Alfonso Reece

LA MEJOR NOVELA ECUATORIANA DEL SIGLO XXI

Por Antonio Sacoto PhD  [1]


 

Todas  las  aves  (2013) de Alfonso Reece es la novela ecuatoriana mejor escrita en el siglo XXI.  Mi  juicio no es  ligero, sin mayor fundamento y conocimiento, sino que nace del estudio del género en este siglo en mi libro La actual novela ecuatoriana y otros ensayos, donde se estudian las mejores novelas publicadas en estos últimos años, como El invitado de Carlos Arcos, La guerra de la funeraria de Byron Rodríguez, Morga de Alfonso Reece, Jardín Capelo de Javier Vásconez, El libro flotante de Caytran Dolphin de Leonardo Valencia, El palacio del diablo de Modesto Ponce y Vientos de agosto de Carlos Arcos. Sin embargo, Todas las aves las supera, por razones que se indicarán en el análisis de la novela. 

En primer lugar es una novela enraizada en la tierra ecuatoriana, sus gentes, sus avatares, la brillantez de sus  paisajes, su fauna y flora, sus pueblos (Tumbaco, Cumbayá y otros), sus costumbres que incluye sus comidas y bebidas, sus prejuicios, etc., pero al mismo tiempo es universal por la creación de un personaje religioso que agoniza frente a su apabullante sensualidad. La bifurcación delicada de los varios matices de la religión caminan sobre un fino techo de vidrio que al menor desliz, se quiebra, se triza; por la profundidad del tratamiento y exposición de conceptos teológicos; por una visión modernista y desafiante de la iglesia católica vis a vis algunos conceptos anacrónicos como el celibato, control natal, etc.; por la presentación de una iglesia que busca encontrarse en una era en la que el ser humano va en pos de su propia libertad personal y el peligro de caer en el libertinaje; pero principalmente el arduo combate interior de un religioso que suelta sus demonios, por todo esto es universal y se sale del marco local y se universaliza. El tratamiento de un infarto cardiaco se sigue minuciosamente desde los síntomas, causas, cuidados, precauciones, medicamentos, cuidados intensivos, etc., cual si se tratara el tema en un aula de medicina.  Aquí se aprende más sobre un infarto en una relación de paciente y médico, que solo en una clase o conferencia se daría con tanto detalle y claridad. 

Las clases sociales están presentes en la novela, sin el matiz de denuncia. El autor no se  inmiscuye en los múltiples y complejos cuadros de entrecruzamiento de los problemas sociales, tampoco los problemas religiosos y amorosos, políticos y de justicia social.  Él se mantiene a cierta distancia, indiferente e indolente; tampoco insinúa ni a lector ni a personaje con afán proselitista sea religioso o político; sin embargo una ideología subyace en el texto de la narración. A menudo, durante la lectura nos preguntamos qué quiso decir el autor con tal o cual juicio y la respuesta es que aunque el autor no quiso decir nada, si lo dijo y otras, aunque dijese tal o cual cosa, el lector lo puede interpretar de otra manera. En otras palabras, no siempre lo que dijo o quiso decir el autor, se interpreta de esa manera. 

Todas las aves es un enorme lienzo por donde desfilan la destrucción ambiental, el ambiente social, los retos de la iglesia católica, los amores divinos y humanos, las costumbres, incluyendo su gastronomía, su fauna y flora, con un enorme conocimiento, al punto que sucesos y lugares dan la apariencia de vivencias. 

El texto de la novela se conjuga en un estilo sobrio, preciso y apropiado, que justifica llamar a su autor artífice de la lengua; además se recrea un estilo poético en las múltiples descripciones de los valles y montañas andinas, con sus ríos, lagos, cascadas, árboles, que la convierten en un paraíso, un paisaje bucólico, bañado luminosamente por el sol brillante andino. Todo esto y mucho más justifican el apelativo de gran novela. 

La novela narra la historia de Guillermo Manrique, en el orden ficcional poético, desde cuando éste ingresa en el hospital con un infarto, en el primer capítulo página 16, hasta cuando sale de él ¡cadáver espiritual! Es decir una estructura redonda, serpiente mordiéndose la cola, como en Artemio Cruz de Carlos Fuentes. Esta redondez se dilata con los múltiples episodios de la vida,  que se rememoran sin ningún orden particular. Sin embargo, en el orden real se dan los segmentos de la vida del protagonista, sin adherirse a una linealidad, sino más bien obedeciendo al tema y personajes que van desarrollándose en la novela. Se dan los primeros cuadros de Guillermo Manrique, cuando era un párvulo de apenas tres años, en la enorme y lujosa mansión hacienda La Luisiana, en Chiricotó, de algo más de 100 hectáreas. Cuando en 1945 se lotizó, adquirieron Carlos de Larraín y Miguel Velasco, lotes en donde luego construirían enormes casas. Se indica que para entonces solo existía un camino empedrado. Estos pormenores le interesan al autor para señalar cómo estos pueblos se han desarrollado, han progresado para unos y para otros los ha quitado su identidad. Por ello igualmente anota que hacia 1960 se instalaron los teléfonos discados cuando los tres adolescentes vástagos de las tres ilustres familias, Guillermo Manrique, Javier de Larraín y Miguel Ángel Velasco, son vecinos en Chiricotó, asisten al pensionado, entonces ellos tenían siete años. Luego se los encontrará a los tres amigos en la Academia militar, allí estudian tres años; para el cuarto curso cada uno siguió sus metas: Guillermo Manrique al Loyola, el Colegio Seminario de los Jesuitas, Miguel Ángel Velasco al Colegio Militar y Javier Larraín al colegio Americano. En las vacaciones de ese año, Guillermo Manrique conoce en el Country Club al porteño Luis Alfredo Dannieri, que luce los dengues y manerismos afeminados y esa amistad se esconde detrás de una nube invernal. Guillermo Manrique pasa unos años en Europa: España, Francia, Italia, Israel y regresa con una aureola de sabio erudito y principalmente sofisticado:  

