, nos quedan sus versos inolvidables del poema “Yo soy un hombre sincero”  de su libro Versos sencillos, que inspiró la famosa canción de Celia Cruz "Guantanamera", tan cantada, con cuyos versos pongo el colofón a mi mirada a su poesía, del Martí cubano, pero ciudadano del mundo:

“Yo soy un hombre sincero / de donde crece la palma / antes de morirme quiero / echar mis versos del alma”.

   Poeta sí, lleno de armonía, de amor a la tierra, a la gente humilde, padre de muchos poetas que, tras él, surcaron la senda del poema desde la reivindicación a la tierra, fue Martí hombre de gran calado existencial, cuya obra ha de pervivir para siempre.

   No se puede terminar sin las palabras de Martí, de sus artículos que escribió durante muchos años en Estados Unidos para el Periódico La Nación de Buenos Aires o como la que cito aquí del Partido Liberal de México, donde nos dejó páginas inolvidables, el poeta y el prosista bailaban al unísono en una prosa que no podemos dejar de citar:

“La paz es condición normal del hombre. Es brutal e inmoral el precepto de la lucha por la vida. Convienen pues, los que aquí piensan sobre el porvenir, en que el único modo de atajar los males que vienen de la administración parcial de los bienes públicos, es administrarlos con equidad”.

  Fechada el 11 de diciembre de 1889, entendemos ya que Martí no solo fue poeta, que ya es mucho, sino un hombre de pluma comprometida con su país, un hombre que buscó la independencia y la libertad de un pueblo que sufrió los envites de los Estados Unidos y que Martí quiso hasta el mismo momento de su muerte, he ahí su enorme legado, de poeta y de hombre de rica prosa en sus diarios y sus artículos periodísticos.