Con delicados ademanes fumaba cigarrillos Hedges. “Llegaba a la facultad en una BMW celeste, charlaba con los compañeros, no era sarcástico ni despectivo, pero su conversación ponía en evidencia su mundanidad y experiencia. Había viajado y leído mucho, por su recomendación algunos de sus condiscípulos leyeron Narciso y Gold mundo de Hesse y Muerte en Venecia de Mann. Sabía de licores, de tabaco y de mujeres, sobre todo de mujeres, que era el tema principal de las conversaciones de los varones de 18 años” (65).  Adviértase que los libros recomendados tratan del tema de la homosexualidad. Luego se lo encuentra de párroco de la parroquia del Santísimo Sacramento, donde todos los feligreses son ricachos, pitucos, sofisticados, elitistas. Allí se hará eco de las homilías, un gran predicador, un orador como solían ser en el siglo de oro de España y se apreciaba el enorme saber eclesiástico, la profundidad teológica y el fluir de la palabra  Su éxito es rotundo y por ello se le procura en las bodas y bautizos de los ricachos. Sin embargo simultáneamente empieza un runruneo de que su vida estaba atada a una aplastante sensualidad: vinos, comidas, amistades difusas con hombres y mujeres, al punto que el Obispo ordena a su comunidad de alejarlo a un sitio preterido, en donde dejaría de ser un peligro para la iglesia. Así se hace y se lo asigna a Pucaurco, una remota aldea en las faldas orientales de los Andes, pero en la misma jurisdicción de Quito. Allá se va con una empresa y un desafío (por órdenes de su comunidad) de terminar la explotación de los feligreses e iniciar una economía de desarrollo comunal. Cumplirá los dos cometidos a cabalidad. Han pasado los años y allá llega un horticulturista, hijo de su amigo y compañero Miguel Ángel Velasco, Gonzalo, el Goni. Este apuesto joven despierta todo el entusiasmo en Guillermo Manrique, quien termina enamorándose perdidamente, se suceden escenas bellamente descritas pero que trajinan un puente de vidrio que, de cruzar a la otra orilla, sería una apoteosis para Guillermo, pero de romperse el puente se caería en el desastre, la muerte, la tragedia. Sucedió lo segundo. Por la trama pasan y repasan un sinnúmero de actantes de todas las clases sociales: los padres y madres de los chicos, los empleados, sirvientes y campesinos, la elite social de Quito, sus fiestas y matrimonios o como simples testigos de un mundo que cambia y se esfuma frente al apabullante progreso de la ciudad y sus pueblos aledaños. La novela es aestructural (carece de estructura) zigzaguea continuamente, lo que une sólidamente a la historia son los temas: amor y muerte, mundo humano, el infarto que ocupa más espacio que los otros temas y el protagonista Guillermo Manrique. Sin una voluntad férrea de lectura no se podría leer esta novela; así se da el reto al lector y la búsqueda del lector cómplice.

 

TEMAS

La diversidad temática es abrumadora: para los aficionados a las aves, los pájaros, la novela les ofrece un verdadero festín, donde se encuentran desde el colibrí más diminuto, hasta el simbólico y ecuatorial cóndor, pasando por 300 especies algunas descritas científica y detalladamente, de ahí el título Todas las aves del Ecuador del fallido libro de Gonzalo, pero que al fin el autor titula así su novela. Muchas de estas tienen su prístino nombre en quechua y hasta se las distingue indicando que en el Perú se las llama con tal o cual nombre, según la obra del novelista peruano José María Arguedas, autor de Los ríos profundos.

Gonzalo el biólogo, ornitólogo, explica esta diversidad científicamente y se dilata y hermosea con los comentarios de Guillermo. También hay una amplia diversidad de la flora del lugar, en donde se encuentra Pucaurco. La novela se abre bellamente con el párrafo que, a la vez, luce el hermoso estilo poético, descriptivo y hace un recuento de su flora: 

“Las gaviotas montañeses acentuaban la impresión de que el páramo era un mar. El mar inmenso del ischu, la paja dorada  recubría el embravecido viaje de los cerros surcado por los altos navíos de las rocas en las cumbres. En las quebradas en las hondonadas, como espuma de esa marejada manchas de árboles y arbustos, como pantzas, achupallas, romerillo, arrayan, pumamaqui, orlaban de verde puro las enormes extensiones ocres del pajonal. En la mañana despejada, bajo el cielo azul impenetrable, se alcanzaba a ver la cumbre del gran nevado, eclipsado por una loma redonda. Al otro lado se alzaba invicto un gran pico mineral que como cuchillo de oxidiana amenazaba el vientre del firmamento” (11). 

Se da enorme espacio a las múltiples, bellas y poéticas descripciones, están las costumbres de estos pueblos en las faldas del Amazonas, siempre hermoseadas por un estilo poético, de clase, de esta escuela literaria hermosa, sin dejar de ser, a la vez, una parte a las otras ciencias sea la sociología o la antropología. En el primer capítulo se da el episodio de cómo el ganado de la enorme hacienda “iba a ser concentrado para la gruesa, el gran rodeo en el que se intentaría contar todas las cabezas de ganado”. 

“Venían arreados por los chagras, siempre elegantes con sus sombreros de fieltro, el imprescindible poncho rojo los pantalones cubiertos de zamarros de piel de borrero, botas y espuelas.  Algunos tenían decorados sus sombreros con urku rosas, una florecilla dorada que  brota en los más ásperos breñales, en los que penetran sólo los valientes a buscar a los más terribles astados. Sus poderosas voces a puro grito pueden espantar a un puma o a un cóndor. Montan en caballos pequeños de finas formas, de una docilidad extrema, hábiles para flanquear el ganado, diestros en evitar las cornadas de los irascibles bovinos, fuertes para aguantar el jalón de un gran toro enlazado, domados con esmero y enjaezados con  un primor reecargado” (12). 

Hay escenas de bravura, de desafío en la faena y todo esto está matizado de grandes comelonas, mojadas con trago y vino. Aquí está por supuesto nuestro capellán, Guillermo Manrique, de chompa de gamuza y gorra chabalera, degustando de todos los bienes del señor. 

En Chiricotó,  los indios no bebían los días de semana,  pero el domingo y los días de fiesta, que eran muchos, diez se mencionan en la novela, entre ellos San  Juan, Corpus Christi,  San Pedro, etc., se los encontraba beodos, peleándose y cayéndose en las calles con sus mujeres. En estas fiestas se veía caminar al oso encadenado, guiado por su domador. 

Importante, no los veían los Manrique, los Velasco, los Larraín, sino que eran las referencias de las domésticas y trabajadores de la hacienda La Luisiana, es decir, ellos no tienen contacto con el pueblo; solo viven allí; en las subsiguientes páginas nos describe la asistencia a misa: indiferentes, sin oración, con entradas y salidas, con más interés no en lo litúrgico. En el cuadro que citamos por la importancia que se la puede dar cada uno, ya que la novela es polisémica y se ofrece a una pluralidad de significados. Las mujeres “indias desaseadas, con sus senos fláccidos dando de lactar, los hijos embarrados en su suciedad expelían olores que nos llevaban al vómito“. No puedo sino buscar las causas de este tétrico y mal oliente esbozo de la indiada. Tenían ellos una remuneración que les permitiese tener baño e higiénico en su casa? Nos referimos a los años sesenta y la respuesta es un rotundo NO. Los senos de las mujeres son fláccidos porque no tenían una alimentación adecuada, ni el tiempo para deporte o ejercicio que las permitiera mantener un cuerpo sano y robusto ¡NO! El autor hace bien en no inmiscuirse en el relato, porque si no sería el regreso a la literatura social de los años 30, tan vilipendiada, pero que tanto aportó a las letras y al pensamiento sociológico. Finalmente, uno de los magnates de la hacienda dice que “no vería mal que la iglesia protestante los adoctrinase a los indios porque por lo menos los enseñarían a dormir en una cama, a usar el higiénico y a bañarse” (83). El punto de vista es mediocre, ignorantón puesto que, medio siglo atrás, la situación del indio y el pobre no era una cuestión religiosa, social, sino estrictamente económica. Si al comenzar nuestro análisis señalamos que hay una ideología subterránea en la novela, ésta es la de Guillermo Manrique que nace y obedece a su estatus social, pues él sí vive en una verdadera mansión. “Guillermo estaba demasiado acostumbrado a las comodidades de la vida de un  hijo de hacendado, la casa espléndida, enorme, llena de arte, los finos vinos, los caballos de alta cruza, la ropa de telas importadas, la buena mesa. Pero en su vida familiar están muchos de los valores que luego los buscaría en una orden monástica: la casa era grande pero blanca y austera, arcos y columnas de piedra eran todo su adorno, la comida estaba bien elaborada, pero la cantidad era parca, la famosa cava de su padre era más un museo que una bodega. Todas las tallas y las pinturas eran de tema religioso. Alberto Manrique y su mujer (los padres) vestían con una sobriedad que resaltaba la alta calidad de los géneros que usaba. La familia rezaba el rosario todas las noches” (100). Sin embargo, el protagonista encuentra un vacío en los rezos de su casa. No le llenan, no le agradan y se pregunta en todo esto en dónde estaba Dios. La forma de oración que no lo convencía. Dado que la novela es polisémica -y ya lo dijimos- la exclamación y pregunta en donde estaba Dios vendría más acertada en el cuadro escuálido de las indias y sus hijos en la misa del domingo. 

Nutre de enorme interés la historia el hecho de que ni personaje ni autor toman partido en la temática expuesta y que el lector sí se siente obligado a participar; esto es un logro de la novela.

 

LAS CLASES SOCIALES

Brillan con la luz del medio día: los hacendados saben de lo que ocurre en el pueblo a través de sus domésticas y trabajadores. Estos qué saben de sus patrones? Si algo piensan, no lo exteriorizan. Dentro de la aristocracia hay matices que los diferencian. Javier Larraín se casa con una hermosa y rica chica, sus padres comentan que no es de su clase social, de su abolengo; Gonzalo se casa con una chica a quien conoció en la universidad, ergo para sus padres no es de su clase. Las fiestas matrimonios de esta clase abundan en champan, en lujo, pero en lo medular existe un olor rancio. Una aristocracia rancia. No hay una sola escena de un amor verdadero, apasionado en la novela, salvo el de Guillermo y Gonzalo, truncado por razones que no quedan en claro en la novela; no hay un solo episodio de verdadera amistad, salvo los encuentros de los amigos, con una conversación chata, baladí. Están rodeados de cultura: libros, pinturas, muebles, lozas de siglos pasados, que no parece estar encarnado en sus seres. ¿En dónde los sueños y proyectos de un futuro de su pueblo y su ciudad? ¿En dónde su contribución al desarrollo de su pueblo y su ciudad?  

La novela se identifica con lugares y fechas; Tumbaco, Cumbayá se mencionan por sus nombres; igual Chiricotó, Pucaurco, Quito. Los cambios sí se observan en Tumbaco, por ejemplo, desde cuando la única vía de acceso era un camino empedrado, en 1966, año que se cortó el riego de la hacienda para instalar una red de agua potable; en este mismo año el discado de teléfonos sustituyó a la llamada a una central que luego se conectaba con la casa. Las enormes vías de comunicación que cortan estos pueblos oscurecen su identidad. El gran hospital de Cumbayá. Se menciona al Omoto Hidalgo, figura política del año 1962. El gran hotel Quito. 

Son tres los temas que sobresalen y ocupan un enorme espacio en la novela: amor y muerte, iglesia y religión, infarto y secuelas.

 

-    Iglesia y religión

Lacónicamente se podría aseverar que el autor o protagonista, que viene a ser lo mismo, presenta un alegato contra la iglesia como institución y despliega algunas dudas, enuncia algunos juicios que no están estrictamente de acuerdo con la enseñanza católica y cuestiona mandatos de la religión en un mundo moderno: “Una vez algún prelado, otro sacerdote o simplemente cualquier fiel le venía con que “usted ha dicho” y podía seguir que un divorciado puede volver a casarse, que usar la píldora no es pecado, que los masones ya no tienen excomunión, en el fondo creía que algunas de estas cosas eran así, pero para ser consecuente con su voto de obediencia se guardaba de decírselo a nadie” (85). Tiene sus raptos místicos y se encierra por dos períodos de tres meses en el monasterio de la comunidad de Tumbaco, desde donde debía contemplar su naturaleza (84),  la montaña, horizonte cielo, todo esto le ayuda a meditar y extasiarse en el hermoso firmamento y quizá como Herrera, el poeta místico español del siglo de oro, ha de enunciar en canticos  su contemplación “en esa belleza que contemplo, la más hermosa busco y voy siguiendo al cielo”. Le busca al monje orientalista con quien le gusta charlar sobre temas que los atañen a los dos: Guillermo le dice a Gonzalo en una de sus diletantes conversaciones que su religión es un ansia, es una búsqueda de lo absoluto, de lo infinito, en suma de Dios. 

 “Anduve en busca de lo absoluto en las iglesias románicas de España y en los desiertos de la Tierra Santa, pero l se me escapaba. Un día algo me dijo que en vano arañaba las piedras europeas en su persecución, que me esperaba en el rostro de mi pueblo, quizá en las mismas plazas de Chiricotó. Mis directores espirituales me han dicho que lo que busco son sensaciones de la divinidad y no a la divinidad en sí.  En la realidad sigo la senda de los grandes santos de mi orden que buscaron también una vivencia del infinito en lugar de una pura creencia” (87).   

El diálogo con el padre Carretero es revelador y es tenso, solo citamos una parte: “Dios no ha muerto, sino algo peor, cayó para siempre. La divinidad que paseaba por el jardín del edén conversando con sus creaturas no habla más. Con la religión se intenta romper ese silencio atribuyendo distintos tipos de rituales, la virtud de poder captar el lenguaje divino para que le revele la esencia de su destino” (209). 

“Lo divino no sólo calla de palabra, padre, respondió Manrique, desde el día en que se selló el manuscrito del Apocalipsis, nadie ha visto un Dios actuando en el mundo, obrando, claro está, de la manera en que interesaría que lo hiciera, contra lo naturalmente previsible. Le podría decir que la mano de Dios interviene permanentemente manteniendo su creación en marcha, porque es más extraordinario que salga el sol todos los días como que un día no lo haga, pero no es lo que llamaríamos milagro, salvo un juego conceptual. Ciertos místicos dicen oír la voz en la perfección de sus criaturas, pero eso es mucho pedir para este creyente común, que pide soluciones fuera de lo común; para nosotros, para la inmensa mayoría Dios sigue mudo…, eso es lo que lleva a tantos a la superchería y a la superstición, me conformo con una religión sin milagros, sentenció el jesuita” (210). 

Estas disquisiciones en el campo filosófico, teológico, obligan a elucubraciones que la iglesia las puede dilucidar, rechazar o simplemente echar un manto de silencio, tema demasiado profundo y desafiante. El que no duda no tiene fe; solo el que duda tiene en realidad fe. Guillermo siempre está en búsqueda de sensaciones. Buen vino, buena comida, etc., pero igualmente hay una búsqueda de la espiritualidad y la contemplación divina. Y no ve conflicto en dar rienda suelta a sus sentidos incluyendo amores prohibidos y su espiritualidad y esto puede tener sus semillas en las contemplaciones orientales que aúno lo uno y lo otro. En la literatura morisca española se explicaba que no existía conflicto entre la sensualidad y la espiritualidad.

 

-    Amor y muerte 

Hay que nacer para morir, morimos cuando nacemos son juicios que predominan principalmente en la literatura renacentista. En Todas las aves parece enunciarse: no hay muerte sino amor o amamos para morir. Aquí el padre Guillermo amó para morir y murió por el amor. Sin embargo el amor que se desdobla en la novela es el amor homosexual, el amor que Guillermo siente por Goni tiene todos los matices desde el deslumbramiento, la admiración, el sentirse prendado, apasionado, arrobado, arrollado, embobado, ridiculizado y por fin despreciado, todas estas sensaciones el autor las va desdoblando poquito a poco. 

En primer lugar la inclinación de Guillermo Manrique al mismo sexo, se ve en su adolescencia, 16 años, cuando abandona el Loyola para ingresar en el San Gabriel (no hay reminiscencias de estos colegios). Empieza una relación social con Luis Alfredo Denniere, profesor de equitación, cuya vida es silenciosa y se dan claves de su preferencia por los muchachos. Guillermo le admira. Usaba crema de la cara… esbelto con la cintura marcada por el estrecho pantalón blanco… tenía maneras raras… este argentino monta como señorita, dice alguien y el otro contesta “y también le montan como señorita” (22). Fue asesinado brutalmente dos años más tarde en México “porque le estaba desgraciando a su hijo adolescente”… “Dicen que le mandó a matar allá un famoso ganadero, porque le estaba desgraciando a su hijo adolescente…--Qué es desgraciar? Pregunta Guillermo-- Que le estaba haciendo maricón al guambra…” (22). Guillermo tiene la preferencia por las cosas finas que le hiciera más visible entre sus compañeros. Cuando sacerdote empieza a murmurarse de sus relaciones tanto con hombres como con mujeres y esas murmuraciones se convierten en acusaciones directas que obligarán a su Orden a sacarlo de la linajuda parroquia y enviarlo a una perdida parroquia de la falda oriental de los Andes, Pucaurco. Acá llega Gonzalo, joven adánico ante quien Guillermo cae perdidamente enamorado. ¿Fue este amor provocado? ¿Correspondido? ¿Aprovechado? A la llegada de Gonzalo a Pucaurco le recibió Guillermo; aquel en agradecimiento “besó el hombro del sacerdote” (26). No lo dijo, pero le habría gustado pregonar a gritos como en el libro de Esther. Al día siguiente Guillermo deseaba que Gonzalo lo hubiese vuelto a besar en el hombre. Un día que paseaban los dos y Guillermo se lamentaba de haber  aterrizado donde sus planes, sus valores de nada servían “en este sitio bestial” (89), de pronto interrumpe con la frase: --Oye, qué raro, la otra noche soñé contigo (89). Gonzalo no atendía o simulaba no atender lo que acababa de decir. 

En otra ocasión, Guillermo leía La divina comedia, que la adquirió hace 30 años en Italia, lo cual quiere decir que frisaba los 50 años (nacido posiblemente en 1910, por otras alusiones), cuando entró Goni con el pelo desordenado con el aire contento que deja un día jubiloso, se acomodó en uno de los sofás de la casa parroquial y luego de un lapso de silencio le preguntó:-- Padre, dime la verdad ¿hubo mujeres en tu vida? El cura fingió seguir leyendo, pero estaba turbado. --Pues si hubo algunas… pero con esto quiero decir cualquier cosa. --Y  hombres? No contesta y finge seguir en su lectura. 

Es obvio que para llegar a una conversación tan personal requiere cierta intimidad, principalmente dado el hecho de que Guillermo le doblaba en años y su jerarquía de sacerdote. En uno de los viajes a Quito, el padre Guillermo le ofreció llevar a Gonzalo, que también viajaba a la ciudad. Llegados allí le invitó a desayunar en el panorámico techo del mundo del hotel Quito. Una hermosa vista del valle, un opíparo bufete. Todo fue perfecto hasta cuando salieron. -- “Sabes no quiero volver a desayunar contigo y menos en un hotel y menos en Quito. --Por qué? preguntó angustiado. --No vale que piensen que hemos dormido juntos” (125). Esas preguntas solo caben cuando hay bastante intimidad. 

Esta confianza, rayando en la intimidad, se da en la forma como Gonzalo se dirige o se refiere a Guillermo: ¡cura¡ ¡cura loco! ¡monje loco!, pero con cariño en un tono que oscila entre el afecto y la sonrisa. 

En lontananza de la hermosa y tupida selva, el padre Manrique “en la soledad luminosa de tales parajes estaba Dios más que en el mismísimo sudario de la iglesia”, pero allí está también “el hermoso muchacho” en su labor científica. El narrador comenta “si esa era la religión de Gonzalo, su dios era mucho más exigente y carnívoro que aquel que se negaba a entregar la prenda al sacerdote desesperado, encendido entre su sensualidad y su vacío”. (169) 

Guillermo quiere vivir un sueño paradisiaco pero pronto despertará a la realidad que es otra. El joven adonis renacentista está tan metido en las esencias del cura que éste “oraba por él. Siempre su oración terminaba en una plegaria por él” (220). Nos recuerda los amores de Calixto y Melibea cuando ella se lamentaba “amo vos más que dios”. Parece que asistimos al Simposio de Platón (libro que no se menciona entre sus fuentes) y cuyo trama es el amor homosexual rindiendo homenaje a esta pasión: Eros es el dios del amor y con razón se exclama en dicho libro “el ser nunca ha entendido el poder de amor” que desde el principio de la humanidad existe este vivir desviviéndose con una pasión que arrastra a las grandes tragedias y muerte, porque, como dice el autor: amor y muerte se dan la mano. 

Guillermo y Gonzalo, por invitación de éste, llegan a un sitio de ensueños, “esto sí que es paradisiaco” dice el cura y Gonzalo se va a cambiar de ropas para bañarse, mientras Guillermo caminó hasta donde “no pudiera contemplar el preciado objeto de sus ensoñaciones” (222). 

“Guillermo disfrutaba haciendo que el chorro golpeara en su rostro, ahí estaba con un diminuto pantalón de baño ante sus ojos… esa musculación moderada, nada de estridencias fisicoculturistas; algo grueso pero sin ninguna flaccidez. Más era un robusto efebo renacentista que un ángel… dos personajes y un solo dios verdadero: el agua estaba más fría que el ambiente, el cuerpo renacía con el contacto del líquido” (222-223). 

En el viaje de Guillermo y Gonzalo, nuevamente por invitación de éste, a la Bocana de Chandutu, una reservación de aves en la costa, a donde concurrían autoridades y expertos; Goni, en el viaje, entre otras disquisiciones que no le entiende el interlocutor le dice: 

 “- A ver, ¿de qué diablos estás hablando? -De lo que ya era hora de que hablemos… a nadie le llamaría la atención. Podríamos viajar juntos, tomar mucho vino y hasta fumarnos unos  chapos… Eres un sabio no solo en Teología y en esas cosas que no entiendo.  Sabes de todo… Y tu inteligencia me deja todos los días con la boca abierta. Ahora sabes de aves casi tanto como yo y creo que comprendes mejor algunas cosas. ¿Tu oferta?... –Gracias por lo que dices… ¿De qué oferta hablas? –De tu paraíso modesto, pero tal vez por eso mismo perfecto, porque no hay angustia de ninguna clase. Tu idea no me repugna, simplemente me resulta impenetrable, impensable… -En esta relación yo soy el único autorizado para coger desprevenido al otro” (195-196). 

Sin embargo, en Bocana “donde pensó el sacerdote” que sería su apoteosis, el día en que serían como dioses “no sucedió así”. Por el contrario será el día cruel, indiferente, humillante y que al caer el sol, caminando por la orilla del mar, al mirar al cielo amarillo anaranjado como un gigantesco tomate. 

Había una inmensa fogata; Guillermo se acercó y se sentó junto a Goni. Bebían ron y cerveza, fumaban tabaco y mariguana. Cuando el joven se levantó y fue a conversar con una alemana, la directora de la fundación se acercó al sacerdote y a quemarropa le preguntó: 

 “-Oye, cuál es tu onda con el Goni? se lo dijo con una expresión inquisitiva y demostraba que no quería oír tonterías. Guillermo miró profundamente sus pupilas oscuras, no tenía una respuesta a esa pregunta ni siquiera para él mismo. –No te entiendo, como para ganar tiempo… -Te pregunto de otra forma ¿No es este un sitio bastante raro para que haya venido acá un cura de tu edad?, tus canas llaman demasiado la atención aquí, pero se te podría perdonar si tuvieras un mejor pretexto… Se calló, desvió la mirada, la volvió hacia el fraile. -No sé la forma en que piensas hacerlo, ni los métodos que planeas utilizar para conseguirlo, pero te quieres chupar al Goni. No me interesa la manera, eso no es lo relevante, pero ansías que te contagie su juventud, quieres seguir a través de él las cosas que no viviste ni vivirás por ser viejo… ¿De qué otra manera te puedo decir… y por ser cura…, también”(241). 

Gonzalo, esa noche, le esquivó, le rehuyó y nunca más le volvió a ver como el amigo o el pretendiente. Solo un par de veces, en reuniones de la elite, como en el matrimonio de la hija del Dr. Vega. Guillermo le verá a Gonzalo, pero éste no le ve o le ignora; para entonces han pasado unos años, Guillermo está en plena decadencia: ha subido 35 libras. Muchas personas no reconocían al hombre de pelo blanco y rostro mofletudo… El vientre siempre fue su talón de Aquiles, un talón grueso y tumefacto” (279) “mohido, marchito y taciturno”(283) y como se ha emborrachado es sacado o expulsado de la fiesta a empellones por orden del anfitrión, el Dr. Vega. El héroe se derrumba. Recurro una vez más a la polisemia para calificar esta relación; cada uno sopesará las palabras y situaciones para concluir hasta donde avanzó este romance. Para mí, aunque detrás de una nube etérea se divisa la pareja edénica Guillermo se enamora visceralmente, amor renacentista y no esconde su pasión ni mide las consecuencias. Tiene su nuevo dios; su Eros divino, su otra mitad, en palabras de Platón en El simposio. Goni, resplandeciente de juventud y belleza, también se siente atraído a este hombre, como se advirtió en la cita anterior, es un sabio, elocuente, gran conversador, pero le dobla en años. Su saber, elocuencia y don de gentes, su obra pastoral y social pesan en esta atracción, pero principalmente hay un coqueteo y provocación que nace de la inmadurez, la soledad, el matrimonio en trizas de Gonzalo. El hecho es que Goni inicia esta pasión con el beso en el hombro al cura, cuando llega a la parroquia; subraya intimidad con la pregunta ¡anoche soñé contigo! Invita: Por qué no podemos vernos más a menudo si conseguimos viviendas a dos cuadras de la parroquia; ofrece o se ofrece en el viaje a visitar los cóndores en los riscos de los Andes, cuando él se desnuda y deja que las aguas de la cascada acaricien su piel, a sabiendas que el cura le está mirando; es decir, esta escena la crea para el único espectador, el sacerdote. ¿No es esto una provocación? La invitación a pasar unos días en la Costa, es también una provocación para un hombre sin defensas en cuestiones sensoriales. Por todo ello, Goni es un personaje superfluo, ambivalente y, a veces, ambiguo. No sería infundado o descabellado pensar que lo quiso usar en un momento dado para llenar sus propias ambiciones: la publicación del libro Todas las aves del Ecuador.

 

-    Infarto y secuelas

 Uno de los temas tratados con gran conocimiento de causa y lujo de detalles es el infarto. Ha sido de gran interés y didáctico para el lector común y lo será más para quienes algo saben de la materia. Guillermo Manrique, es una persona frívola; es un glotón, cuyo apetito es insaciable; come de todo y en abundancia. Se jacta de ser un sibarita: “soy un sibarita, un cómodo, un niño de bien” (192).Otras veces recurre a la Biblia para recordarnos con citas en latín que a San Juan Bautista le llamaban  endemoniado porque no comía y no bebía…Y viene el Hijo del Hombre que come y bebe y dicen “Este es un glotón y un borracho”. No cuida de su alimentación en absoluto. Igual hará con la bebida: vino, cerveza, champan, es decir, lo que haya o le sirvan y si a esto sumamos su vida disoluta, tenemos todos los ingredientes que causan un infarto. Hay también el antecedente de que su padre falleció de un infarto y este es el síntoma genético que faltaba en el historial médico. En el rodeo con que se abre la novela abunda la comida: una ternera, chorizos, llapingachos y mil manjares. Empieza con dos copas de brandy, luego otra copa… le convidaron un fuertísimo licor; no se hizo de rogar. Una segunda ronda llegó en seguida. Antes ya había tomado: el brandy de la mañana, la cerveza con el almuerzo y el anisado como bajativo. Otro trago en el estribo para entrar en calor, dice. Que a caballo atravesaba la hondonada. Le dolía la cabeza. El caballo tropezó. Sentía el fuerte retumbar del cráneo y todo se volvió oscuro. Tuvo un infarto. Luego despertó en el hospital, no en el de Latacunga como sus alusiones le señalaban, sino en Cumbayá. Ese lunes sintió un dolorcillo en el brazo izquierdo que atribuyó a las bajas de presión barométrica. Se fue a Cordán, el centro de su comunidad en Tumbaco, allí anunció “tengo un infarto”, después de descartar que su dolor del brazo y el ardor fuera una gastritis o una esofagitis. Salieron enseguida al hospital de Cumbayá, en donde se confirmó el infarto. Le pusieron una pastilla de nitroglicerina bajo la lengua, no pudo mantenerse en pie, con un violento espasmo vomitó y cayó. El corazón “trepidaba sin llegar a contraerse, sin fuerza para contener la sangre que debía irrigar todo el cuerpo, principalmente el cerebro… el estado era un equivalente a un paro cardiaco total… ¡está fibrilando!… le hemos puesto fibrimelíticos en las venas…” (45) informa la intensivista al doctor Muirragui, el cardiólogo que acababa de llegar y quien ordena choque eléctrico de inmediato. Se procedió a una angiografía que señaló una arteria coronaria taponada. Enseguida se procede al cateterismo (el paciente tiene 60 años). Vuelve a vomitar pero como estaba acostado, parte del vómito lo aspiró por la garganta y fue a dar en las vías respiratorias. Le inducen el coma. Continúan los cuidados y la prognosis no es nada adelantadora: “cuadro de shock cardiogénico con neumonía y pulmón quemado” (94). Simultáneamente, Guillermo Manrique está alucinado y tiene visiones, encuentros y personajes que se cruzan con él en el hospital, principalmente los de una secta bakthinaga, de raíces espirituales orientales que algo él conocía y algo simpatizaba. Continúa este tema extenso, con los días en coma, los cuidados intensivos, etc.

 

EL PERSONAJE

Homo sapiens, carpe diem, homosexual, homosocial y homo eclesiástico. Guillermo Manrique es un hombre cultísimo, su saber de las artes y las ciencias es deslumbrante y su conocimiento de la cultura general es profundo y desde luego sus estudios de Teología, filosofía y religión son relevantes. Continuamente recurre al latín para citar una frase o una autoridad religiosa y se vale de ello para reforzar un punto de vista, para sustentar una premisa. Igual hace con el quichua para explicar tal flor, árbol o animal, sus nombres son más expresivos y solo tienen una denominación de la lengua aborigen. Sus lecturas teológicas van desde La Biblia hasta San Agustín y los tomistas; los alemanes Hermann Hesse y su Narciso y Goldmann y su Muerte en Venecia;  José María Arguedas y sus Los ríos profundos. El contacto con una gente dueña de una cultura cosmopolita le estimula y su conocimiento de primera mano de las grandes ciudades europeas le da una visión del mundo.  En Tumbaco asistió a los grupos de meditación y aprendía con las predicas del padre jesuita Carretero un conocedor de las disciplinas orientales (180). El padre Guillermo Manrique vive el día, carpe diem, goza y disfruta dando rienda suelta a todos sus sentidos, vive el día a plenitud. Fuma los cigarrillos más finos y bebe el mejor vino o cualquier bebida que le ofrezcan o si no le ofrecen él se abre paso en una reunión para llenar su copa una y otra vez, al punto que la gente le contempla con curiosidad y una dosis de malevolencia, porque lo ven caminar ciegamente al precipicio sin impedirlo. Pero no faltaban las frases  descomedidas, el Doctor Vega “Atento, lo vio comer en abundancia, en demasía, y beber todo lo que se le puso a su alcance.  Allí, en un umbrío rincón, alejado con una mujer vestida provocativamente, confirmaba lo que siempre le dijeron de él: un fraile hedonista y poco espiritual…, probablemente pecador.”(294) Será arrojado de esa fiesta. 

En las fiestas del campo o de jóvenes un poco hippies, igual beberá cerveza, ron y fumará mariguana. Se desmanda en la comida opípara de matrimonios, fiestas campestres en su propia parroquia; no le importan los síntomas cardiacos, más bien se jactará de ser un sibarita (192), un hedonista (193) afrodisiaco. Lleva un temperamento de vivir el momento: “gozad del momento antes que tú y todo ello se convierta en polvo, en humo, en nada” (Góngora). “Esa gran cabeza llena de sesos –le dice el padre Carretero- estuve a punto de decir llena de sexo” se dice para sus adentros Guillermo. Eres tan apegado a la vida (carpe diem), pero no has aprendido, lo único que vale aprender: morir”, le dice Carretero” (183). 

La homosexualidad está latente en el protagonista y el autor desdobla este tema con la mayor sutileza, delicadeza, en un nivel serio y de madurez. Sus inclinaciones están presentes desde muy joven y se han notado ya, al igual que el gran amor que despierta el joven Adonis, un ángel bajado del cielo que le despiertan todos sus demonios y la locura sentimental. Guillermo ha perdido el seso por ese Efebo y no le importa el escándalo, la humillación y el repudio. Todo lo echa al trasto por él. Pues bien, ese es Guillermo Manrique de acuerdo a todos los datos y hechos que se pueden escarbar en la novela. Sin embargo el autor logra crear este personaje tan verídico, sin aureolas de humo e incienso: las cosas que hace y su vida disoluta. El personaje que nace y vive en la opulencia y se erige en modelo de predicador, se encuentra en su cúspide, es paulatinamente derrotado y se lo baja de su pedestal: sacado de una fiesta por beodo y humillado en una relación homosexual, que otra hora él imaginaba sería su apoteosis. Su caída o la caída del héroe, como en los dramas clásicos, no nos causa una catarsis porque él se la buscó, es un personaje trágico que se nos mete en la piel por su apabullante lucha con los demonios de sus sentidos. Su sensualidad. 

La ejemplar obra social o religiosa en Pucaurco, no obedece a su entrega, visión, anhelo de cambiar las condiciones paupérrimas de un pueblo abandonado a su suerte, sino el deseo de volcar todas sus energías en algo que sustituyese su vida sensorial a una vida empresarial y así él  lo dice: “Lo que hice  aquí, no lo hice por caridad, por amor a los necesitados, sino para no despertarme con la pobreza, para poder comer y beber sin sentirme culpable”. (192) 

Transformó Pucaurco en un ejemplo de comunidad económica, que servía de modelo para las otras parroquias y a donde venían expertos a ver de primera vista esta transformación y, a su vez a dar su aporte, por supuesto no olvidemos el mandato de sus superiores y el Obispo: “usted, padre Manrique tiene la responsabilidad evangélica de erradicar de su parroquia toda forma de explotación. Debe identificarse con las víctimas de tanto sufrimiento, de tanta injusticia. Como sacerdote es su obligación buscar  remedio a las causas de la pobreza, causada por un sistema económico inequitativo, consumidor, depredador y de pecado” (119). En los años sesenta hubo manifiestos de Teología de la liberación, a la que se adhirieron algunos obispos como monseñor Leonidas Proaño, Luis Luna Tobar, al igual que en otros países latinoamericanos. El padre Manrique hará referencia a la Teología de la liberación con cierto desdén y menosprecio. Ordenó una estampa del pueblo de niños pobres “calles sucias con grandes grietas cavadas por las lluvias, nunca habían sido empedradas. Los cerdos gozaban en charcos de aguas servidas. Niños sucios, con las mejillas sarnosas, con sus cabellos rojizos por la desnutrición se dedicaban a juegos…” (88). Termina el juicio con una frase lapidaria: “un lugar pobre entre los pobres como quería la moda de Teología de la liberación” (88). En el fondo trasciende una ideología conservadora, pero su obra está allí. “La red eléctrica llegó al pueblo y a cada casa; consiguió donaciones de empresarios y amigos: un ingeniero amigo vino a trabajar al pueblo. Se habían hecho caminos, agua potable, saneamiento, etc.” (23). Es decir una transformación de aquel pueblo mísero que se describe en las páginas 88 y 89. Tampoco podemos descartar el motivo, entre otros, que está presente allí; una visión, un llamado espiritual: 

 “Todo lo que yo creía, pensaba, imaginaba, mis valores, mis planes, nada valía en este sitio bestial. No creo en los milagros de los santos de la iglesia, menos voy a creer en disparates de señales y energías… pero en ese momento, un poco más arriba, digamos una cuadra antes de la plaza, una llama blanca y no solo blanca y reluciente en este infecto caserío, con un arreo rojo, cruzó majestuosa, de un lado a otro y desapareció por uno de los callejones. Entonces pensé que si había esperanza, que había llegado a mi lugar, que el futuro me esperaba aquí…. Era el espíritu que me hablaba” (89).

 

-    Homo eclesiástico

 Guillermo Manrique era un sacerdote distinguido en su parroquia linajuda del Santísimo Sacramento, por sus excelente homilías y prédicas, pero ya se había dado a conocer por su libre interpretación de algunos mandatos de la iglesia (antes de 1960) y su pensamiento abierto: un divorciado podía volver a casarse… usar la píldora no es pecado… los masones no son excomulgados… el celibato es una fachada. En su parroquia Pucaurco él se hará de la vista gorda frente a los abortos provocados. Tampoco condena a las mujeres que habían consentido y buscado la interrupción de sus embarazos. Por todo ello no se puede sino concluir que su actitud es liberal y de avanzada en la iglesia. Sin embargo en lo social es bastante tradicional y conservador y no dejará pasar oportunidad para subvalorar y hasta trivializar la Teología de la liberación. 

Con lo expuesto, sin haber hecho una minuciosa y exhaustiva pesquisa de los resquicios temáticos de la obra que abundan, sale a luz clara el personaje, la mejor creación de los últimos años en la ficción ecuatoriana, dominado por el peso de una sensualidad sin frenos: los demonios y una espiritualidad que como carece de una base firme se desmorona. Pero principalmente al desdoblamiento de una pasión: la homosexualidad, matizado con mayor prolijidad y madurez. La novela exige más de una lectura y se ofrece a múltiples interpretaciones en cuestiones de religión e iglesia, de compromiso social y de la misma pasión que se desemboca. Es polisémica y éste es el gran logro de la novela. Se lee además con el placer que brinda un estilo sobrio, poético y rico, en  giros y locuciones del lenguaje, el interés se ha mantenido en la cresta de la ola y esto fortifica toda la historia. 



[1] Biblián, Ecuador, 1932. Hizo su carrera universitaria en los Estados Unidos, recibiendo su B.A. en 1962 y su M.A. Master Of. Art, en 1964, previa la presentación de sus tesis The Indian in the Ecuadorian Novel, en City College of the City University of New York y finalmente el galardón más preciado en el campo de las letras, el PH.D., en Columbia University of  New York en 1967. Ejerce la cátedra de Literatura hispanoamericana en su Alma Mater, City College, desde 1963, además se ha desempeñado como Director de Estudios Latinoamericanos (1970-75), Director del Departamento de Lenguas y Literaturas Romances (1976-82), desde 1981 es profesor en el Centro Graduado de City University of New York. Además ha dictado seminarios en la Universidad de Columbia, Barnard College, Hunter College, Universidad Católica de Quito, Universidad Andina de Quito, CCE de Ambato, CCE del Guayas, CCE de Cuenca, CCE de Manta, CCE de Babahoyo, en la Universidad del Azuay y en la Universidad de Cuenca y múltiples conferencias en Europa y los Estados Unidos.

Ha publicado una veintena de libros, desde El indio en el ensayo hispanoamericano hasta sus más recientes El cuento ecuatoriano 1970-2010La novela ecuatoriana 200014 novelas claves de la literatura ecuatoriana, 4ª edición 2012, pasando por su libro clásico Juan Montalvo: el escritor, el estilista, 3ª edición, 1996. Es además autor de unos 60 artículos publicados en las más prestigiosas revistas de México, Cuadernos Americanos; de España, Cuadernos Hispanoamericanos, de los Estados Unidos Revista hispánica moderna, Hispamérica, Hispania; de Columbia Razón y Fábula; de Ecuador Cultura, El Guacamayo y la serpiente, Revista del Guayas y muchas otras más. Los múltiples artículos publicados en El Universo de Guayaquil, El Comercio de Quito y El Mercurio de Cuenca, los recoge en sus libros Temas literarios 1996 y Nuevos temas literarios, 1998. Ha participado en numerosos congresos nacionales e internacionales sobre literatura ecuatoriana en particular e hispanoamericana en general.